Religión

Padre, perdónalos

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de Santa Ángela de la Cruz, Madrid

"Cristo crucificado"Después de 1905. Fototipia sobre cartulina, a partir de una obra de Diego de Velázquez. No expuesto
"Cristo crucificado"Después de 1905. Fototipia sobre cartulina, a partir de una obra de Diego de Velázquez. No expuestoLa Razón

Lectio divina para este Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Con el Domingo de Ramos comienza la Semana Santa. En este año leemos la Pasión de Cristo, narrada por el evangelista san Lucas. Sobre esta queremos, porque lo necesitamos, destacar especialmente el momento decisivo de su muerte en la cruz, y sus últimas palabras de perdón y eternidad. Meditemos con reverencia:

[…] Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro le increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»

Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró […] (Lucas 23, 33-46)

Jesús ha deseado vivamente celebrar esta Pascua, su Pascua, nuestra Pascua. Esta significa el «Paso» desde este mundo al Padre y su reino; es decir, la apertura de las puertas de la gracia y la reconciliación de la humanidad con Dios y de los seres humanos entre sí. Se puede creer o no en este acontecimiento, pero nadie puede permanecer indiferente ante él. Jesús ha entregado su vida, llevando su amor por la humanidad hasta el extremo despojamiento de sí mismo en favor de todos. Él no se defiende, sino que se pone en manos de los que le arrancan la vida para ofrecerla con total libertad y evidenciar así que el amor de Dios es mayor a cualquier atrocidad humana. Cualquiera. Él es capaz de glorificarse en la humillación y sacar bien del mal.

«Padre, perdónalos…», es una de las palabras de Jesús en la cruz que nos refiere san Lucas. Esta nos muestra que toda la existencia terrena del Señor, todo su anuncio del Reino de Dios con palabras de vida eterna y con milagros portentosos, todo, todo alcanza su máxima expresión cuando él se entrega libremente en el lugar de todos y en favor de todos en el altar de la cruz.

«Padre, perdónalos…», es la sentencia de Dios ante el pecado del hombre. «Perdónalos…»: Aquí queda anulada toda condenación. Atrás ha quedado cualquier imagen castigadora y represora de un Dios que se revela como absoluto Amor. He aquí el abrazo a sus hijos pródigos. He aquí los acusadores que se retiran sin haber arrojado ni una piedra a los pecadores.

¿Qué haremos, entonces, al contemplar un amor así?

Reconocer, como creyentes, la centralidad de este acontecimiento. Sin el sacrificio de Cristo en la cruz ̶ que se actualiza en cada altar en todo tiempo y lugar ̶ el perdón humano sería solo un acallar el resentimiento hasta que llegue el desquite, y la reconciliación entre las personas, buenas intenciones interesadas. Necesitamos redescubrir que en el perdón que pide el hombre-Dios, despojado y traspasado entre el cielo y la tierra, se abre la posibilidad y la fuente del Perdón mayúsculo que nos hace pasar de lo caduco a lo eterno, de lo contingente a lo que trasciende. Es ese perdón que nos hace escuchar, dirigida a nuestra propia persona, la definitiva sentencia absolutoria: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso».

Desde esta experiencia, renovada con estremecimiento de amor, pidamos responder también nosotros como tal evento merece. Que en estos días busquemos, experimentemos y transmitamos la paz y el gozo de sabernos pecadores perdonados, hijos amados por su Padre, que nos ha reconciliado con Él. Hemos de comunicar también nosotros este amor y este perdón a cada persona que encontramos en el día a día de nuestros días. Nadie puede quedar al margen de un acontecimiento tan grande y transformador.