Catolicismo

Los pastorcitos que cambiaron la historia de la Iglesia, en los altares

El Papa Francisco denuncia la «indiferencia» que existe en la sociedad actual que «nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía».

Los pastorcitos que cambiaron la historia de la Iglesia, en los altares
Los pastorcitos que cambiaron la historia de la Iglesia, en los altareslarazon

El Papa Francisco denuncia la «indiferencia» que existe en la sociedad actual que «nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía».

Jacinta y Francisco, dos sencillos niños, ya son los santos más jóvenes no mártires de la historia de la Iglesia. Estos dos pastorcitos, testigos de las apariciones de la Virgen hace justo cien años, fueron inscritos ayer en el libro de los santos en una celebración que presidió el Papa.

La mayor parte de los peregrinos que participaron el día anterior en el rezo del rosario con Francisco en la explanada del santuario de Fátima pasaron la noche al raso. Y aunque los cielos amenazaban lluvia –algo muy común en esta pequeña localidad portuguesa– respetaron a los fieles y éstos solo tuvieron que abrigarse del frío y el viento. En los vehículos aparcados en las calles adyacentes muchos hicieron también noche para no perderse la histórica canonización.

Francisco llegó a primera hora a la basílica de Nuestra Señora del Rosario de Fátima y en el exterior aprovechó para saludar a un grupo de niños. Una vez dentro, oró ante las tumbas de los dos pastorcitos ya santos. También frente al sepulcro de sor Lucía, la tercera de las videntes que murió en 2005 a los 97 años.

La explanada, que albergó a más de medio millón de personas, rompió en aplausos y vivas cuando Francisco pronunció la fórmula con la que proclamó santos a los dos niños. Y muchos de los peregrinos, sobre todo los portugueses, lloraron de la emoción al escuchar que por fin los dos niños que han cambiado la historia de la Iglesia son ya santos.

En su homilía, interrumpida por aplausos hasta en seis ocasiones, Francisco puso precisamente de ejemplo la sencillez de Jacinta y Francisco, y denunció al mismo tiempo la «indiferencia» que existe en la sociedad contemporánea. El Papa advirtió de que «no queremos ser una esperanza abortada» y se mostró convencido de que «la vida sólo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida». «No subimos a la cruz para encontrar a Jesús, sino que ha sido él el que se ha humillado y ha bajado hasta la cruz para encontrarnos a nosotros y vencer las tinieblas del mal y llevarnos a la luz», añadió.

El Pontífice recordó brevemente la aparición de la Virgen a los pastores. Ella «no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo». «Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre». El Pontífice, trayendo a colación la explicación que la tercera de las videntes dio en alguna ocasión, expresó que «los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado». Y es que, «según el creer de muchos peregrinos, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, “muéstranos a Jesús”».

El Papa ofreció a los fieles vivir con entusiasmo en la «esperanza», como hicieron los pastorcitos, quienes «recibían la fuerza para superar las contrariedades y los sufrimientos» y confesó que «no podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre y para confiarle a sus hijos e hijas». «Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados», subrayó en la canonización.

Tras la misa, saludó a algunos enfermos que siguieron la ceremonia cerca del altar. «La Iglesia pide al Señor que consuele a los afligidos y él os consuela, incluso de manera oculta». «Confiad a Dios vuestro dolor, vuestros sufrimientos, vuestro cansancio» porque «la aceptación paciente y hasta alegre de vuestra condición son un recurso espiritual, un patrimonio para toda comunidad cristiana», concluyó el Pontífice.