Religión

Más allá de la cruz

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de Santa Ángela de la Cruz, Madrid

Más allá de la cruz
Más allá de la cruzLa Razón

Lectio divina de este II domingo de cuaresma

Ante la profecía que Jesús realiza sobre su propio destino, los discípulos se preguntaban qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos. Porque era inimaginable para ellos la suerte del Mesías. Sin embargo, para prevenir el escándalo que les causaría su muerte en la cruz, Dios les da un adelanto de la glorificación que recibiría Jesús haciéndoles testigos de su transfiguración, tal como lo contemplamos en el evangelio de este domingo:

«En aquel tiempo, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”. Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto» (Lucas, 9, 28-36).

Era inimaginable el destino de Cristo: morir en la cruz como un malhechor y resucitar en gloria como Dios. Por eso sus discípulos se preguntaban qué querría decir la resurrección que él anunciaba. De allí que, para prevenir el escándalo que les causaría su muerte, el Padre les da un adelanto de la glorificación del Hijo en su transfiguración. Porque para Dios no hay sacrificio sin gloria, ni lucha sin recompensa. El odio del mundo no puede tener la última palabra sobre los que siguen al Buen Pastor, que no nos promete privarnos de oscuridades, sino que su callado nos dará sosiego en medio de ellas (Salmo 23). También nosotros podemos experimentar muchos adelantos de la glorificación que Dios quiere otorgarnos, como cada vez que vivimos en el amor o cuando entramos en diálogo con Él en la oración. No desperdiciemos estos momentos de luz que Él nos ofrece y que estos nos den fuerza para superar toda prueba y adversidad. Cuando unimos nuestros dolores a la pasión de Cristo podemos experimentar algo de la gloria que él nos ha ganado y espera darnos en plenitud.

El acontecimiento de la transfiguración aparece, por tanto, como un signo y oportunidad a aprovechar en nuestro presente. Porque hemos de reconocer que continuamente estamos tentados a dar simples pasos de un lado a otro, pero sin alcanzar metas precisas y duraderas, que tantas veces exigen lucidez y constancia. Tantas veces buscamos alguna luz, pero nuestra decepción es grande al comprobar que era solo artificial. Se nos induce a cuidar la apariencia, pero no la trascendencia; a figurar, pero no a transfigurar. Tantos presumen de dar saltos temerarios hacia adelante, pero que no pocas veces conducen al vacío. Por eso es necesario aprender que la verdadera luz es la que transfigura lo aparente para dejar ver lo más profundo y más real, que permite atisbar lo eterno aquí y ahora mismo. Para ello es preciso cultivar el sentido de superación y de aspirar a lo más alto a través de la tenacidad de la fe, el aliento de la esperanza y la atención de la caridad. Porque todo lo terreno pasa y lo que el mundo considera felicidad suele ser mera ilusión. ¡Qué distinta una vida con los ojos y el corazón abiertos, elevada hacia cimas más valiosas y proyectada más allá de nuestros límites! La gracia divina en un alma trasfigura la caducidad de lo transitorio y más bien deja una estela que otros pueden seguir. Preguntémonos, por tanto, dónde estamos poniendo nuestra esperanza ¿En Dios que saca bien del mal y no permite que pasemos una prueba sin darnos la fuerza para superarla o en nuestros medios siempre insuficientes? Cristo nos hace descubrir que toda sombra tiene su revés luminoso; toda dificultad es una oportunidad; toda cruz, camino hacia la luz.