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La vida nueva: Lectio Divina de este IV domingo de Adviento

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Campanario de una Iglesia
Campanario de una IglesiaManolo GuallartManolo Guallart.

Responde Dios a los anhelos más profundos de la humanidad, que son la necesidad de alcanzar lo divino y la búsqueda incesante de la verdad y la paz. Vemos en la primera lectura que Él ofrece esto a David como promesa para su descendencia, y es lo que acontece en María, quien responde afirmativamente a su voluntad al comienzo del Evangelio. Estos textos son el mejor preámbulo a la Navidad, pues nos enseñan la adecuada disposición para celebrarla con toda autenticidad. ¿Pudiéramos acaso conseguir por nosotros mismos la salvación? ¿Serían capaces nuestras pocas fuerzas de alcanzar a Dios y encontrar en Él nuestra verdad más auténtica?

«En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel se retiró» (Lucas 1, 26-38).

No es que nosotros podamos alcanzar a Dios; es Él quien ha venido hasta nosotros. Porque solo podíamos dialogar con Él y contemplar su belleza si Él superaba el abismo que nos separaba viniendo a nuestro encuentro. Esto es lo que celebramos cada Navidad. Es lo que da sentido a nuestro exultar en la noche de la gracia y vivir en la certeza de que Él sigue entre nosotros. Así lo anuncia la primera lectura de hoy: “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo” (2º Samuel 7,14). Porque el Dios eterno adopta nuestra finitud, el Perfecto eleva nuestra imperfección. Es la promesa que conmina a Israel, su primer pueblo, para mantenerse en espera confiada, como debe ser la nuestra en la víspera de la Navidad. Es la misma actitud que encontramos en la Virgen María, sorprendida por la visita del ángel. La obra de Dios se realizará a partir de su asentimiento, que expresa la apertura de toda la humanidad hacia lo divino. Ella responde en nombre de todos los que ayer, hoy y siempre esperamos en el Señor; no menoscaba en su pequeñez, pues se da cuenta de que Dios tampoco lo hace. Responde con humildad y confianza a sus planes, y desde allí se asocia al misterio de la salvación. Por tanto…

…No hables de Navidad si antes no has callado para escuchar la voz de Dios.

No te afanes tras las rebajas del mundo en vez de buscar el premio eterno.

No prepares una fiesta si no has dispuesto tu corazón.

No esperes regalos si tu vida no ha sido un don.

No apures hasta medianoche si no estás velando a la espera del Salvador.

No cantes letras de otros si tú mismo no eres alabanza para él.

Porque la luz de la vida arde allí donde ha sido esperada y se ofrece a muchos más. La Navidad viene cuando se la espera en gracia de Dios.

Disponte a vivir así esta Navidad. Prepara el centro de tu alma como el pesebre que recibirá al Salvador. Llena tu casa de las obras de amor que esté en tus manos realizar. Saca de ella los rencores y las medianías. Que tu camino se ilumine por la palabra de Cristo, y que procures seguirle en toda circunstancia. Acoge su perdón y ofrécelo a quien corresponda. Entona cantos para acompañar a los ángeles que te custodian. Haz resonar esa melodía en la vida de los que avanzan contigo y en muchos más. Saluda con admiración a la Virgen María y descubre en ella tu llamada a la santidad. Imita sus virtudes, vive su total donación a Dios. Que ella te muestre a su Hijo, que ha venido a esta tierra a traer maravillas. Póstrate y adóralo, y que esa adoración se convierta en compromiso de anunciarle y con un amor concreto y efectivo. Esta es la fiesta que has de celebrar, la verdadera.