Día Mundial contra el Cáncer
Gladiadores contra el cáncer
En el Día Mundial contra esta enfermedad, trasladamos la redacción de LA RAZÓN a la planta de oncología infantil del Hospital La Paz para elaborar el periódico de un día tan significativo para ellos
En el aula escolar del Hospital La Paz, en Madrid, se respira compañerismo, cariño, respeto y mucha ilusión. Cada mañana acuden a clase los menores hospitalizados para no perder su ritmo académico ni el vínculo con la vida que tenían fuera antes de que tuvieran ingresar por su enfermedad. Hoy es el Día Mundial contra el Cáncer y LA RAZÓN comparte con los niños y adolescentes que se recuperan en este centro hospitalario una jornada llena de magia.
Realizamos con ellos una actividad muy especial: la producción de un diario nacional. Ellos son hoy los protagonistas, ellos deciden los contenidos que consideran más relevantes, escriben, seleccionan fotos, entrevistan a los políticos... Y, entre todo, deciden, cuál es la portada de hoy, 4 de febrero, una fecha clave para todas aquellas personas que sufren cáncer y que luchan cada día para salir adelante.
Un taller que se convierte en un homenaje a su fortaleza, a su ejemplaridad, y a esa sonrisa que no abandonan en ningún momento. Un reconocimiento también a sus seres queridos, a sus médicos, enfermeras, profesores, celadores... a todos los que hacen que su vida en el hospital sea lo más llevadero posible. En la mesa en la que estudian matemáticas, historia o lengua se organiza la reunión de contenidos. Los primeros en llegar, María, Paola y Dany comienzan a dar su opinión sobre lo que sucede en el mundo y cuáles son las noticias que no suelen salir publicadas y que ellos llevaría a la primera plana.
María, que tiene 17 años y lleva un mes ingresada por leucemia, reconoce que sí lee mucho la Prensa, pero «sobre todo a través de internet». Es más, está preparándose para la prueba de acceso a la Universidad y algo que «siempre cae es un comentario de texto sobre un artículo de opinión de periódicos». «Y se le da muy bien», añade Olga, su profesora, con la que mantiene una mirada cómplice en todo momento. «Me gusta mucho escribir, lo hago a menudo, sobre cosas mías, anécdotas, relatos», apunta.
Aunque si fuera cuestión de actualidad, lo que más le preocupa en este momento son las revueltas en Extremadura con motivo del aumento del Salario Mínimo Interprofesional. «Creo que deberían haberlo estudiado mejor antes de aplicarlo», sentencia. Le proponemos que escriba una noticia sobre ello y que piense en las entrevistas necesarias para conseguir una exclusiva. Comienza a motivarse en serio. Lógicamente apunta que lo suyo sería hablar con el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, quien ha sido el responsable de poner en el foco mediático la situación de los trabajadores del campo. Se pone manos a la obra y consigue la entrevista. Fernández Vara la atiende unos minutos por telefono:
–¿Como afecta el aumento del Salario Mínimo Interprofesional entre los trabajadores del campo: agricultores y ganaderos?
–El SMI es algo de justicia para todos, pero en el mundo agrícola hay poblaciones que no tienen suficientes ingresos ni siquiera para sus propietarios. Por este motivo he pedido al Gobierno hablar para ver cómo les afecta y qué soluciones se pueden dar.
–¿Va a pedir una reunión con la nueva ministra de Trabajo?
–Sí, ya hemos hablado por teléfono y es probable que esta semana venga a Extremadura.
–¿Por qué los productos del campo tienen precios tan altos y pagan tan poco a los agricultores por recogerlos?
–Ésta es la clave, María. Hay que conseguir que el productor, entre lo que le cuesta producir y el precio al que vende, tenga un salario digno porque si no es así acabará desapareciendo la producción, y esto será malo.
María parece satisfecha y toma notas. Agradece al presidente extremeño sus palabras y cree que el siguiente paso es contactar con el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, así como el presidente de Asaja, la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores. También lo consigue. Iglesias explica a la joven que el ministro de Agricultura está trabajando duro «para dar una respuesta, porque como bien sabes, el problema del campo no es el SMI, sino los precios a los que tienen que vender sus productos a los agricultores».
