Benedicto XVI

Liderazgo diplomático… como Dios manda

Sus reflexiones continuas sobre Europa, así como sus diagnósticos sobre el alcance de la pérdida de valores y de sus señas de identidad fueron premonitorias de la gran crisis espiritual y cultural que hoy sacude a las naciones

Detalle de la mano del papa Benedicto XVI durante un encuentro con los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, en 2013
Detalle de la mano del papa Benedicto XVI durante un encuentro con los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, en 2013MICHAEL KAPPELERAgencia EFE

Durante cinco de los años que dediqué en mi vida al servicio público, concretamente de 2006 a 2011, me fue encomendado el desempeño del cargo de embajador del Reino de España cerca de la Santa Sede, una delicada responsabilidad que ejercí durante el Pontificado de Benedicto XVI, un Papa que ha ejercido un incuestionable liderazgo moral e intelectual en el mundo de hoy, nacido de su inmenso bagaje cultural.

Frente al relativismo imperante de lo «políticamente correcto», Benedicto XVI ha sido un Pontífice firme en la defensa desde la fe católica de principios irrenunciables como el derecho a la vida, la defensa de la familia o la libertad de educación, por citar tres de las cuestiones que para el magisterio de la Iglesia son fundamentos de la fe y por tanto de naturaleza innegociable.

La solidez de Benedicto XVI en estas materias lo convirtieron en un Papa incómodo para las corrientes de pensamiento dominantes, que paradójicamente la mayoría son de carácter minoritario.

Con sus libros, sus escritos y sus discursos, Benedicto XVI, durante los años de su Pontificado, marcó el camino a los católicos de todo el mundo. La condena del aborto y de la eutanasia, el necesario control sobre la experimentación genética, la definición de la familia formada por la unión de un hombre y una mujer, el derecho de los padres para que sus hijos reciban educación religiosa, no son precisamente mensajes bien recibidos en la sociedad actual occidental, anclada en el bienestar y en el consumo, dominada por un exacerbado individualismo y lo que es más grave, carente en gran medida de voces y de corrientes de pensamiento discrepantes que denuncien esta verdadera pandemia del relativismo y sus secuelas con imposición de modelos sociales minoritarios.

Por ello, Benedicto XVI ha sido una voz que molesta y en países como España, injustamente se le ha intentado presentar como un intolerante apóstol de un fundamentalismo católico que limita las libertades y se entromete en los derechos individuales, cuando su postura ha sido siempre justo la contraria, tal como dice en su libro «Sin raíces», cuando afirma que: «La Iglesia no quiere imponer a los demás lo que no comprenden, pero espera de ellos al menos respeto a la conciencia de aquellos cuya razón se guía por la fe cristiana».

Muchos han olvidado la condición académica de Benedicto XVI, un Papa profesor, que por su pasada experiencia universitaria, llevó a cabo una profunda renovación del pensamiento de la Iglesia, en su esfuerzo, me atrevería a decir que vital, por conciliar los conceptos de fe y razón, armonizando el pensamiento de la Iglesia con la modernidad, uniendo la tradición mesiánica hebrea con el racionalismo griego, para así conseguir superar la aparente contradicción que en la Ilustración se planteó entre fe y razón.

Más allá de la religión

Benedicto XVI, uno de los grandes teólogos del cristianismo moderno, así reconocido por tirios y troyanos, armoniza la coexistencia de las ideas de los enciclopedistas ilustrados con las de la tradición cristiana, tendiendo puentes de colaboración entre las corrientes de pensamiento cristianas y laicas, sin duda una de sus mayores aportaciones a la renovación intelectual del catolicismo postconciliar.

Su magisterio ha sobrepasado la dimensión estrictamente religiosa. Sus reflexiones continuas sobre Europa, así como sus diagnósticos sobre el alcance de la pérdida de valores y de sus señas de identidad que sufre la actual Europa, han sido siempre premonitorias de la gran crisis espiritual y cultural que hoy sacude a las naciones europeas, convertidas según Benedicto XVI, en una sociedad sin raíces, incapaz de construir su futuro acorde con sus orígenes.

Para el Papa, los cimientos de la cultura y la civilización europea no son solo los religiosos, sino que también son los ligados a los principios de la democracia y el derecho, acordes con el valor y la dignidad de la persona humana, fruto de la combinación de una acción moral y de una idea del derecho, los dos principios que han singularizado a Europa y que tan precisamente definió Benedicto XVI en su discurso de Ratisbona.

Adentrarse en la profundidad del pensamiento del Pontífice es una tarea inabarcable. Los años pasados en Roma me otorgaron el privilegio de conocerlo y poder conversar con él, escuchando siempre su argumentación ordenada y respetuosa. Siendo como fue excepcional su dimisión, sería una injusticia de la historia que este hecho quedara como el recuerdo principal de su papado, porque Benedicto XVI ha sido un Papa que proyectará en el tiempo sus reflexiones, claves para la continuidad de la Iglesia en un mundo en pleno cambio forzado.

*Francisco Vázquez es embajador ante la Santa Sede