Religión

La señal

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de Santa Ángela de la Cruz, Madrid

La señal
La señalJosé Javier Míguez Rego

Lectio divina para este V domingo de Pascua

¿Qué diferencia a un pueblo cristiano de otro que no lo es? ¿Qué distingue a una familia fundada en la bendición de Dios de una simple convivencia humana? ¿Qué diferencia a un joven, un hombre o mujer cristianos de unos que no conocen ni ponen en práctica el Evangelio? Cristo nos revela hoy la señal que nos distingue ante toda apariencia y camino a medias. Leamos con atención:

«Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.» Juan (13,31-33a.34-35).

El mandamiento nuevo de Jesús es la señal distintiva de sus auténticos discípulos. Es decir, al cristiano le distingue el amor. El amor verdadero que viene de Dios y por ello comparte sus atributos de bondad, verdad, unidad y belleza. El amor divino y humano que armoniza la sana exigencia con la comprensión, la entrega de sí y la acogida del otro, la lucha y la mansedumbre, la grandeza de alma y la humildad, la justicia y el perdón, la razón y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Esta unión de los contrarios es el milagro estremecedor y fascinante de la fe, que nos eleva desde las contingencias de esta vida presente hasta la plenitud de lo eterno. Como lo cantó el poeta Henry Manley Hopkins: “Todas las cosas contrarias, originales, escasas y extrañas; / cuanto es veleidoso, veteado / de rápido, lento; dulce, amargo; vívido, opaco; / engendra Aquel cuya belleza no conoce mudanza: / Alabadlo”. Cualquier otra comprensión del amor, que no sea capaz de armonizar lo aparentemente contrario, pero en verdad llamado a la unidad, es huera y efímera. Es el espejismo de construir la casa de nuestro ser sobre arenas movedizas y resbaladizas, no sobre la roca de lo permanente. Por eso en la Pascua es tan importante tomar conciencia de lo que esto implica y considerar si estamos fundando nuestra vida sobre ello.

Cristo ha venido a dar realización a todas estas implicaciones del amor en el mandamiento que llama «suyo» y «nuevo». Suyo porque le viene de su identidad más honda: su ser Dios, que es amor. Suyo también porque es propio de Cristo llevar a plenitud la creación entera, unificando los opuestos y así dando armonía a lo que de otra manera no la tendría. Nuevo porque da la luz definitiva a las antiguas prescripciones, y porque hace nuevas todas las cosas. Pero es nuevo sobre todo porque ha de ser vivido por quienes han nacido a una nueva vida con él, muriendo al antiguo pecado y resucitando a la esperanza. Por tanto, está siempre abierto a que las personas y las cosas no sigan siendo iguales, sino que pueden ser mejores. Por eso en este domingo conviene que hagas una revisión de todo lo que en tu vida se pueda estar apagando en lo rutinario o en el pensar que ya no tiene arreglo. Preséntalo a Dios y pide que te conceda la gracia de la continua conversión.

Este mandamiento pone nuestra atención sobre el tipo de relación que vivimos con los demás. Si hasta ahora los diez mandamientos del Antiguo Testamento podían entenderse como exigencias personales, ahora se hace imposible vivir de manera individual la definitiva revelación de Cristo. Démonos cuenta de que hay palabras suyas, como este mandamiento, que implican siempre a «dos o más» unidos en su nombre (cf. Mateo 18, 20). Esta unidad humana atisba lo divino, que continúa así haciéndose presente en la historia de cada uno y de toda la humanidad. Esa disposición nos llama crecer en la virtud de la caridad y no contentarnos nunca con lo que ya hemos alcanzado, sino mantener la tensión de la cuerda en ascenso. Cuerda asegurada por los nudos de la oración, el perdón, el diálogo y la ayuda recíproca. Por eso, también emprende tu ascenso con esta atadura de libertad, que te eleva del aislamiento hacia la comunión, del antipático ego a la plenitud del Nosotros. La cima es alta, y desde ella podrás alcanzar la justa perspectiva sobre ti mismo y sobre todo lo nos sostiene.