Quisicosas
Victoria Grande
Me pregunto si en el cielo contará más su trabajo o esa forma calmada de caminar por la vida, la que tienen los de Orense, sus raíces
Ya sabe el lector que ha muerto Victoria Prego, porque quien lee periódicos tiene amigos notables, como ella. Las personas son polígonos de muchas caras y la pública sólo es una de ellas. Paco Marhuenda, por ejemplo, dirige La Razón, pero además lleva el maletero plagado de libros y películas. Mauricio Casals es el presidente y peca con el chocolate puro en todas las comidas. Alfredo Semprún juega con trenes de hojalata, Isabel San Sebastián y Juan Carlos Girauta tocan la guitarra y cantan como los ángeles y mi admirado Gustavo Villapalos buceaba en Cabo de Gata. Las personas somos cajas de Pandora.
Victoria adoraba el té de todas clases, de Ceilán, India, China, negro, verde, rojo o blanco. Tisana refrescante o bebida para despertar al día. Lo digo por asomarles también a ustedes a su humanidad concreta, que fue un regalo para todos los que compartimos un trozo de existencia con ella.
La Prego ha sido una de las grandes periodistas de la transición, ha estudiado y comprendido el que ha sido el episodio contemporáneo más luminoso de la Historia de España. Sus reportajes televisivos, entrevistas y libros son y serán imprescindibles para entendernos como país, así que ha pasado a los anales para siempre. Eso, de por sí, hace meritoria una existencia, pero fuera de los focos, Victoria Prego fue una persona deliciosa. Era serena y prudente, discreta y sencilla. Tenía lo que los catalanes llaman seny y los castellanos, sentido común. Jamás se creyó nada, siempre se rio de los oropeles y tenía una mano tendida para los que empezábamos y el dato y el contacto precisos. Los platós y los estudios eran para ella el tractor o el taxi, el instrumento de trabajo, pero nunca perdió de vista su pequeñez, ni la de cada uno. Con su pelo corto y sus zapatos cómodos, era un placer encontrársela. Positiva siempre, jamás se quejó del cáncer que la acompañó durante años y años y morirse ha sido en ella tan discreto que nos ha sobresaltado.
Me pregunto si en el cielo contará más su trabajo o esa forma calmada de caminar por la vida, la que tienen los de Orense, sus raíces. Digo yo que San Pedro querrá saber cosas de Suárez y Carrillo, pero barrunto que se va a reír cuando le pregunte por su matrimonio y Victoria le espete lo que me dijo a mí: «Yo es que soy de segunda convocatoria ¿sabes?...de septiembre de la vida». Se refería a su segunda boda, con el realizador Elías de Andrés, con el que doy fe de que fue muy feliz.
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