Tribuna
Tiempo de cobardes
Sin el respeto a «todos», destruyendo, seguiremos anclados en las dos Españas, las que intentamos reconciliar a partir de 1978
En pleno período de «en funciones» tras el varapalo sufrido por el Ayuntamiento de Barcelona el pasado 28 de mayo, «lanceando moro muerto» como lo define nuestro sabio refranero, el pasado día 7 de junio funcionarios municipales por orden del Concejal de Memoria Democrática Jordi Rabassa (1), destruyeron el sencillo monumento que recordaba a los 232 fusilados en el Foso de Santa Elena del Castillo de Montjuïc. Se salvaron de la piqueta, una talla en bronce representando al «Angel Caído» obra de los escultores hermanos Oslé (2) y una arqueta también de bronce que contenía tierra impregnada con la sangre de los allí fusilados recogida por sus familiares. Escultura y arqueta han sido supuestamente depositados en el Museo Histórico de Barcelona (MUHBA). Los otros elementos, tres arcos, altar y un sepulcro coronado por un obelisco con una cruz, obra de los arquitectos Manuel Boldrich, Joaquín de Ros, José Soteras y Manuel de Sola, «han sido destruidos –según la nota oficial del Ayuntamiento– porque no tenían ningún valor artístico».
No bastó para la interpretación fanática e iconoclasta de la Ley de Memoria de octubre de 2022, que en 1998 se modificase la leyenda: «Caídos por Dios y por España» por la de «Honor a todos los que dieron su vida por España» que es la que figura en el Monumento del Paseo del Prado de Madrid ni que en 2008 se completase «en memoria de todos aquellos que fueron fusilados en este foso de Santa Elena y de todas las víctimas de la Guerra Civil».
Resalto la palabra y el concepto repetido de «todos» presente en Santa Elena. Muy próximo a ella en el foso de Santa Eulalia fue fusilado años más tarde el President Companys. Opinaría lo mismo si supiera que alguien quisiese también borrar su historia.
Conocí en mis tiempos de responsabilidad en la Capitanía General de Barcelona a los descendientes de aquellas víctimas. Puedo asegurarles que no conservaban el menor rencor, cuando sabían que la mayoría de ellos, jovencísimos, fueron fusilados sin el menor atisbo de juicio, abandonados sus cuerpos a la intemperie. (3)
Como no conservaban el menor rencor unos Pilotos de la República que depositaron su confianza en la Capitanía General entregando sus archivos al Museo Militar ubicado en Montjuïc, hoy también desmantelado por el odio y la revancha. ¿Qué habrá sido de aquellos distintivos y de aquellos archivos de unos pilotos leales a la República? Pienso hoy que también les hemos traicionado. ¿De dónde deduce el Ayuntamiento de Barcelona que Santa Elena «constituía un espacio en el que se realzan menciones conmemorativas de exaltación personal o colectiva de la sublevación militar» apoyándose en la Ley de Memoria?
Sin descartar que Defensa se haya puesto de perfil, tan correcta políticamente con formaciones que han dado soporte al Gobierno actual –léase la cesión del fuerte de San Cristóbal de Pamplona a Bildu–, constato que tampoco exige el cumplimento del Convenio diseñado a tres bandas por la Generalitat (Montilla), el Ayuntamiento (Hereu) y el propio Ministerio de Defensa (Chacón) en 2008, que pretendía blanquear un estropicio jurídico por el que una simple Orden del Ministerio de Hacienda (4) modificaba la Ley 52/1960. Por ella, el Ejército cedía con condiciones al Ayuntamiento de Barcelona (Porcioles) el Castillo y su amplia Zona Polémica o zona de seguridad, la que durante siglos evitó que la montaña sagrada de los judíos se convirtiese en un enjambre urbanístico con «bellas vistas sobre el Mediterráneo».
Barcelona por historia y por muchas razones merece un Museo Militar como lo tienen todas las grandes ciudades del mundo con un pasado significativo. Y Montjuïc no es diferente a las tragedias que albergan Chateau Vincennes o la Torre de Londres. Siempre repito que las piedras no tienen la culpa de los odios de los hombres.
Sin el respeto a «todos», destruyendo, seguiremos anclados en las dos Españas, las que intentamos reconciliar a partir de 1978. Y con gestos cainitas, fanatizados, como el de un Ayuntamiento «en funciones», difícilmente saldremos. No me sirve de excusa el que los votos de unos partidos separatistas hayan apuntalado al actual Gobierno. Hay algo por encima de todo, que deberíamos respetar: el merecido honor y respeto a quienes con la razón de unos o con la razón de otros fueron capaces de arriesgar sus propias vidas. No se merecen ahora, pasadas ocho décadas, que unos cobardes, en su huida, en lugar de unirlos en un mismo altar del sacrificio, les quieran ahogar en el mar del olvido.
(1) «Barcelona en Comú». No fue reelegido el pasado 28 M.
(2). Miguel y Luciano Oslé Sáenz de Medrano. Autores entre otras obras de la fuente de la Plaza España y de la estatua de la Virgen en la Basílica de la Merced.
(3) Entre ellos, ocho mujeres fusiladas en 1938: Carmen Trenchoni, María Mira, Sara Jordá, María Luisa Gil, Catalina Viader, Carmen Vidal Rovira, Joaquina Sot Delclós y Rosa Fortuny.
(4) BOE. Num.107 de 4 de mayo 2007.
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