El jefe del virus
Los pecados de Simón
Negligencia, desidia, politización, vanidad y machismo, sus culpas en la gestión de la pandemia de la covid. Los españoles pagan la penitencia
«Es como un cuadro gripal». Así definía Fernando Simón Soria (Zaragoza, 29 de julio de 1963), médico epidemiólogo y director desde 2012 del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad (CCAES), los efectos en las personas del patógeno que se conoce como coronavirus SARS-CoV-2 y que causa una enfermedad que se denomina Covid-19.
El desinterés en enero de 2020 por los efectos que el virus comenzaba a mostrar en Wuhan, China, fue el primer pecado de otros posteriores. De hecho, tras conocerse las primeras noticias de que se expandía por el país –para luego extenderse por todo el mundo– escondió la cabeza en el suelo cual avestruz y aventuró que España no tendría, «como mucho, más allá de algún caso diagnosticado». El 23 de febrero seguía inmutable, segundo pecado, y afirmaba que «España está teniendo un control claro de la situación. No hay casos, no hay circulación del virus». Pues siete días después ya se contabilizaban 50. Seguía sin reconocer su peligro. «No es excesivamente letal», dijo el 1 de marzo. Otro de sus pecados, la desidia, comenzaba a pesar a los españoles, que veían cómo los casos se disparaban, ya que Simón no quiso evitar las manifestaciones del 8-M, claves para la expansión del virus y que pudo haber evitado con advertir a los políticos en privado, y a la población a través de los medios del riesgo que acarreaban.
En lo que quedó de mes nada de alarmas: «Da la sensación de que la propagación se ralentiza un poquito». Negar que sus motivaciones para decidir sobre cuestiones médicas relacionadas con la pandemia, como no evitar el 8-M, no obedecían a criterios políticos es otra de sus culpas. Así, aseverar el 25 de mayo, cuando la pandemia –declarada como tal por la OMS desde el 11 de marzo– aterrorizaba ya a los españoles recluidos en casa, que «claramente, el 8-M, si ha tenido algún efecto en la evolución de la epidemia, ha sido muy marginal», era salvar la cara al Gobierno que había apoyado las manifestaciones a pesar de todas las voces en contra.
Cejar en el error, otro de sus pecados: «No es necesario que la población use mascarillas», afirmaba el 6 de abril de 2020, y a final de mes, cuando muchos países las recomendaban, alegaba que en España «una norma sobre el uso de mascarillas sería complicada».
Llega el verano, los muertos alcanzaban ya los 28.000 y la segunda ola comenzaba a tomar forma. Y la vivió en directo en una tabla de surf en la playa de Carrapateira, en el Algarve portugués, a donde se había ido de incógnito ante la sorpresa de los españoles, ya que lo creían al pie del cañón. No puede decir que no quiso avisar de su escapada porque le gusta pasar desapercibido porque otro pecado de Simón, aunque sea venial, es no reconocer que la popularidad le gusta más de lo que reconoce.
Si no, no se entiende su portada de «El País Semanal» del 5 de ese mes de julio montado en una moto. Total, para él, en esos días España «no está en este momento en una segunda ola ni sufre una transmisión descontrolada del virus». A finales de septiembre, con la segunda ola que no quiso ver arrasando España, afirmaba que ésta «no va a tener un impacto tan grande».
Otro pecado: no estudiarse bien los datos ni los avances en la investigación del SARS: «No hay evidencia probada de propagación por aerosoles en medios sociales normales». Justo lo que está causando el mayor número de contagios.
El machismo apareció como pecado sorpresa. El Consejo General de la Enfermería solicitó su destitución tras sus comentarios, a los que calificó de «sexistas y denigrantes», durante una conversación online con los escaladores Iker y Eneko Pou el 29 de octubre. Ellos le preguntan si le gustaban «las enfermedades infecciosas o las enfermeras infecciosas», a lo que responde: «No les preguntaba (a las enfermeras) si eran infecciosas o no, eso se veía unos días después». No se conformó con indignar a ese colectivo, luego pecó de tremendamente injusto con todos los sanitarios de España: el 5 de noviembre aludía a los profesionales que «se infectan fuera y luego llevan la infección a su entorno laboral». Esos sanitarios que se dejaban la vida en el trabajo, aunque para Fernando Simón, un día después de su afirmación anterior, «la situación actual en hospitales y UCIs todavía no es grave».
Es un pecado que alguien que no domina la materia con la que trabaja, niega las evidencias, carece de previsión y se deja influir por motivos ajenos a su profesión cobre 5.452 euros al mes más tres pluses de productividad, como reveló este periódico. En una empresa privada ya hubiera sido despedido.
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