Sin Perdón

Uno de los grandes reyes de nuestra Historia

«Prefiero tener un jefe de Estado como Felipe VI, que es lo mismo que defendí cuando estaba Don Juan Carlos»

Don Juan Carlos es uno de los grandes reyes de la Historia de España con los Reyes Católicos, Carlos I, Felipe II y Carlos III. En el caso de Alfonso XII, creo que hubiera realizado una labor extraordinaria, pero su prematura muerte nos impide saberlo. Ningún rey del pasado puede ser analizado desde nuestra mentalidad, ya que el contexto nacional e internacional siempre es fundamental para interpretar un reinado. Es algo evidente para cualquier historiador mínimamente avezado. La Historia no puede ser interpretada y escrita con la mentalidad de un hooligan como sucede cuando aparece la política, porque es una disciplina científica que tiene una metodología y unas reglas. Por eso, las hagiografías, la propaganda o la memoria no son fuentes fiables. Su utilidad puede ser complementaria con aquellas que podemos considerar sólidas y rigurosas. Es una de las causas de mi rechazo a las leyes de memoria histórica que son hijas del fanatismo y la ignorancia. Luis García de Valdeavellano, uno de los grandes historiadores de nuestro país, indicaba que escribir desde la Segunda República seguía siendo política. Es una reflexión que podemos mantener, desgraciadamente, a pesar del tiempo transcurrido.

A pesar de ello, existen obras muy interesantes que se centran en la labor que corresponde a un historiador. Es cierto que hay otros que prefieren poner por delante sus ideas políticas al rigor que es exigible en la vida académica. En pocas páginas es fácil decidir que no vale la pena seguir con la lectura. El reinado de Juan Carlos I es uno de los más importantes y decisivos de nuestra Historia. Al margen de su vida personal y los errores que pudo cometer, desde que asume la Corona hasta que abdica realiza un papel extraordinario que merece nuestro respeto y admiración. Es fácil para los que no vivieron la dictadura franquista y la Transición entrar en descalificaciones o cuestionar el papel del rey padre, pero es un ejercicio estéril que solo responde una ciega cerrazón política. No solo el golpe de Estado, sino el antes y el después conforman un legado incuestionable. La muerte de Franco dejó más incertidumbre que certezas. Era un libro en blanco que había que escribir. Por eso, las leyes de memoria histórica son una enorme irresponsabilidad y un ataque frontal a la concordia que alcanzaron aquellos que sí vivieron la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura franquista.

No creo que los autores de ese bodrio legislativo puedan dar ninguna lección a los diputados y senadores constituyentes. No pueden darla a un gran Rey que cometió errores en su vida personal, pero es bueno recordar que también hay muchos sepulcros blanqueados entre aquellos que ahora le critican o los que impulsaron la ruptura que representan esas normas tan innecesarias como guerra civilistas. Una vez más nos encontramos con la política más descarnada y reprobable protagonizada por aquellos que no son servidores públicos, sino que buscan servirse de lo público para lograr ventajas personales o partidistas. Como nadie en mi familia ha sido franquista, me siento muy cómodo en este debate a diferencia de aquellos que pretenden reescribir la Historia y aplicar arbitrariamente la «damnatio memoriae» condenando el recuerdo para esconder sus propias miserias.

En el caso de Don Juan Carlos nada podrá cambiar su papel como protagonista del tránsito de la dictadura a la democracia. Por supuesto, con el apoyo de una clase política que estuvo a la altura del momento histórico que le tocó vivir. Con juristas de primer nivel que fueron capaces de diseñar la transformación del régimen a la democracia desde la ley a la ley. Por supuesto es algo que no serían capaces de hacer ni los leguleyos que ayudan en el disparatado proceso de mutación constitucional que impulsa el sanchismo ni el sobrevalorado Cándido Conde-Pumpido y sus mariachis que tienen conocimiento superficial del Derecho Constitucional. Nunca he defendido ni defenderé la Monarquía por cuestiones solo sentimentales o históricas. Es cierto que desde el final de la dominación romana hasta nuestros días, España ha sido un reino, unas veces unido y otras dividido como sucedió hasta que se culminó la Reconquista, y las dos Repúblicas, absurdamente sobrevaloradas, fueron un periodo muy breve de nuestra Historia. Es cierto, aunque parezca un esperpento, seguimos siendo un reino durante la dictadura franquista.

Felipe VI ha demostrado que la jefatura de Estado monárquica es perfecta para nuestro país, tan complejo en su pasado como en su realidad actual. Lo ha hecho con eficacia, prudencia, rigor, transparencia y equilibrio. Si el reinado de su padre fue muy complicado hasta que se completó la Transición y entramos en la normalidad democrática propia de cualquiera de los países de la Unión Europea, el suyo no le ha ido a la zaga. Los problemas se han sucedido de forma ininterrumpida y ha sabido estar siempre a la altura de las circunstancias con la ayuda de la Reina, que ha demostrado que no es necesario nacer princesa para ser una gran soberana, y el eficaz y reducido equipo que le ha rodeado encabezado primero por Jaime Alfonsín y ahora por Camilo Villarino.

Los errores personales, cabe insistir en este término, porque en lo institucional ha sido siempre impecable, no deberían hacernos olvidar el papel de Don Juan Carlos como piloto de la Transición. Ahora celebramos esos 50 años de su reinado, aunque sin la importancia e intensidad que serían justas para lo que hizo como el primer servidor público de nuestro país. Al margen de la polémica provocada por sus memorias, así como de su oportunidad, nadie podrá cambiar el relato de lo que sucedió y cómo se hizo. Los auténticos protagonistas, algunos afortunadamente todavía viven, son los testigos de ese periodo que no hubiera sido tan fructífero para nuestra sociedad sin la firme determinación democrática que siempre tuvo el rey padre. Hay muchas razones para defender la Monarquía, como también la República, pero prefiero tener un jefe de Estado como Felipe VI, que es lo mismo que defendí cuando estaba Don Juan Carlos.

Francisco Marhuenda. De la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España. Catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)