Aunque moleste

Ribera a trompicones

Su estilo arrogante y agresivo es impropio de una vicepresidenta del Gobierno

La andanada de Teresa Ribera contra García-Castellón no es un lapsus puntual sino la manifestación expresa de la manera de ser de la vicepresidenta tercera del Gobierno, famosa ya por sus frecuentes salidas de pata de banco, agresividad gratuita y fanatismo declarativo. Ahora ha inundado de improperios al mejor y más activo juez de la Audiencia Nacional, pero justo el día antes, sus envenenados dardos fueron contra el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz, al que acusó de ser «negacionista, demagogo y populista», por el simple hecho de sostener el argumento de que, amén de las renovables, es importante creer en las bondades del mix energético. O sea, no depender en exclusiva de ninguna fuente, sobre todo porque la electricidad verde aún no es suficiente para garantizar la demanda. Imaz, otrora abanderado del sector moderado del PNV, es persona más que razonable, conocido de sobra por su talante dialogante, aunque eso le da igual a la señora Ribera, acostumbrada a insultar a quienes no piensan como ella.

También acusó a Antoni Brufau, el presidente de la citada multinacional española, de «falta de modernidad y falta de inteligencia». Para la vice-3 sólo es inteligente quien le aplaude, de lo contrario es descalificado al extremo o tildado de «señorito arrogante» con «tácticas de acosador», como dijo sin inmutarse sobre Juanma Moreno, el presidente de la Junta de Andalucía.

La lista de chuladas es larga, aunque su momento de mayor gloria fue cuando quiso matar al diésel, declarando que «tiene los días contados». Las matriculaciones con este combustible cayeron un 35,6 por ciento de inmediato. Han pasado desde entonces cinco años y medio, o sea, más de dos mil días, y el gasoil sigue vivo, habiendo evolucionado de tal manera que sus motores son tan limpios como los de gasolina o los híbridos. Lo dicen ingenieros de prestigio como Guillermo Wolff, Francisco Payri o Jesús Casanova, que aseguran que los modernos diésel no emiten más partículas que los de gasolina, y tampoco más óxidos de nitrógeno o CO2. A Ribera todo esto le da igual, pese a que en su declaración de bienes al Congreso reconocía tener dos coches diésel, un Peugeot 307 de 2007 y un 5008 de 2011.

En fin, ya sabemos que no es lo mismo predicar que dar trigo, y por eso la vice gastaba 148.594 euros en gasóleo contaminante para calentar su Ministerio. El problema es que ese estilo arrogante e incendiario, escasamente constructivo, genera con frecuencia importantes problemas al país. Los ecologistas antiguos, los de verdad, la llaman «fanática Ribera» por sus posiciones extremas en casi todo cuanto toca, su inactividad en la prevención de la sequía (es anti-trasvases, anti-pantanos y anti-todo) y empeño patológico por destruir embalses para mejorar el cauce ecológico de los ríos, lo que le generó enfrenamientos no menores con los entonces presidentes socialistas de Aragón y Extremadura, Lambán y Fernández Vara.

Ahora ha embestido, con su agresividad gratuita, contra Manuel García-Castellón, haciéndole el juego al independentismo ultra del forajido Puigdemont. No necesita el egregio magistrado que defendamos su honorabilidad, pues su carrera como juez intachable e independiente está a la vista, pero sería conveniente que Sánchez amainara los vientos de su vicepresidenta tres. Para prevenir incendios. Más que nada.