José Álvarez el presidente de Asaja también le explica, mientras ella toma notas en un folio sin parar, que ellos también han pedido reuniones con los ministros implicados en el asunto. «A los agricultores y ganaderos les afecta mucho la subida del SMI porque mientras que desde 2018 pagaban 780 euros al mes a los peones, que es el salario más bajo, se ha pasado ahora a 950 euros. Por lo tanto ha habido una subida muy importante, de un 43%, y este incremento de costes hará que muchos trabajadores del campo se vean obligados de algún modo a dejar de contratar a gente y afectará al sector». María ya tiene su titular, lo subraya y tras colgar comienza a redactar la noticia. Les divierte el meterse en la piel de un periodista y se lo toman muy en serio. Su madre, que también se llama María, reconoce que «para mí, la escuela es la alegría del día y para ella también. Les marca antes y después».
Ellas ingresaron el pasado 27 de diciembre. Con motivo de las vacaciones de Navidad vinieron a Madrid desde Canarias, donde residen, y aprovecharon para hacerle unas pruebas a su hija, que es celiaca. «La veía apagada, notaba que algo no iba bien. Al hacerle pruebas vieron algo que no les gustó y nos derivaron a La Paz. La diagnosticaron leucemia linfobástica tipo b. Desde entonces permanece en el hospital en tratamiento. Hoy, además, ha sido un día duro para ella, ha decidido raparse la cabeza. «Lo quiso hacer antes, pero le dije que esperara porque yo no estaba preparada, era muy duro ver a tu hija así», reconoce. Ahora, la observa mientras la joven trata de evadirse un rato y dejar de hablar de tratamientos y medicinas. «Lo que ocurre cuando un paciente es mayor de 16 años es que los médicos le dicen todo y son ellos los que tienen que aprobar el tratamiento, yo después lo autorizo, pero María ha sido quien ha tenido que decir «sí», es una situación muy dura, pero ella está demostrando mucha fortaleza», dice.
«Al principio, esto era horrible. En el hospital hay tiempo para todo y veías que las horas no pasaban, por eso, el tener aquí un colegio es una gran ayuda. Evidentemente hay días que los niños no pueden venir porque están malitos, pero cuando vienen es una alegría, porque esto es un nexo con su vida anterior», reconoce la madre de María. Y es que los profesores que cada día trabajan con ellos llevan a cabo una labor ejemplar. Se coordinan perfectamente con los centros de procedencia de cada uno de los pacientes y establecen un programa que se adecúe a cada nivel. «Aquí realizamos una pedagogía especial, adaptada a cada una de las necesidades de los alumnos y con una sensibilidad mayor que la que pueda existir en un centro formal. Aun así, estamos coordinados a nivel de programación con el instituto o colegio de cada paciente-alumno y al desarrollo que lleva a cabo cada comunidad. Nuestra intención es que puedan hacer aquí lo mismo que en sus clases ordinarias», afirma Francisco de Pedro, coordinador de las Aulas Hospitalarias de La Paz, Ramón y Cajal y 12 de Octubre.
Eduardo, otro de los «profes» que están en el día a día con los adolescentes, nos reconoce que «aquí, la atención es individualizada. Hay que dar respuesta a la diversidad del alumnado, por edades, niveles educativos y estados de ánimo en los que se encuentran por su enfermedad». Es más, todo el equipo docente son mucho más que profesores, son también un apoyo emocional. «Hay algunos que llevan ingresados bastante tiempo, otros que acaban de llegar y están asustados, otros que les acaban de dar una noticia buena o mala... Hay que hacer malabares didácticos para conciliar todas las necesidades», reconoce.
Pese a la dificultad que conlleva su trabajo y la montaña rusa de sentimientos que viven cada día, Eduardo dice que pidió una comisión de servicios para poder ejercer en el hospital. «Quería probar la experiencia y la verdad es que es un trabajo que engancha. Se establece una relación muy fuerte con los niños y sus familias, es un proceso muy delicado que pasamos juntos. Los padres nos agradecen mucho nuestro trabajo y los chavales, cuando se recuperan y vuelven a la vida normal vienen a vernos. Es más, puede que pasen 10 años y de repente se planta aquí uno de nuestros ex alumnos para contarnos cómo le va la vida. Es muy emocionante», dice conteniendo las lágrimas. Da gusto ver cómo se dirige a los estudiantes que ahora están en el aula y el respeto y cariño que los niños le tienen.
