Cargando...

El canto del cuco

La respuesta está en el viento

Sin luz, sin teléfono, sin ordenador, sin televisión, sin semáforos, sin poder cocinar, con los trenes parados... Todos perdidos en la noche como seres desvalidos

Lo cantó Bob Dylan en «Blowin’ in the wind». En efecto, la respuesta está en el viento (¡en las eólicas!). Me refiero a lo del apagón. En el viento y en el sol. En el bosque metálico de aerogeneradores, que va ocupando el territorio más puro e incontaminado, y en el inmenso espejo de huertos solares, que va colonizando el lugar de los trigos, las encinas, las viñas y los olivos. Espejos y molinos están transformando el paisaje de España. No sé si también el alma de los pueblos. Dicen que es el progreso. Lo llaman transición ecológica, que se junta a la transición digital. Asistimos a los albores de una nueva era, dominada por las nuevas tecnologías y por las energías renovables, pintadas de verde y manejadas por la inteligencia artificial y por el negocio.

El problema es que falle el sistema y retornemos de pronto a la edad analógica. Sin luz, sin teléfono, sin ordenador, sin televisión, sin semáforos, sin poder cocinar, con los trenes parados... Todos perdidos en la noche como seres desvalidos. Es lo que nos pasó el 28 de abril. Las autoridades nos habían dicho que eso no podía suceder y ya ven. Hubo que comprar pilas, velas, latas de conserva, hornillos... y recurrir a los viejos transistores. Los gobernantes se quedaron mudos, y la respuesta sigue en el aire. En esta crisis, en la que cruje y se viene abajo todo el sistema, aún quedamos algunos testigos de otra época que hemos vivido la experiencia primitiva, natural, sin artilugios. Personalmente nací a la luz de un quinqué porque no había llegado aún al pueblo la luz eléctrica. Tampoco había agua corriente, ni bolígrafos, ni papel higiénico, ni transistores, nada... Y pudimos sobrevivir. En aquella sociedad de subsistencia, bastaban la despensa, el candil, el bardal y la cocina encendida.

La primera lección que uno saca del gran apagón es que los seres humanos, a pesar de los grandes avances, somos cada vez más vulnerables debido a la creciente complejidad del sistema. Su caída genera unas consecuencias demoledoras. Y la segunda lección es la paradoja de que seguimos dependiendo para sobrevivir de los cuatro elementos naturales: el aire, el sol, el agua y la tierra con sus minerales «raros» imprescindibles. Y comprobamos que, en la transición energética, las energías renovables, sin la nuclear y la tradicional, no dan estabilidad al sistema. Mi nieta Luna, de diez años, le preguntó a su madre en pleno apagón: «¿Por qué nos empeñamos en inventar tantas cosas si, al final, el pasado siempre salva al futuro?».