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Zozulya: de una beca de 1,5 euros a un valor de mercado de 900.000
E futbolista ucraniano nació en una familia humilde en la que no tenían ni para comprarle unas zapatillas nuevas. Soñó con jugar en España, pero su activa participación en la guerra contra la invasión rusa frustró el convertirse en una estrella. la «filiación» nazi que él niega lo ha sentenciado.
Zozulya (Kiev, 1989) es un hombre de pocas palabras. No le gustan las entrevistas y menos aún si es para hablar de un pasado controvertido que ha marcado su carrera como futbolista de por vida. El delantero del Albacete se ha convertido en el protagonista de esta semana después de que, por primera vez en la historia de nuestro país, se tuviera que suspender un partido por los graves insultos contra un jugador. Las acusaciones de la grada de los Bukaneros del Rayo Vallecano tachando de «nazi» al futbolista removieron un pasado controvertido del jugador ucraniano cuando apoyó económica y materialmente al Ejército Popular de su país durante la invasión rusa en 2014. Pero, ¿quién es realmente Zozulya? ¿qué hay detrás de las acusaciones? Descubrimos su pasado para comprender los capítulos más polémicos que le han colocado en el punto de mira. Su entorno coincide en que el fútbol siempre fue su pasión, desde pequeño sabía que el balón era lo suyo. En los estudios no era bueno, no le gustaba la escuela y aprovechaba cualquier momento para practicar con los amigos en el patio. A los seis años, su abuelo le llevó a Nyvky, un barrio de la capital ucraniana, donde estaba la escuela infantil del Dinamo, para inscribirle en el equipo juvenil, aunque, como era muy bajito, le dijeron que todavía tenía que esperar. Pero él no cejaba en su empeño y su madre, Elena Vasilievna, quien le había tratado de apuntar a clases de baile, ante la insistencia del pequeño, regresó a la academia y finalmente consiguió el ingreso. «En ese momento fue cuando comenzó mi carrera como futbolista», recuerda en una entrevista para la revista del Dinamo. Su progenitora, ante la ausencia paterna, siempre le apoyó, sabía que era su única salida «y para lo que realmente valía», dice. Es más, su familia era forofa del fútbol y les entusiasmaba la idea de tener una estrella del balompié entre ellos. «Eran muy fans de Olej Blojin, incluso mi abuelo jugaba también a este deporte aunque como aficionado. Fue una gran oportunidad para mí, honestamente no me gustaba nada estudiar, solo aprobaba educación física», recuerda. Y fue en ese momento cuando su vida cambió. Entró en la cantera del Dinamo y los éxitos comenzaron a llegar. En sus primeros años, cuando todavía era un crío, acumulaba todos los trofeos que conseguía en pequeños campeonatos, «no había en casa una esquina vacía», se enorgullecía en una publicación en la revista de su primer equipo. No fue un camino fácil, recuerda Elena a un medio local, pues eran una familia humilde y llegaban justos a fin de mes y fueron los abuelos paternos los que les ayudaban en el día a día. «Se asignaron becas de 80 grivnas (la moneda ucraniana) y el entrenador se las arregló para que cada uno tuviera al menos 40 (1,50 euros). Cuando llegó a casa con ellas, me dijo: ‘‘Mamá, ¿qué vamos a comprar?’’ Él quería que nos fuéramos de vacaciones, al final compramos un pastel y lo celebramos. Nos sobraron 20», rememora. Ahora, ese «sueldo» le parecerá anecdótico si se tiene en cuenta los 900.000 euros de valor que posee en el mercado o la cláusula de rescisión que el atacante tiene en el Albacete de 10 millones.
El reto nacionalista
Su segundo equipo, el Dnipró Dnipropetrovsk (que desapareció este año al no poder hacer frente a su difícil situación económica), pagó por el cinco millones de dólares. Fue precisamente en esa ciudad, en Dnipropetrovsk, en la que comenzó a empaparse del nacionalismo ucraniano ante la invasión rusa de 2014. Situada al este del país, cerca de los bastiones independentistas que se aliaron con Vladimir Putin, esta localidad se convirtió en un foco principal de resistencia. Él decidió involucrarse en la guerra y ayudó económicamente al débil Ejército Popular de Ucrania. Visitó hospitales, proporcionó vestimenta y todo lo necesario para recuperar militarmente la región de Donbás, entre las que están las provincias rebeldes de Donetsk y Lugansk. Es más, fue uno de los fundadores de la organización militar Narodna Armiya (Ejército del Pueblo). Sus críticos aseguran que se alió con milicias ultranacionalistas y nazis. Él lo niega. Luego vinieron las fotos que todo el mundo conoce, en las que aparece señalando un marcador con las cifras 14-88 (vinculadas al nazismo), o fotografiándose con una bufanda con el rostro de Stepán Bandera (activista ucraniano vinculado a Hitler). Esta semana, Zozulya ha desmentido todas estas conexiones y explicado por qué hizo cada una de las instantáneas. Sin embargo, la duda sobrevuela y mientras sus familiares y amigos cierran filas entorno a él, los detractores insisten en su afiliación de extrema derecha. Lo que nunca ha desmentido es su activa lucha contra la invasión rusa. Él mismo movió en las redes un «reto económico» con el que animaba a otros deportistas de su país a aportar dinero a la causa. «Algunos me preguntaban cuánto se necesitaba para enviar equipamiento a la zona de operaciones antiterroristas. Lo hicieron. A algunos que dudaban les decía que no se preocuparan, que nadie se enteraría», reconoció el delantero en una entrevista con el periodista Roman Bebekh.
Futuro incierto
En medio de la guerra contra rusia, a Zozulya le llegó la oportunidad de cambiar de aires y aunque seguiría unido a esta lucha, a los 26 años se fue a España tras fichar por el Betis. «Siempre quise jugar en la liga española o en la de Inglaterra», confiesa. «Allí me decían que todo iba bien, que iba a jugar y luego no aparecía ni en la lista de los partidos», lamenta. Medio año después fue cedido al Rayo Vallecano, estallaron contra él los Bukaneros y regresó al Betis. Fue un momento muy duro. Se planteó dejar España, pero él y su esposa, Marina (a la que conoció a los 13 años y nunca más se separaron), optaron por no dejar el país. «Mi hija (Caroline) estaba matriculada en un colegió de Sevilla y acababa de empezar el curso, no quería un nuevo cambio para ellos. Decidimos no interrumpir el proyecto que habíamos comenzado en España. Para nosotros era bueno que aprendiera bien el idioma, también el inglés, las lenguas europeas. Nuestro hijo menor (Alexander) también iba a ir al colegio pronto. Ahora Caroline tiene 8 años y habla cuatro idiomas, para mí eso es muy importante», reconoce ante Bebekh. Entonces llegó su traspaso al Albacete, de donde no prentende moverse. «Lo ocurrido en el Rayo para mí fue muy complicado, me llaman fascista por llevar un arma en una foto, todas las acusaciones eran por imágenes que yo mismo subía a mi Facebook, pero las críticas son infundadas», lamenta. Confiesa ser una persona que huye «de los escándalos» y por eso asegura que el silencio para él ha sido la mejor defensa. Quizá esté equivocado, porque sus contadas intervenciones no han servido más que para alimentar la polémica. Soñó con ser futbolista, con jugar en la liga española y convertirse en una estrella. Sin embargo, todos sus planes quedaron sepultados por los Bukaneros.
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