Paola, de 15 años, otra de las pacientes de cáncer elabora su página personal para el periódico. Su pasión es el maquillaje, es más, en el cajón de su habitación esconde un auténtico arsenal de brochas, pinceles, bases, pestañas postizas... «Sigo a todas las maquilladoras, veo tutoriales en Youtube y de mayor me gustaría dedicarme a ello», nos cuenta. Comienza a pitar una de las máquinas que controlan sus constantes. «Es la pila», dice una de las enfermeras. No hay problema, puede seguir contándonos.
Propone hacer una página en la que ofrezca a los lectores 10 consejos para conseguir un maquillaje perfecto. Que si los contornos, el perfilador, las bases, los tipos de pieles... Incluso Olga, la profesora, se queda anonadada de lo mucho que controla la materia. Todas las presentes se ofrecen a visitarla en la habitación cuando tengan un evento para que haga de asesora de imagen. Paola acepta el reto. Una de sus «influencers» de belleza favorita es Nikkie y propone que utilicemos como fotografía uno de sus cambios «radicales». Manuel, el maquetador de LA RAZÓN, diseña su página mientras esta joven venezolana nos reconoce a que a ella la política no le entusiasma, pero que todo lo que tiene que ver con la moda, sí. «Una de mis referencias es Ariana Grande», nos dice mientras «bichea» alguna de las fotos que el editor jefe de fotografía del periódico ha dejado sobre la mesa.
Sergio, otro de los «profes» la mira alucinado y dice al redactor que acompaña a Paola que al terminar la sesión habrá un examen para comprobar lo que hemos aprendido. «Lo bueno de estas clases, además de que sigan con su aprendizaje, es que no pierdan la relación con sus iguales. Aunque hay alumnos de todas las edades, entre ellos se establece un vínculo muy especial. Hay que darse cuenta de que de repente se les ha arrancado de su vida, se les ha ingresado en un hospital y se les ha alejado de su gente. Es muy duro», relata este docente. Ellos y el personal médico están en contacto en todo momento. A primera hora de la mañana les pasan un informe sobre cómo están «y si hay quien, por algún motivo, no puede venir al aula, somos nosotros los que vamos a su habitación», dice. El apoyo entre médicos, enfermeros y profesores es fundamental.
«Para nosotros es importante también que reconozcan nuestra labor y así lo hacen cada día: los sanitarios priorizan mucho la educación», apunta. Además, por las tardes, hay muchas otras actividades de carácter más lúdico: talleres de fotografía, de baloncesto, radio. «El objetivo de todo esto es tratar de dar la mayor normalidad posible a un proceso complejo», dice Sergio.
Danyal, de 8 años, tiene claro que lo suyo es la tecnología. Los políticos le «aburren mucho». Eso sí, coge un ejemplar de LA RAZÓN y se pone a leer con interés todo lo relacionado con el coronavirus. «¿Por dónde va?¿ Está cerca?», nos pregunta. «Está un poco obsesionado con el tema del virus y un tanto nervioso con lo que ha pasado en los últimos días. Cree que se lo van a pegar», nos confiesa su tía. Para que aparque su obsesión y disfrute del taller, el editor jefe de fotografía le muestra varias imágenes para que seleccione las que más le gustan.
Descarta Deportes: no le interesan Messi, Ramos ni Nadal. Menos aún los temas del famoseo, la política ni los animales. Eso sí, en cuanto ve la foto de un teléfono se le iluminan los ojos. Le encanta inventar, pensar cómo pueden ser los «gadgets» del futuro. No es muy de iPhones ni Wii. Parece que apunta alto y sueña con convertirse en un gran visionario tecnológico al que se rifen las empresas dentro de unos años. Coge la fotografía de un móvil despiezado, de los de última generación y rápidamente se dibujó en sus ojos el típico «¡Eureka!» El reportaje que quiere escribir es sobre cómo hacer de un montón de chatarra, el teléfono del siglo. «Tiene que ser bueno y barato, por piezas, para que cualquiera lo pueda montar y que funcione», asegura. Nos habla de las diferentes piezas, de la batería, de los colores líquidos.
