Religión

Señor, que vea

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de Santa Ángela de la Cruz, Madrid

Señor, que vea
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Lectio divina para este domingo XXX del tiempo ordinario

También hoy Jesús pasa por el camino donde tantas veces nos quedamos al borde. Su presencia está en nosotros y entre nosotros, aunque no nos deje verla nuestra ceguera espiritual. Por eso le pedimos: “Señor, que vea”. Que veamos a Dios, que veamos la verdad de nosotros mismos, que veamos a cada prójimo como una presencia de Dios para amar. Esto es lo que puede ponernos en el camino de la fe, que supone siempre un proceso por el que pasamos de la oscuridad a la luz, gracias a la conversión de una antigua vida, el encuentro con Cristo, el abrirnos y recibir su gracia y, definitivamente, seguirle en su camino. Leamos con atención:

«En aquel tiempo, llegó Jesús con sus discípulos a Jericó. Y al salir él con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego, diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”.  Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que te haga?”. El ciego le contestó: “Rabbuní, que recobre la vista”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha salvado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino» (Marcos 10, 46-52).

La vida cristiana es un proceso, porque Dios quiere hacernos compartir su vida paso a paso, en un crecimiento personal y progresivo que nos va adentrando con estupor y gozo en la plenitud de la vida. La ceguera de este hombre de Jericó, la primera ciudad que conquistó Israel al entrar en la tierra prometida, habla de la penosa condición de quien merece participar de las maravillas de Dios, pero que está impedido a ello por distintas causas. Bartimeo no puede avanzar por el camino hacia la libertad, sino que se queda al borde, pidiendo limosna. Sin embargo, sí logra escuchar que Jesús está pasando por ahí, y este es el inicio de su proceso de fe, que entra por el oído y despierta su atención más profunda. Entonces clama por su ayuda hasta que, superando los obstáculos humanos y de su propia discapacidad, es llamado por el Señor.

Démonos cuenta de que Jesús nos llama para atender nuestras necesidades y acudamos confiadamente a él. No nos cerremos en nuestra desdicha e incapacidad. Podemos presentarlas al que pasa por nuestro camino para llevarnos hacia la luz. A la vez, seamos como los que acompañaban a Jesús, quienes también viven un proceso que va de poner obstáculos al ciego a invitarle a acercarse al Maestro. Seamos de los que llevan a otros hacia Cristo e invitan a tomar conciencia de su llamada. Meditemos, por tanto, sobre qué obstáculos pongo la relación de Dios tanto para mí mismo como de los demás.

“¿Qué quieres que haga por ti?”, inquiere Jesús al ciego. Y esto no es una pregunta retórica ante lo evidente. Dios sabe bien lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, pero aprovecha nuestras necesidades para que entablemos un diálogo con Él. A la vez, espera que le pidamos de manera concreta lo que necesitamos, que le pongamos nombre a lo que nos aflige. Bartimeo pasa de ser un mendigo lastimero a un interlocutor y luego un discípulo de Jesús, que le saca de su autocompasión para hacerle dar el salto hacia la fe y la luz. Así hace que su necesidad se convierta en su gran oportunidad. Pidamos, por tanto, en este día:

Señor, que vea,

que abras los ojos de mi alma hacia tu luz,

que salga de mi autocompasión, de las quejas que me dejan al borde del camino,

y me atreva a dar el salto hacia ti hoy y siempre,

amén.