Oncología

Pedro Barata: «El cáncer de próstata en fase avanzada ya no es una sentencia de muerte»

Las terapias actuales han cambiado un pronóstico fatal por la cronicidad

Pedro Barata
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En España, el cáncer de próstata es el tumor más frecuente en hombres y la tercera causa de muerte por cáncer en este colectivo, por detrás del cáncer de pulmón y de colon, según la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM). Los pacientes resistentes a los tratamientos convencionales (castración química, radioterapia y quimioterapia) tenían hasta hace poco menos de una década muy pocas opciones de supervivencia. Hoy existe esperanza para ellos. Hablamos de las nuevas terapias para tratar los «casos difíciles» con Pedro Barata, oncólogo e investigador, oncólogo e investigador de Oncología Médica Genitourinaria Clínica en el UH Seidman Cancer Center de Cleveland (EE UU).

¿Qué suponía un diagnóstico de cáncer de próstata hace 10 años y que supone hoy?

Para quienes ha cambiado dramáticamente la situación es para aquellos en estadios avanzados –o bien porque se lo han detectado tarde o porque no les han funcionado los tratamientos de primera línea–. Estos pacientes tienen ahora opciones terapéuticas que aumentan su supervivencia hasta en un 30%, con el tumor controlado y sin efectos secundarios. Ya no es una sentencia de muerte.

Los diagnósticos de cáncer en menores de 50 años se han disparado en los últimos años. ¿Cuáles considera que pueden ser las causas?

En cáncer de próstata, la mayoría de los casos siguen ocurriendo en varones de edad avanzada (el 90% de los pacientes son mayores de 65 años y la edad media de diagnóstico es de 75 años). Sin embargo, es cierto que, en Estados Unidos, por ejemplo, cada vez se produce un diagnóstico más precoz, y esto es gracias a la estandarización de pruebas de cribado como el PSA (antígeno prostático específico), que permiten la detección temprana de los tumores.

En España se está pidiendo desde hace años el cribado sistemático en cáncer de próstata para salvar vidas ¿Cuál es su experiencia con ello en EE.UU.?

Es complicado tomar esa decisión. Los datos para apoyar un cribado masivo deberían provenir de un estudio de perspectiva que muestre que hacerlo va a ser útil para una determinada población, no a nivel individual. Me explico, la pregunta que hay que poder responder es si detectarlo antes va a cambiar el pronóstico de esos pacientes, ya que a veces la detección precoz no es clínicamente relevante para ellos. En Estados Unidos tenemos mucha experiencia con los cribados, y no siempre obtienes lo que esperas. Por ello, actualmente existe un debate sobre hacia donde hay que dirigirse para afinar más.

¿En qué sentido?

Por ejemplo, creo que está bien establecido el papel de las colonoscopias para el cáncer de colon, o el de las mamografías para el cáncer de mama. Sin embargo, las autoexploraciones en el cáncer de mama ya no se recomiendan porque los datos no estaban claros. En el cáncer de próstata pasa lo mismo con algunos cribados poblacionales, que los datos que arrojan no son perfectos. Sin embargo, si se está viendo que pruebas como la del PSA o el examen rectal digital –que, además, son baratas–,en población de riesgo, si pueden ayudar con la identificación de pacientes que luego van a responder a los tratamientos. La clave está en encontrar el equilibrio.

¿Cuál se puede decir que es el nuevo paradigma en el tratamiento del cáncer de próstata?

El nuevo paradigma está, como decía, en los pacientes difíciles. Ellos son los que más se han beneficiado de los nuevos tratamientos. Especialmente son dos tipos de situación clínica. El cáncer de próstata no metastático resistente a la castración (nmCRPC, por sus siglas en ingles) y el metastásico sensible a las hormonas (mHSPC). Un tercio de los pacientes con el primer tipo de tumor empeoran mucho en tan solo dos años, y el problema para detectarlo es que es asintomático. Para estos dos grupos de pacientes existen nuevas terapias como la darolutamida, un inhibidor del receptor de andrógeno (ARi) que, en combinación con terapia de deprivación androgénica (ADT), consigue reducir el riesgo de muerte hasta en un 30%, mejorar la calidad de vida y disminuir los efectos adversos (principalmente, los vinculados al sistema nervioso central, como mareos, fatiga, desordenes cognitivos y fracturas). Todo ello con un excelente perfil de tolerancia, eficacia y seguridad.