«Todo esto debería hacerlo con la supervisión de un adulto, por aquello de los posibles cortocircuitos», reflexiona. Su modelo tendría lector de iris, o podría ser a través de la lectura de ADN, «pero habría que pinchar», reconoce. Dice que su invento lo lanzaría al mercado por unos 10 euros, pero «luego habría que ir subiendo el precio, porque esto es un negocio», dice con mentalidad de empresario. Por último, antes de acabar su reportaje nos desvela cuál será el nombre de su gadget: «Z400plus».
«Mira, el ejemplo de Dani es esos de los que se quedan grabados. Él ya está dado de alta y solo viene a revisiones, pero cada vez que acude al hospital sube a vernos y a pasar un rato con nosotros. Esa es nuestra satisfacción también, sentir su cariño. Es cierto que casi todos los que han pasado por aquí guardan un recuerdo agridulce, pero dentro de lo mal que lo han pasado, también queda el lado positivo. Nosotros jugamos un papel fundamental en esa parte ‘‘positiva’’ para ellos», nos cuenta Eduardo, profesor del aula mientras le observa trastear con las cámaras y los ordenadores.
De vez en cuando, médicos y enfermeras se pasan para revisar que todo está bien. Víctor Galán es uno de los médicos del servicio de oncohematología pediátrica de La Paz, y nos explica que el cáncer que mayor incidencia tiene entre los menores es la leucemia. Según la Organización Mundial de la Salud, cada año se diagnostica cáncer a aproximadamente 300.000 niños de entre 0 y 19 años. «En líneas generales, el cáncer infantil tiene tasas de curación elevadas, más que aquellos tumores que se presentan en adultos. La tasa de curación es normalmente del 90%, centrándonos en las leucemias. Todavía queda un 10% para conseguir la curación total y ese es nuestro objetivo. Los actuales son buenos datos, pero hay que ser ambiciosos», asegura Galán.
Tras la leucemia, los que más impactan en la infancia son los que afectan al sistema nervioso. «En este hospital tenemos tres secciones en cuanto a cáncer infantil: la de oncología pedriática, que se centra en el diagnostico y tratamiento de patologías de tumores sólidos; otra sección que es la de hematológicos, que engloba leucemias, linfomas... ; y otra, dedicada a la de trasplante de médula ósea. Hemos crecido mucho como servicio, antes solo estábamos en una planta y ahora tenemos dos», dice orgulloso.
«Una gran familia»
Mientras, Paola, María y Danyal ultiman la redacción de sus noticias, entra en la clase Janelle. Tiene 7 años, es de Filipinas, pero vive en Madrid. No borra la sonrisa de su boca en ningún momento. Le proponemos hacer una primera plana con los dibujos que más le gusten. Entre las fotos que hay sobre la mesa selecciona tres. «La que más me gusta es la de ‘‘Frozen’’, porque Elsa tiene superpoderes y Olaf es muy gracioso en esa foto», dice con timidez.
El segundo premio a mejor fotografía se lo da a una instantánea de conejos corriendo por la nieve. «Me gusta mucho esa foto porque me encantan los conejos y además es bonito ver como están todos juntos», razona. Y en último lugar, Janelle se queda con un dibujo de Peppa Pig. «Me encanta esta imagen porque Peppa es muy graciosa y siempre está en los charcos», dice entre risas y señalando a los personajes del dibujo.
Por un momento, parecen olvidar dónde están, pese a que las vías, las mascarillas y las pulseras se resistan. «Aquí somos una gran familia. Y, dentro de la posibilidades, nos ayudamos unos a otros. Y es que nunca sabes cómo va a ser el día. Por ejemplo, si quedas para jugar una partida con el niño de al lado para el día siguiente, puede que esté malito y no pueda. Hay mucha unión entre pacientes y padres, pero luego hay crisis individuales que no hay colectividad que valga», dice con temple María, que espera sentada en una silla fuera de la clase hasta que su hija termine el estudio.
«En Nochevieja nos juntamos para tomar las uvas, fue un comienzo de año muy diferente a lo que había sido hasta ahora, pero en la medida en que se puede tratamos de normalizar la situación, aunque a veces es muy complicado», añade. Termina el taller y padres y médicos acompañan a los menores a sus habitaciones. Es la hora de la comida. Salen del aula con una sonrisa, como unos auténticos gladiadores que vencerán al cáncer.
✕
Accede a tu cuenta para comentar