Letras líquidas

Ucrania y el mundo dual

En este tiempo hemos rememorado casi todos los elementos propios de anteriores batallas

Empezó con aires de operación quirúrgica. Una intervención rápida, aséptica y, por supuesto, victoriosa para el atacante. Putin activó el botón bélico contra Ucrania el 20 de febrero de 2022 convencido de que iniciaba una guerra moderna, como en secuencia relámpago, a través de la que infligir su avaricia expansionista y sus fronteras esquivando resonancias arcaicas de metrallas y trincheras. La realidad se ha impuesto, en cambio, y nos deslizamos ya hacia los 500 días de horror. En este tiempo hemos rememorado casi todos los elementos propios de anteriores batallas. Desde las imágenes del comienzo del conflicto, ecos tenebrosos de la Segunda Gran Guerra, con trenes cargados de angustias, huidas y dramas, mujeres y niños forzados al destino del refugiado, hasta las pruebas gráficas, algo posteriores, que dejaban al descubierto lo peor de la contienda, fosas comunes tras el paso del soldado ruso y, más tarde, las escenas en las que el agua volvía a convertirse en arma letal y estratégica tras la voladura de la presa de Nova Kajovk.

Episodios, todos ellos, anclados en el pasado. Recreando lo ya ocurrido. Y el último, el más reciente, a modo de colofón, la revuelta de los mercenarios Wagner. Ya lo apuntaba Borrell, recordando la revolución rusa y a Marx (Karl) con su famosa aseveración de que la historia siempre vuelve: la primera vez en forma de tragedia, la segunda, de farsa. Las grietas de dos décadas de «putinismo», la revuelta de los mercenarios, oscilante entre asonada o protesta sindical, que se hizo viral. Un «show» retransmitido en directo que forzó al mundo a contener la respiración durante unas horas y que resume el espíritu de un conflicto a dos tiempos, como a dos ritmos que se instala en el hoy, sin saber si está más cerca del ayer o del mañana y con los riesgos, ciertos, de difuminar la realidad: a pie de bomba, pero con 5-G. El propio Zelenski («esto no es Hollywood», dijo) avisa de ese «streaming» histórico dramáticamente enlazado con los vicios más arcaicos y crueles de los enfrentamientos.

Y en idéntica dicotomía, la que nos marca el drama de Kyiv, se mueve nuestra civilización. Creemos que los avances tecnológicos nos transportan ya a otra cultura, a otro progreso, pero seguimos instalados en un interregno, paréntesis de pasado y futuro, entre dos eras, en un presente indeciso, colmado de traumas, incertidumbres e incógnitas, que se tumba en el diván, esperando a decidir, primero, y a comprender, después, qué es exactamente. Mientras tanto, asistimos como espectadores de excepción a una guerra dual en nuestro mundo dual. Ucrania, reflejo del siglo XXI.