Víctimas de abusos
Así «repara» la Iglesia las heridas de los depredadores
El Arzobispado de Madrid abrió hace dos años un servicio pionero de atención integral a víctimas con una veintena de psicólogos y terapeutas
En su lecho de muerte, un anciano desvela que sufrió abusos por parte de un sacerdote en su infancia. Han pasado más de 70 años. Por primera vez lo verbalizaba. Como le sucedió hace unos días al premio Nadal Alejandro Palomares o al eurodiputado Javier Nart. El hijo de aquel octogenario enmudeció y no dudó en acudir a Repara en busca de ayuda, el proyecto de acompañamiento a víctimas que hace dos años abrió el Arzobispado de Madrid para atender a todo tipo de víctimas de abusos, no solo de la Iglesia.
El cardenal Carlos Osoro diseñó esta propuesta, mano a mano con el vicario para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación, José Luis Segovia, adelantándose al imperativo del Papa para que todas las diócesis del planeta crearan una oficina de atención a víctimas. En Madrid iban más allá de abrir una ventanilla de denuncias. «Nosotros no estamos lavando la cara a ninguna institución, cuidamos personas. Cuantos más casos salgan, más sufrimiento aliviaremos», sentencia Miguel García-Baró, coordinador de Repara, consciente de la responsabilidad eclesial. En recursos humanos se ha echado el resto, con el respaldo de la fundación Porticus: nueve psicólogos y doce «escuchas», o lo que es lo mismo, personal formado para abrazar en el día a día las heridas provocadas por los depredadores, sean clérigos o no. En total, acumulan 700 sesiones gratuitas de atención solo en 2021.
Este servicio jurídico, psicológico, afectivo y espiritual arranca cuando alguien pone un pie en unas instalaciones libres de cualquier referencia religiosa como un crucifijo o una Biblia que puedan provocar el más mínimo rechazo a quien sigue viendo en estos símbolos a su verdugo. Y, por supuesto, alejado de cualquier templo. En cuanto se tiene conocimiento de un caso, Repara avisa y todo el engranaje del Arzobispado se pone en marcha. Por un lado, en caso de que sea una víctima de la Iglesia, el cardenal firma un decreto que ordena una investigación interna previa en manos de un instructor y un notario. Basta con el que testimonio sea verosímil con unos indicios mínimos para que se abra la instrucción del proceso canónico con el correspondiente peritaje. De la misma manera, se les informa de su derecho a poner denuncia civil. Si hay menores de por medio, de inmediato se da cuenta a la Fiscalía que actúe de oficio y haga. También se avisa a la Congregación para la Doctrina de la Fe, el área vaticana encargado de la lucha antiabusos. Independientemente de los derroteros judiciales, Repara activa su apoyo. «El dolor no prescribe ni se puede aplazar como una vista judicial. La atención de la víctima está por encima de cualquier apreciación jurídica», subraya García-Baró.
Lidia Troya es el primer rostro que se encuentran cuando llamar al timbre o la voz que escuchan al descolgar el teléfono 618 30 46 66. «Cuando dan este paso nunca hay que dudar, juzgar o culpabilizar. La duda, la incomprensión, el juicio o la culpa que acusa a la víctima añade más dolor al dolor», expone la responsable de primera acogida y coordinadora de atención de Repara sobre esta «manera inconsciente» de revictimización. De hecho, no duda en repasar esas apostillas letales que llevan clavadas los abusados: «Pero si tienes 40 años, tres carreras y cuatro idiomas… ¿cómo lo has permitido? ¿por qué no lo has contado antes?», «Yo lo conozco bien y es una persona estupenda… me resulta increíble tu narración».
Para Troya, «las víctimas son víctimas y no hablan cuando quieren, hablan cuando pueden. Para que puedan romper el silencio necesitan encontrarse con personas sensibilizadas». Por eso, reivindica «generar un espacio donde la confianza sea posible, lo cual no es fácil». Cuatro pilares entran en juego para ella: «La ausencia de juicio, la empatía, el respeto y la aceptación incondicional». Y apostilla que no hay que olvidar que se arrastra «un duelo prohibido o desautorizado» debido a que «como sociedad y como Iglesia se ha construido una cultura del silenciamiento y del encubrimiento que no acaba de marcharse».
Por eso, comprende que haya cundido la idea de que los obispos siguen sin hacer nada o lo suficiente en este campo. «Puedo llegar a entender esta crítica. Actualmente, en la Iglesia está habiendo un cambio que va desde la negación, el silencio y, por tanto, la complicidad, hacia la transparencia, el arrepentimiento, el reconocimiento de la propia responsabilidad y la atención a las víctimas». Para ella misma, trabajar en Repara ha supuesto una «reconciliación» con la propia institución: «Aunque las iniciativas sean insuficientes y nos sintamos con la ‘L’ de prácticas puesta, estamos queriendo responder, con mucha dedicación, verdad y compromiso».
García-Baró incide en que esta atención especializada es «lo primero que tenía que hacer la Iglesia y estamos satisfechos porque hemos visto a muchas víctimas salir adelante y ayudar a otras víctimas. Nosotros hacemos lo que podemos hacer, abiertos a cualquier víctima de cualquier sitio y tiempo». Prueba de ello es el perfil de las personas atendidas. En este último año, han acompañado a 72 víctimas directas y a 31 familiares. De las 72, 34 se refieren al ámbito familiar, 33 vinculados a la Iglesia y 5 a otros espacios.
Aunque Lidia Troya sabe que «el abuso y el trauma no se van a olvidar, ni se van a borrar», sí se muestra convencida de que se puede «resignificar, elaborar e integrar este hecho tan grave en su biografía personal o institucional y ensayar un camino para vivir reconciliado». Consigo misma, pero también con la propia Iglesia, incluso con el depredador. De hecho, en algunos casos, las propias víctimas solicitan encuentros de justicia restaurativa con el victimario. En Repara también hay medios para acompañar a los abusadores. Hoy por hoy, cinco agresores que voluntariamente han aceptado entrar en el programa de rehabilitación. «Aunque cueste reconocerlo en algunos foros son también personas con profundas heridas a las que hay que sanar», apostilla García-Baró.
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