Yo Creo
El órgano más importante del mundo, en manos de un español
Josep Solé, casado y padre de dos hijos, es el primer organista de la basílica de San Pedro: «Tengo libertad para elegir el repertorio», confiesa
Torear en las Ventas o en la Monumental de México. Jugar en el Bernabéu o en el Camp Nou. Cantar en el Madison Square Garden. Primeras plazas al alcance de muy pocos. Ser el organista de los Papas. Solo hay uno. Es de Sabadell. Está casado y tiene dos hijos. Josep Solé Coll es el primer organista de la basílica de San Pedro desde 2018 y hace unos meses se le reconocía además como organista para la celebración de la liturgia del Sumo Pontífice. Un instrumento con una peculiaridad añadida: nunca se usa ni para conciertos ni para grabaciones. Únicamente para el servicio litúrgico.
«Habrá mejores órganos que el de mi basílica y también los habrá peores, pero soy consciente del privilegio que supone tocar con y para el Santo Padre», expone este wagneriano de pro y apasionado de Puccini y Verdi que nunca se imaginó, cuando empezó a estudiar música, que acabaría a las órdenes de los Pontífices. Ni tan siquiera al hacer las maletas para trasladarse a Roma para rematar su grado superior. Fue un 29 de septiembre de 2004, cuando cumplió 30 años, cuando todo dio un giro. Aquel día hizo la prueba de acceso para ser organista de iglesia en el Vaticano y se sacó su plaza.
A partir de ahí, se situó al frente de las basílicas de Santa María La Mayor y San Lorenzo extramuros.
La enfermedad del anterior titular de San Pedro y la jubilación de su predecesor en la Sixtina propiciaron su ascenso definitivo. «No ha sido ni por oposición ni por concursos, sino por currículum, por la experiencia del día a día. Te piden que hagas una sustitución, esa vacante que cubres se va alargando, ves que están contentos con tu trabajo y te quedas», expone con sencillez a su 47 años el también profesor de la Schola Puerorum en la Capilla Sixtina.
Aquel niño que se quedaba embobado con el órgano de La Pasión de Esparraguera, que de vez en cuando acompañaba a su padre para ver como dirigía un coro de monjas, nunca se imaginó que estaría a los mandos del órgano ubicado en el epicentro del catolicismo. Tampoco cuando hizo sus pinitos como cantante de ópera.
Aunque a Josep se le percibe templado, la tensión que va adosada a su búsqueda de la perfección en cada interpretación aflora cada vez que arranca una eucaristía papal. «La responsabilidad es enorme, es inevitable pensar que te escucha muchísima gente y que eres cauce para que miles de personas puedan participar y entrar en la celebración a través de la música», comenta, consciente de que su misión «no es tanto una cuestión técnica de que tocar las notas en su justo tiempo, que también, sino la capacidad de transmitir aquello que estás interpretando».
Eso sí, aclara que, lejos de caer en el tópico de que las misas del Vaticano se ajustan a un patronaje encorsetado poco margen de maniobra, maneja un fondo ingente de partituras a su gusto. «Tengo libertad para elegir el repertorio de las piezas que toco, incluso puedo improvisar con composiciones y libertad de estilo para rellenar espacios e incluso enfatizar momentos importantes». Eso no puede identificarse como un «todo vale», pero sí con aportar su impronta personal. «Me puedo inclinar hacia algo más romántico o contemporáneo, con alguna disonancia atrevida, pero siempre busco que vaya de acuerdo con el tono que se haya decidido dar a una misa y, por supuesto, de acuerdo con el repertorio elegido para el coro. Si ellos cantan una pieza del siglo XVI, no tiene mucho sentido que yo me lance con algo de reciente composición».
Así, en la particular lista del «Spotify» organista de la Santa Sede, la tendencia actual pasa por el cecilianismo, movimiento que está a caballo entre el siglo XIX y XX que surgió como reacción a los excesos de la música sacra romántica. «Gustan mucho los matices de voz que se interpretan en este período», apunta
¿Y los Papas? ¿Tienen algo que decir? «Francisco no ha hecho ninguna petición especifica en este tiempo, aunque sé que le gusta mucho Bach. No me ha pedido nada, pero estaría dispuesto a contentarle. En el caso de Benedicto XVI, al ser músico, sé que sí pedía alguna pieza explícita en alguna ceremonia, algún preludio de una fuga…», comenta Josep.
Desde ahí, analiza los cambios en fondo y forma en las celebraciones presididas por uno y otro Papa. «En el repertorio apenas se ha notado. Es verdad que con Francisco y más cantos y se usa más el italiano que el latín, que se mantiene como eje en las celebraciones principales de Pascua, Navidad…».
Pero sí admite que, «al introducir misas más populares, como la reciente Jornada de los Abuelos, la Jornada de los Pobres o la Jornada de los Migrantes, se buscan obras que resulten más cercanas a la gente». Sea cual sea el «leitmotiv» del evento, «yo lo acompaño todo».
Y aunque en lo suyo no se puede llegar a nada más alto que a ser el titular vaticano, todavía le queda un deseo por cumplir. «Desde un punto de vista personal y sentimental me gustaría tocar en Notre Dame de París», desvela. Un anhelo que tendrá que esperar, al menos, a que se complete la restauración del templo, que podría demorarse hasta 2024. Por un lado, entra en juego para Josep hacer realidad los sueños de ese niño ensimismado con la capital gala cada vez que viajaba con sus padres. Por otro, porque sabe que el catedral gótica «ha sido y es el faro litúrgico de Europa después del Concilio». Pero hasta que esto llegue, en estos días prepara las maletas para participar en una gira por Hungría junto al coro de la Sixtina. Una salida excepcional, no por la pandemia, sino porque no es habitual que se les escuche más allá de los muros vaticanos. Entretanto, la mente de Josep está ya en las partituras de las que echará mano en septiembre con el comienzo de curso papal.
✕
Accede a tu cuenta para comentar