Religión

Unidad y distinción

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de Santa Ángela de la Cruz, Madrid

Cuadro "La Santísima Trinidad", del Museo del Prado
Cuadro "La Santísima Trinidad", del Museo del PradoLa Razón

Lectio divina para este domingo de la Santísima Trinidad

Dios es Amor porque es Trinidad, unidad y distinción entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Comunión de los diversos, que es todo lo contrario a la uniformidad y mucho más al individualismo. Cada una de las Personas Divinas es en relación con las demás: el Padre que ama al Hijo, el Hijo que responde a su amor y la relación entre ambos que es el Espíritu Santo. Son distintos, pero a la vez uno porque se aman en esa distinción, donde cada uno es sí mismo en relación con el otro, sin confusión ni contraposición. El evangelio de hoy nos adentra en la hondura de este misterio:

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”.». (Juan 16, 12-15)

Nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de este Dios trinitario. Por tanto, a imagen del amor que une y distingue. Nuestra realización está en reflejar este modelo divino, ya presente en nosotros, pero que debe purificarse hasta que Dios sea todo en todo lo que somos y hacemos. Por tanto, nos preguntamos cómo vivir esta llamada, en la que nos jugamos nuestro ser y nuestro trascender. Porque si lo analizamos bien, todos los conflictos humanos y sociales se originan en la dificultad por armonizar esa doble realidad de lo uno y lo múltiple, lo individual y lo común, lo particular y lo universal. ¿Cómo encontrar y mantenernos en el punto de equilibrio?

Todo nace de una espiritualidad. Es decir, de un compromiso interior de cada persona y comunidad a convertirnos, comprometernos y ofrecer el testimonio de lo que vivimos. Fue lo que san Juan Pablo II presentó como hoja de ruta para toda la Iglesia al inicio del tercer milenio, cuando nos llamó a vivir una espiritualidad de comunión. Recordemos parte de lo que ella exige:

« Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2)” [Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 43].

Como podemos ver, en la Trinidad tenemos el modelo y la posibilidad del encuentro entre lo uno y lo múltiple, entre la semejanza y la distinción. Una espiritualidad de comunión nos muestra el camino para realizarlo. Hoy pensemos especialmente cómo podemos vivir entre los nuestros un amor a imagen de la Trinidad. Cuando una familia vive así, Dios está en ella; cuando una sociedad se cimenta sobre este modelo, sus relaciones son justas y crece el bien de todos. Por eso, ante toda división interior, familiar y social busquemos desde la fe la imagen de Dios en cada uno de nosotros y en los demás. Solo desde allí podemos sanar y salvar nuestra unidad, perdonar y reconciliar; en definitiva, construir esa obra personal y común que todos anhelamos y estamos llamados a edificar.