Tribuna
Venezuela: política y geopolítica
La cuestión política de Venezuela es, ante todo, un asunto geopolítico
Transcurrido más de un mes de las elecciones presidenciales en Venezuela las posiciones políticas del chavismo (Gran Polo Patriótico) y de la oposición (Plataforma Unitaria Democrática) siguen enconadas, a pesar de ratificar el Tribunal Superior de Justicia la validez de los resultados del Consejo Nacional Electoral, y que dan como ganador a Nicolás Maduro. En cualquier caso, el control de las instituciones del Estado le garantiza al chavismo continuidad en el Palacio de Miraflores, independientemente de la evolución de la crisis poselectoral. De hecho, Maduro ya ha remodelado su gobierno, incorporando en el ejecutivo a figuras clave como Diosdado Cabello.
Las dinámicas de la disputa electoral en Venezuela penalizan la estrategia opositora porque su enfoque ha situado tradicionalmente el apoyo político externo por encima de la batalla cultural y de ideas. Todos los actores opositores a los que en algún momento de los últimos veinticinco años les ha tocado liderar la alternativa al chavismo han aplicado una estrategia similar: recabar el apoyo político-económico de EE.UU. y la de los conglomerados mediáticos occidentales para tratar de alcanzar el poder. De alguna manera, la oposición sigue atrapada en los mismos errores estratégicos cometidos en el Golpe de Estado de 2002. La visión política del chavismo, en cambio, ha antepuesto siempre los ámbitos nacionales, dando la batalla cultural, social, territorial e institucional. Esto ha hecho que el chavismo sea un actor mucho más estructural y estoico.
Desde 2002, la pugna política en Venezuela ha dejado de obedecer a la lógica de la politización democrática. A partir de ese año, la lucha política se desarrolla por los cauces de la polarización social, por empeño de los sucesivos gobiernos estadounidenses y la incapacidad estos para adoptar un enfoque realista, pragmático y respetuoso con la soberanía e independencia de este país. La Administración de Bush hijo no solamente se opuso al triunfo democrático de Hugo Chávez en 1998, sino que instigó el Golpe de 2002; la Administración Obama desarrolló, por medio de la «Venezuela Executive Order», una agenda de cambio de régimen sin tapujos; por su parte, la Administración Trump explicitó que nunca se trató de democracia o derechos humanos, sino del control de los recursos naturales venezolanos. No tuvieron ningún reparo para provocarle al país un daño político, económico y social irreparables.
Por cuestiones de imagen, los países comunitarios se sienten mucho más cómodos con el enfoque subrepticio de la actual Administración Biden. Sin embargo, las élites políticas europeas viven obsesionadas, tanto o más que sus pares estadounidenses, con provocar un cambio de régimen en Venezuela. Los Estados miembros de la UE, por ejemplo, no han sido capaces de mantener una saludable y prudencial distancia respecto al enfoque jingoísta de EE.UU. hacia Venezuela. La UE y sus países miembros han empleado el silencio político como forma de convalidar todas las agresiones a las que se ha sometido a Venezuela, eso cuando no han sido parte directa en las mismas, aplicando medidas coercitivas unilaterales, bloqueando activos estatales o imponiendo restricciones al acceso a insumos críticos, incluso durante la pandemia del Covid.
Con su silencio las potencias occidentales han convalidado, igualmente, toda suerte de acciones híbridas en contra la seguridad del Estado venezolano y sus autoridades: golpes, tentativas de magnicidio, instigación a la insurrección, sabotajes a las infraestructuras críticas, desconocimiento del gobierno y de los poderes públicos, etc. Todas estas agresiones se han cometido en contra de un Estado que nunca ha agredido a ningún país. Al contrario, no es la primera vez en su historia que Venezuela es objeto de acoso por parte de las potencias occidentales.
La narrativa política en contra de Venezuela no hubiera sido posible sin la cobertura selectiva-negativa de los medios occidentales a la hora de informar sobre los gobiernos chavistas. Una cobertura claramente orientada a normalizar la agresión. No son pocos los países occidentales que han convertido política y mediáticamente a Venezuela en un aspecto más de la agenda doméstica. Este hecho no ha ido acompañado de una cobertura mediática equilibrada. La visibilización de una sola de las partes en conflicto ha sido la norma. En la cobertura informativa sobre Venezuela el peso de la publicidad y la propaganda –por encima del periodismo–, ha sido preponderante. ¿Dónde queda, por tanto, el derecho de la opinión pública a recibir información imparcial?
Los ataques externos contra Venezuela –los del pasado y los del presente– han estado motivados por la existencia de recursos estratégicos ubicados en este país. Los motivos del actor hegemónico actual no son distintos. Por tanto, la cuestión política de Venezuela es, ante todo, un asunto geopolítico. El hecho de que las relaciones y las alianzas internacionales de Venezuela favorezcan en estos momentos las perspectivas de las potencias emergentes en detrimento de las occidentales es algo atribuible a los sucesivos gobiernos estadounidenses y la visión imperialista de estos.
Youssef Louah Rouhhoues analista de asuntos internacionales.
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