Sin Perdón

Las victorias de Sánchez son las derrotas de España

«Los nacionalistas suman 20 diputados de 350, una cifra muy pequeña para que decidan la gobernabilidad»

Nadie debería sentirse orgulloso de pactar con los enemigos de España. Sánchez se siente victorioso, a pesar del mal resultado que obtuvo en las elecciones, porque su prioridad es seguir en La Moncloa. A pesar de ser el gobierno más progresista del mundo y, probablemente, de la Historia de la Humanidad, haber afrontado la Covid, utilizado decenas de miles de millones en su campaña electoral, liderar la UE y hacer una política económica que merece el aplauso universal, quedó el segundo. Por lo visto, no es profeta en su tierra a pesar de una euforia que en realidad camufla su inseguridad. Lo lógico es que hubiera logrado un gran resultado, pero solo consiguió movilizar a la izquierda y someter ahora a sus aliados utilizando el miedo a Vox. Su tesis es muy simple. Feijó no puede pactar con Abascal, que lidera un partido constitucionalista, pero él puede hacerlo con los independentistas, los comunistas, los antisistema y los antiguos dirigentes del aparato político y militar de ETA.

¿Qué es peor para España? En mi opinión es gobernar con los enemigos de la Constitución como son Puigdemont, Junqueras y Otegi. A esto hay que añadir al listillo oficial de Urkullu que quiere convertir España en un protectorado del PNV y a los independentistas catalanes. Fernando VII ha pasado a la Historia como un felón que, en las abdicaciones de Bayona, con la inestimable ayuda de sus padres, los reyes Carlos IV y María Luisa, entregó España a los franceses. El tema es más complejo, pero voy a utilizar esta imagen simple para visualizar que nunca se puede pactar con los enemigos de la patria. Hay otros casos en nuestra Historia, pero por supuesto en otros países. En Estados Unidos, el general Benedict Arnold es un ejemplo de traidor, ya que abandonó al ejército de los patriotas coloniales para servir a los británicos en la Guerra de la Independencia, aunque es más acertado hablar de una guerra civil entre ingleses.

Por supuesto, el mariscal Petain es uno de los personajes más vilipendiados, en mi opinión exageradamente porque no tuvo otra solución, por intentar salvar a Francia aceptando la ignominia de la ocupación alemana y presidiendo el régimen de Vichy. El héroe de Verdún se convirtió en la excusa perfecta para limpiar el repugnante colaboracionismo o la indiferencia de una buena parte de la sociedad francesa. Los Campbell, duques de Argyll, dieron la espalda a su rey legítimo de la Casa de Estuardo para apoyar a los Hannover. Pongo estos ejemplos, aunque la lista es interminable, porque Sánchez debería cerrar el paso a cualquier acuerdo con los enemigos de nuestro país. La Historia le debería resultar útil, porque nada bueno puede salir de aliarse con un traidor.

Es mejor salir con la cabeza alta y la dignidad impoluta, que seguir en La Moncloa aceptando el disparate de una amnistía y un referéndum que pone en cuestión la unidad de una nación milenaria. Una minoría muy pequeña se quiere imponer sobre la inmensa mayoría gracias a la debilidad de un político que quiere seguir en La Moncloa. Es algo que no puedo compartir. Algunas de las políticas de Sánchez en materia económica, social o cultural no me gustan, pero está en su derecho a aplicarlas. Otra cuestión distinta es pactar con los enemigos de España y alardear de que ha ganado las elecciones porque a lo mejor puede seguir gobernando condicionado por Junts, ERC, Bildu y PNV. Me recuerda lo que sucedió cuando finalizó el Sacro Imperio Romano Germánico o Primer Reich que duró más de ocho siglos. Había sido un mosaico de casi 300 estados con distinto grado de soberanía, aunque estaban unidos por un idioma y una misma idea fuerza de nación alemana. Hubo un proceso que comenzó en 1795 y finalizó en 1814 que implicó la mediatización de la mayor parte de esos Estados que pasaron a depender de otros más poderosos dentro de la Confederación del Rin, el estado satélite controlado por Napoleón, y, tras el Congreso de Viena (1814-1815), de la Confederación Germánica. Por hacer un símil, la mayor parte de las autonomías quedarán mediatizadas, según el plan de Urkullu, bajo el control de las naciones soberanas de Cataluña y el País Vasco. Los nacionalistas tendrían la llave de la gobernabilidad mientras el Estado desaparecería de sus territorios.

Nunca he pensado que la rendición sea una victoria y menos en este contexto. Hay circunstancias excepcionales, como la rendición del ejército del teniente general Arthur Percival en Singapur a los japoneses al mando del teniente general Tomoyuki Yamashita, que sería ejecutado como criminal de guerra al finalizar la Segunda Guerra. Churchill la calificó como «el peor desastre y la mayor capitulación de la historia británica», pero no había otra solución.

En nuestro caso, sí hay una salida que es acudir a las urnas y pedir, tanto Feijóo como Sánchez, no depender de los enemigos de España. Por tanto, sería un mensaje de credibilidad, así como de coherencia con la historia del PSOE. Una cosa es gobernar con los comunistas de Yolanda Díaz y otra muy distinta es hacerlo gracias a los herederos de ETA y los independentistas de ERC y Junts. Hay que tener en cuenta que son 20 diputados de 350. Es una cifra muy pequeña para que decidan la gobernabilidad.

Sánchez actúa como si ya tuviera cerrada la investidura y Puigdemont, Junqueras, Ortuzar y Otegi fueran solo marionetas a su servicio. No creo que se hayan sentido fascinados por su persona y estén dispuestos a abandonar su voracidad soberanista. Por tanto, la victoria de Sánchez, en el caso de producirse, sería la derrota de España.

Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)