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Las alianzas militares

La Razón
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La historia está llena de alianzas militares que fueron. Cuando un imperio o una nación –a lo largo de los tiempos– no podía impedir que sucediera algo gravemente perjudicial usando exclusivamente medios militares recurría sistemáticamente a la diplomacia y a reclutar otras naciones y sus soldados. El precio en tesoro y sangre que la nación líder paga por su hegemonía no siempre es comprendido y aceptado por sus ciudadanos; el procedimiento tradicional para tratar de convencerlos es demostrarles que otros países también colaboran con estas cargas. Repartir el esfuerzo físico y moral. Miremos sino lo que está pasando con los EEUU especialmente en estas dos últimas administraciones de Obama y Trump. Nos vienen sistemáticamente pidiendo que les ayudemos en sus acciones cinéticas lejanas más por el valor añadido de legitimidad que aportamos que por nuestras capacidades militares. La eterna pregunta que se hacen las naciones más pequeñas cuando ayudan a un imperio es la de si sus necesidades de seguridad propias quedaran cubiertas por el socio hegemónico. La respuesta suele ser: quizás. Hasta que llegue el trance de necesidad no se suele descubrir la verdad. Pero pasemos ahora de la abstracción al repaso vertiginoso de las dos alianzas más cercanas: la OTAN y la deseada capacidad militar –todavía non nata– de la UE.

La Alianza atlántica surgió cuando los EEUU, que habían entrado en dos guerras mundiales tratando de evitar que una sola potencia hostil dominara el continente europeo, comprobó que eso era exactamente lo que iba a pasar si no lograba contener a la URSS. La administración Truman, aprendiendo de pasados errores –el haberse desenganchado inicialmente de la seguridad europea–, estableció mecanismos aliados de decisión estratégica (el Consejo Atlántico en Bruselas), Cuarteles Generales permanentes, y desplegó preventivamente fuerzas militares americanas en Europa. Los europeos participaron pues no se les iba a defender sin contar con ellos siendo como eran además democracias –algunas restauradas– análogas a las americanas. Tras largos años juntos, la OTAN vio en 1990 como la URSS y su alianza se disolvía. Comenzó entonces para los EEUU un corto periodo unipolar donde ellos, y nosotros los europeos, nos preguntábamos sobre las razones para seguir juntos militarmente. Tras unos once años –el 11 de septiembre del 2001– quedó claro que el Imperio debía todavía ser defendido, esta vez en el lejano Afganistán e incluso en Oriente Medio en general. Los EEUU volvieron a convocar a sus socios, pero no fundamentalmente la OTAN, sino organizando coaliciones ad hoc. También –tras este intervalo unipolar– despertó la Rusia del Sr. Putin con sus eternas inseguridades hacia Europa, primero en Georgia, luego en Moldavia y finalmente en Ucrania eso sin contar la ofensiva cibernética encubierta que permanentemente venimos sufriendo tanto la UE como los EEUU. Parece con todo esto que los americanos siguen necesitando el apoyo europeo, aunque quizás sea el Sr. Trump –el del «America first»– el que tenga que explicar que significa una alianza para él.

En este ambiente de incertidumbres
– que abarcan tanto a aliados como adversarios–, los europeos tratamos de organizarnos militarmente y superar la época de dependencia absoluta de los americanos en que hemos vivido hasta ahora. No porque nos guste, sino porque no nos queda más remedio, especialmente tras el Brexit y las dudas sembradas por la administración Trump. Enmarcado en esta finalidad de reforzar la seguridad europea, nuestra ministra de Defensa acaba de formalizar el pasado día 13 la adhesión española a los mecanismos denominados PESCO que corresponde a las siglas en ingles de Cooperación Estructurada Permanente
–concepto durmiente del Tratado de Lisboa del 2009– cuyo desarrollo se intenta acometer ahora. Esta PESCO afecta primordialmente al sector tecnológico e industrial militar al que se le anima a converger sobre un núcleo franco alemán. Esto puede tener un sentido industrial claro y por eso ha sido apoyada por la Comisión, que paralelamente ha establecido un fondo económico para financiar proyectos comunes de investigación y desarrollo de armamento, incentivando así la adhesión a la PESCO. Pero la industria militar es una actividad especial que va más allá de los simples aspectos económicos. Por eso la racionalización industrial que ha funcionado en otros sectores europeos debería ser tratada aquí con más cuidado. Principalmente porque converger en la obtención de armamento y plataformas militares va a traer consigo inevitablemente –al especializarse– la pérdida de algunas capacidades militares nacionales. Y esto a su vez entraña que las naciones europeas –especialmente las de tamaño medio como España– van a depender en el futuro de elementos militares residentes en otras naciones para resolver sus problemas propios de seguridad y defensa no colectiva. Por eso pienso que análogamente a como hicieron en su día los EEUU con la OTAN, primero habría que aceptar un liderazgo estratégico claro –¿quizás francés?– que se responsabilice ante nosotros, establecer los Cuarteles Generales y las fuerzas aliadas. Una vez logrado todo esto, llegaría la hora de acometer la planificación conjunta/racionalización en la obtención de medios militares. El pasar de construir un poco de todo a mucho de una sola cosa –lo que quizás pueda ser beneficioso para la economía– va forzosamente a disminuir el grado de autosuficiencia de la seguridad nacional. Aquí el orden de los factores es vital: primero conseguir garantías de seguridad específicas para los riesgos propios; después buscar la rentabilidad de los factores económicos que intervienen en la defensa europea.

No dudo que esta convergencia europea en construcciones militares pueda llegar a ser positiva como lo ha sido en otros campos, desde las infraestructuras civiles a la política agraria y tantísimas otras normas legislativas que racionalizan y unifican las más variadas actividades. Pero lo militar –el último reducto de la soberanía que nos queda– es algo especial y por ello nos deberíamos preguntar los españoles ¿queremos un Ministerio de Defensa o meramente un Ministerio de Industrias militares? Conforme se desarrolle la PESCO iremos descubriendo las respuestas. Mucha cautela con todo esto.