Religión

La vida nueva: Lectio divina del evangelio del II domingo de Adviento

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, MadridJosé Javier Míguez RegoJosé Javier Míguez Rego

El Adviento, que es un tiempo de renovación espiritual y fortalecimiento de la fe, nos hace descubrir que nuestra condición humana está destinada a participar de lo divino. Así se manifiesta en la invitación que el profeta Isaías hace al pueblo oprimido en Babilonia para que desande los pasos de su exilio y regrese a la tierra de la libertad y la alabanza a Dios. El evangelio nos presenta a Juan el Bautista, “el más grande entre los nacidos de mujer”, quien nos confirma la llamada a vivir la integridad de nuestro propio ser, de cara a la manifestación del Señor que se acerca a nosotros.

«Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”; se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”» (Marcos 1, 1-9).

Un sintético versículo sirve a Marcos como prólogo de toda su presentación de Cristo: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios”. Así expresa el cumplimiento de las promesas de Dios a Israel de enviarle un Salvador. Este Mesías es a la vez Hijo suyo, de su misma naturaleza. Por tanto, es Dios quien viene a encabezar la historia de su pueblo en primera persona. Pero esto nos habla también a nosotros hoy sobre la necesidad que tenemos de ser salvados. Cristo viene como el esperado, aquel por quien recibimos la gracia y la libertad.

Pero el nombre de Cristo solo aparece por ahora como telón de fondo, porque la atención se centra en otra persona: Juan el Bautista y su misión de preparar el camino al que ha de venir. Su figura da continuidad a la tradición de los profetas del Antiguo Testamento, quienes hablaban en nombre de Dios para trasmitir palabras de corrección y de consuelo. El lugar donde aparece el Bautista también evoca la historia de Israel: el desierto y el río Jordán, que recuerdan el árido camino y la entrada a la Tierra Prometida. Son también imágenes de la purificación que el pueblo ha de vivir antes de gozar la libertad. Efectivamente, el estilo de vida y el modo de vestir del Bautista recuerdan a Elías, el gran profeta. Juan anuncia y celebra un bautismo de penitencia, al cual se someten numerosas personas movidas por su predicación de la inminencia de la venida del reino de Dios. Él también nos recuerda la naturalidad de Adán, el primer hombre, quien debe ser purificado para volver al estado de inocencia original del que gozaba antes de pecar. Por tanto el anuncio de Juan nos mueve a pasar también nosotros por esta purificación interior y exterior, simbolizada en el rito del bautismo de penitencia y renovación. Así la liturgia nos invita a prepararnos para la Navidad, despojándonos, purificándonos y volviendo a nuestra verdad. Esa nos exige enderezar lo que en nosotros está torcido, reparar lo dañado, elevar lo hundido y abajar lo elevado. Porque nuestra existencia debe ser transformada gracias a la escucha de la Palabra divina y a la penitencia, que no nos deja en la humillación, sino que nos eleva.

Démonos cuenta de que es mucho lo que necesitamos purificar. Nos hace falta abajar la altura de nuestra soberbia y autosuficiencia, al tiempo que nos elevamos de la mediocridad y la falta de amor y de verdad. Lo tortuoso en nuestra vida ha de ser enderezado y convertido en un camino real para que por él entre a nosotros la gracia de Dios. Por tanto, volvamos hoy a nuestra consagración bautismal, cuando fuimos despojados del viejo pecado y renacimos a la vida nueva en Cristo. Hagámoslo examinando nuestra conciencia desde todo aquello a lo que renunciamos en ese momento:

¿Renunciáis a Satanás, esto es:

al pecado como negación de Dios;

al mal como signo del pecado en el mundo;

al error, como ofuscación de la verdad;

a la violencia, como contraria a la caridad,

al egoísmo como falta de testimonio del amor?

¿Renunciáis a sus obras, que son:

envidias y odios;

perezas e indiferencias;

cobardías y complejos;

tristezas y desconfianzas;

injusticias y favoritismos;

faltas de fe, de esperanza y de caridad?

¿Renunciáis a todas sus seducciones, como pueden ser:

creeros los mejores, únicos y poseedores de la verdad;

creeros que ya estáis convertidos del todo

y perderos en las cosas, medios, instituciones y reglamentos

en lugar de ir a Dios?