Religión
Rendirnos para triunfar
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid
Meditación para este domingo del Corpus Christi
Estamos acostumbrados a querer ser fuertes y defendernos. Sin embargo, el camino cristiano nos propone un movimiento inverso: hacernos débiles y rendirnos para alcanzar la verdadera fortaleza y plenitud de vida. Porque el amor nos eleva en la medida en que descendemos; rindiendo nuestras armas alcanzamos la victoria. Esto pasa porque Cristo nos invita a seguirle en su ejemplo de humildad y total entrega, que recibe como resultado la glorificación. Hoy estamos llamados a redescubrir y exaltar con nuestra piedad el punto de encuentro de esa rendición de amor de Cristo hacia nosotros y de la nuestra hacia él, que es el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre
El término que más se acerca a definir esa doble rendición de amor de la que hablamos es el de “dedición”. Este proviene del latín, “deditio-onis”, y se refiere a la rendición incondicionada o capitulación de una plaza. por espontánea sumisión. Este término puede llegar a expresar la dedicación sin reservas, con empeño y pasión a una persona, actividad o ideal. Esto es precisamente lo que hace Cristo con su Padre durante toda su vida histórica, y que expresa claramente cuando en su agonía en el huerto reza: “Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42). Y esa voluntad era que él se entregara, es decir, se rindiera libremente a manos de los hombres para salvarnos con el derroche de su amor hasta el extremo. Por tanto, la dedición de Cristo hacia nosotros descubre su relación dentro de lo divino, porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven eternamente la misma dinámica de total entrega y amor interpersonal. Nosotros, creados a imagen de este amor de Dios, no alcanzamos nuestra realización sin antes realizar una incondicionada rendición de nuestra mente, cuerpo y almas ante el mismo Dios. Esta dedición implica deponer las armas de nuestras pretensiones y autoengaños en confiada entrega a Aquel que responde con mayor generosidad. El sacramento de la Eucaristía contiene y expresa todo este misterio. Ahí se sella la dedición de Dios hacia la humanidad y de lo humano hacia Él.
La sagrada Hostia es Dios mismo hecho alimento corporal para darnos la la plenitud personal. Que el Verbo de Dios se haya hecho carne y se haya dejado matar en la cruz es el mayor escándalo y locura para el mundo, y si además esta carne se hace pan, su misterio se hace aún mayor. Este amor divino hecho sustento que se parte, se reparte y se comparte puede alcanzar y sanar lo más humano: nuestra condición caída y necesitada de redención. Necesitamos ser alimentados así para obtener la vida eterna, pues no solo de pan temporal vive el hombre, sino que necesitamos ser nutridos desde lo más íntimo de lo que somos, en el vértice en que se unen nuestro cuerpo y alma, vida física y espiritual. Solo el Señor en la Eucaristía puede llegar a ese punto sagrado para redimirnos y conducirnos a la eternidad.
Hoy estamos invitados a vivir esa rendición personal de todo nuestro ser –cuerpo, mente y espíritu– ante la eterna rendición de amor de Cristo hacia su Padre, extendida a la humanidad por su Santísimo Sacramento. El desafío que se nos presenta es si seguir pretendiendo hacernos fuertes y válidos por nosotros mismos o dar el paso humilde y valiente de una rendición que canta victoria, porque rendición de amor, que todo vence y todo transforma. Que al recibir hoy a Cristo en la misa y adorarlo en el altar, dirijamos la mirada a lo que va mucho más allá de cualquier anhelo de este mundo. Él nos hace asumir, trascender y ordenar cada cosa desde una luz y una fuerza que no podemos darnos a nosotros mismos, sino que advienen a nosotros como don de lo alto. No temamos rendirnos en amor y alabanza a Él en este día. Tenemos la oportunidad de valorar más profundamente la entrega de Cristo que se deja partir, repartir y compartir para que vivamos con sabor de eternidad.
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