Nueva York

Taksim y la izquierda

El pequeño parque de la plaza Taksim de la metrópolis de Estambul, en constante crecimiento, es uno de los pocos espacios verdes que han quedado en el centro de la ciudad. El 28 de mayo, un puñado de ecologistas turcos inició una protesta pacífica contra un plan de remodelación del parque que substituiría la vegetación por una réplica de un cuartel de la época otomana, un centro comercial y pisos. Sin embargo, la dura represión policial provocó un movimiento cívico en masa que se ha extendido a todo el país.

El plan de remodelación del parque desencadenó una enorme protesta contra lo que un gran sector del público turco, en particular los jóvenes, considera una dirección política autoritaria y paternalista. A la rápida intensificación del movimiento contribuyó la oposición generalizada a las medidas oficiales –como las consideran muchos– para reglamentar los estilos de vida, además de la frustración ante las evidentes desigualdades económicas.

De hecho, aunque fueron jóvenes ecologistas y laicos los que encabezaron el movimiento de protesta, de la noche a la mañana éste llegó a ser notablemente diverso y nada excluyente. También musulmanes devotos –en particular, los que creen que, gracias al desarrollo urbano de Turquía, han surgido demasiados captadores de rentas y demasiadas fortunas fáciles– se unieron a las manifestaciones, así como algunos grupos de extrema izquierda.

Algunas de las protestas se volvieron violentas. Sin embargo, en conjunto, el movimiento ha seguido siendo pacífico e incluso alegre. Además, figuras importantes del gobernante partido Justicia y Desarrollo o próximos a él expresaron su disposición a dialogar con los manifestantes. El presidente Abdullah Gül, en particular, desempeñó un papel aplacador, de estadista.

Un rasgo sorprendente de las protestas ha sido la distancia que los manifestantes han marcado entre los partidos políticos existentes y ellos, incluido el Partido Popular Republicano (CHP, por sus siglas en turco), la fuerza mayor de la oposición laica de centro izquierda. En ese sentido, la «sentada» de Taksim se parece a las protestas habidas en otros sitios, en particular en las democracias avanzadas, desde el movimiento «Occupy Wall Street» hasta las protestas en España e Italia.

Desde luego, en dichas protestas hay rasgos propios de cada país, incluida, en el caso de Turquía, la reacción contra el paternalismo en materia de estilos de vida, pero los socialdemócratas deben entender por qué surgieron las protestas de forma totalmente independiente de la política existente y organizada de centro izquierda. Sin ese realismo, el centro izquierda de Europa y de los países en ascenso no puede recuperar el impulso político.

Los sistemas modernos de producción, en los que la tecnología de la información desempeña un papel decisivo, son totalmente distintos de las naves de las grandes fábricas que caracterizaron el nacimiento del sindicalismo y de la democracia social. El modo en que se produce ahora gran parte del PIB ha hecho que a la izquierda le resulte mucho más difícil organizarse en las formas tradicionales, cosa que ha debilitado a los partidos de centro izquierda.

Sin embargo, la tecnología de la información y los medios de comunicación social mundiales han dotado de poder a los ciudadanos para superar la fragmentación social conforme a divisorias profesionales, residenciales y nacionales. En los últimos días, las intervenciones en dichos medios sobre la plaza Taksim han ocupado, según las informaciones y los medios de comunicación, una parte enorme del «espacio para tuits» del mundo entero.

En ese rincón del ciberespacio hay, naturalmente, todo lo existente bajo el sol, incluidos llamamientos en pro de la peor clase de sectarismo. Aun así, lo que predomina es el deseo de libertad individual, la aceptación de la diversidad, una gran preocupación por el medio ambiente y la negativa a verse «organizados» desde arriba. Kemal Kiliçdaroglu, el dirigente reformista del CHP, se apresuró a reconocer esa dinámica: «Los manifestantes no quieren que estemos nosotros en las primeras líneas», dijo, «y tenemos que aprender mucho de esos acontecimientos».

Y, sin embargo, mientras que la sociedad civil puede ser un disparador, tarde o temprano la política democrática tiene que guiar el proceso de cambio. Ya sea en Nueva York, París, Madrid, Roma, Estambul o Nueva Delhi, una sensación de desasosiego y un deseo de cambio han surgido en sociedades que están volviéndose cada vez más desiguales y en las que la política y los negocios se combinan de formas no transparentes. El aumento del desempleo juvenil y los recortes de las pensiones y del gasto social se producen en un momento en el que muchas grandes multinacionales eluden legalmente los impuestos al trasladar sus beneficios a jurisdicciones favorables. En la zona del euro, los precios de los valores se están poniendo por las nubes, mientras que el desempleo ha alcanzado un nivel sin precedentes del 12,2 por ciento.

Sólo si reconoce la necesidad de formas de movilización muy diferentes de las del pasado, podrá la oposición democrática abordar los defectos del orden existente. Debe reconocer un fuerte deseo popular de autonomía individual, más cargos de dirección para las mujeres y los jóvenes y un mayor apoyo para las iniciativas individuales (junto con reformas de la Seguridad Social que la vuelvan más eficaz y nada excluyente).

Por último, el medio ambiente, el cambio climático y la solidaridad mundial serán temas caracterizadores del siglo XXI. Los estados-nación, actuando independientemente, no pueden abordar con éxito ni la evasión legal de impuestos ni las emisiones de carbono. Se debe conciliar el renovado patriotismo que se ve en muchos sitios –como reacción ante la falta de equidad y los traslados de empresas que puede engendrar la mundialización– con la solidaridad humana, el respeto de la diversidad y la capacidad para la colaboración transfronteriza. El éxito del Partido Verde de Alemania refleja su empeño en centrarse en muchas de esas cuestiones.

Los acontecimientos que se iniciaron en la plaza Taksim son propios de Turquía, pero reflejan aspiraciones universales. Lo mismo se puede decir del imperativo que afronta la izquierda democrática.

Copyright: Project Syndicate, 2013