Religión
¿Dar o darse?
Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de Santa Ángela de la Cruz, Madrid
Meditación para el domingo XXXII del tiempo ordinario (Marcos 12, 38-44)
Cuando Dios habla de amor, no se refiere a un amor cualquiera, sino al amor que es fuerte más que la muerte (Cantares 8, 6). Aquí lo determinante es la disposición a dar y darse a sí mismo por el bien de quien se ama; dar lo más valioso y más bello de sí por lo que anhela y lucha nuestra alma. Bajar este nivel, en cambio, es conformarse con la satisfacción inmediata, la complacencia del gusto que se agota y muta. Porque el amor implica un “duelo”, es decir, enfrentamiento entre dos fuerzas que se contraponen: la satisfacción de mí mismo o el ofrecimiento gozoso de quien soy por el Bien mayor. En contraparte, el mundo sin Dios nos dice que tener es poder y que eso nos hace ser. Pero fácilmente comprobamos que la paz, la felicidad y la plenitud personal no están en llenarnos de cosas externas ni manejar todo a nuestro antojo. Más bien, alcanzamos esos grandes anhelos mientras más nos donamos, cuando ofrecemos lo mejor de nosotros mismos. Por eso, ante la mentira mundana, si vivimos el evangelio experimentamos que mientras más doy, más soy. Mientras más ofrezco, más crezco. Sobre esto precisamente no se enseña el Evangelio de este domingo:
«En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia mas rigurosa”. Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.» (Marcos 12, 38-44).
Los escribas contra los que advierte Jesús representan muy bien esa avidez por acumular que alejan al hombre de su verdadero ser. Ellos acumulan conocimientos y distinciones, especialmente en lo que se refiere a la religión. Es como si estuvieran negociando a Dios y viviendo de sus rentas. Pero, paradójicamente, no conocen al Dios vivo y verdadero. “Saben” apenas un poco de lo que han leído sobre Él, pero desconocen su verdad. “Porque Dios es amor, y sólo quien ama conoce a Dios” (1Jn 1,8). Y amar es dar, ofrecer lo mejor que se tiene y todo lo que se es. Por eso, conviene preguntarse: ¿Mi relación con Dios se basa en lo que tengo sobre Él (seguridades, conocimiento, destrezas…) o en lo que doy de mí mismo (paz, libertad, esfuerzos ofrecidos…)?
El ejemplo de la viuda pobre nos enseña que es fácil dar de lo que nos sobra. El reto está en darse uno mismo. La generosidad distingue a quien es libre, quien se ha descubierto amado por el Padre del cielo, que nos da siempre lo que necesitamos. En cambio, la mezquindad denota inseguridad y debilidad de corazón. Se siente demasiado miedo cuando no se ha experimentado el amor, y por eso se ponen las propias seguridades en los bienes que son apenas un medio. Por tanto, preguntémonos: ¿Cuál es ese TODO que ofrezco hoy a Dios?
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