Psicología
¿Por qué mata un adolescente? Ni psicópatas ni malcriados: “No profundizan en lo que han hecho porque el dolor sería insoportable”
Varios expertos analizan qué puede llevar a un menor de edad a asesinar y por qué son “recuperables”
Lo que quizás genera mayor sensación de desasosiego o indefensión en la sociedad es saber que Santi era un adolescente como otro cualquiera. No pertenecía a una familia desestructurada, no tiene –según los primeros informes forenses– ninguna patología mental, no estaba desarraigado ni había sufrido rechazo en el IES Vicente Verdú del Elche, donde cursaba 4º de la ESO con buenas notas hasta el pasado año. Como muchos chavales de 15 años estaba «viciado» a la consola y se peleaba con su hermano Gonzalo, de 10 años, por quién la usaba más rato. No era ningún caprichoso pero, por un cúmulo de factores que iremos desgranando más adelante, fue capaz de coger una escopeta que jamás habían usado en casa (era un recuerdo familiar) y mató a sus padres y su hermano con una serenidad que ha dejado sin palabras a quienes han escuchado su relato.
La foto de los cadáveres
Las navidades pasadas Santi volvió a casa con malas notas, algo que no era habitual en él. Su madre, Encarni, harta de que le dedicara más tiempo a la pantalla que a los libros le regañó el pasado día 8. Le dijo que se acabó la consola, el ordenador y el wifi hasta que no espabilara con los estudios. Algo hizo «clic» en la cabeza de Santi y subió a la planta de arriba de la casa a buscar una escopeta que sabía que tenían por allí olvidada. Lo que ocurrió después ya es conocido por todos: fue disparando a su madre (por haberle castigado), a su hermano (para que no le delatara) y a su padre (porque sabía que se iba a enfadar) de forma improvisada. Luego estuvo tres días con los cadáveres y finalmente les hizo una foto para enseñársela a su tía cuando fue a ver por qué nadie contestaba al teléfono. Pero ¿qué pudo llevar a Santi a tener esa reacción? ¿Se puede detectar este comportamiento en un menor? ¿Por qué no sienten el daño causado? Los expertos coinciden en que no hay una respuesta aplicable en todos los casos.
El córtex prefrontal sin desarrollar
La criminóloga Beatriz de Vicente habla de la importancia de entender que no somos «monocausales» y que hay tres grandes bloques que condicionan la conducta humana: biológico, psíquico y social. «Somos entes biopsicosociales», apunta. En el primer campo, el más físico, se refiere al sistema endocrino («las hormonas en los adolescentes están en fase de explosión y hay una tendencia a la irascibilidad y la violencia) y al neurofisiológico: el cerebro se desarrolla hasta los 21 años. «El cerebro de un menor es diferente al de un adulto y el córtex prefrontal, donde se rige la moral y la ética, todavía no esta del todo formado». Según la experta, ya solo este componente biológico puede explicar crímenes brutales sin que vaya acompañado de una psicopatía.
Personalidad sin cuajar
Desde la parte psicológica influyen los patrones que ha tenido, lo que imita, lo que aprende, su personalidad. También puede concurrir una enfermedad mental pero es importante, según De Vicente, recordar que, en los menores, no se puede hablar de trastornos de personalidad o psicopatías porque todavía no tienen una personalidad cuajada. «Hablar de un niño psicópata es completamente incorrecto», aclara. «Por eso se habla de trastornos de la conducta: los niños son siempre recuperables», insiste.
Pero también son determinantes los amigos y las nuevas tecnologías. Al parecer, la llamada «nomofobia», el miedo a estar sin el móvil o sin internet, podría haber sido un detonante en el caso de Elche. «Hay adictos y que se lo quiten de repente puede ser un factor muy estresante», aclara la experta que, al igual que el psicólogo forense Javier Urra, coincide en que «por su puesto que hay indicadores» que nos dicen que algo está pasando con el niño: fracaso escolar, introspección, ausencia de relaciones sociales. «También puede haber trivializado la violencia: es un cóctel multifactorial». De hecho, Urra ha elaborado una guía para padres sobre nuevas tecnologías donde se explican en qué se puede detectar que el niño está cambiando.
Este profesional fue uno de los expertos que participó en la elaboración de la llamada «Ley del Menor» y estuvo trabajando 32 años en la Fiscalía del Menor del TSJ de Madrid, además de llevar un centro de menores en la actualidad. Él se muestra muy optimista con la recuperación de los menores precisamente por cómo se actúa en estos centros. «Una vez que la Fiscalía propone el régimen cerrado y el juez lo ordena comienzan a trabajar los equipos técnicos», explica. Primero, los del propio juzgado del Menor, que evaluarán mediante entrevistas profundas y test con distintos ítems si tiene algún trastorno sin diagnosticar. No parece el caso del chico de Elche.
No huyó ni se suicidó
«Esa primera intervención te da una foto de cómo piensa en ese momento», aclara Urra. Porque, aparte de la disciplina de horarios y actividades que comienza a someterse en el centro (a diferencia de una prisión para adultos) y que muchas veces es la primera vez que la integran, los equipos del centro van evaluando la progresión del menor. Cada niño tiene asignado un psicólogo, un trabajador social y un educador, que elaboran informes periódicos y reenvían al juzgado para ir valorando las medidas a adoptar: el momento de empezar a ver a su familia o sus primeras salidas.
«Cuando la sociedad dice: hay que encerrar 10 años en vez de 5, debemos preguntarnos: ¿el chico no hubiera matado de haberlo sabido? Parece que no. Llama la atención que el chico no se pegara un tiro ni huyera».
La reinserción del asesino de la katana
Urra, que entrevistó al llamado «asesino de la katana», José Rabadán, que con 16 años mató a sus padres y su hermana, asegura que hoy está totalmente reinsertado en la sociedad: vive en Cantabria, tiene mujer, trabajo y una hija ¿Muestra Rabadán poca empatía, como el caso de Elche? Por lo visto, la falta se sentimientos es significativa. A su juicio, «son muy fríos o no pueden profundizar en lo que han hecho porque sino correría riesgo su propia vida». Puro instinto de supervivencia.
Otro de los casos que se recuerdan al hablar de menores asesinos es el de Iria y Raquel. En el año 2000, a sus 16 y 17 años mataron a Clara, una compañera de instituto, solo para ver qué se sentía. Ocurrió en San Fernando y las menores explicaron más tarde con todo lujo de detalle cómo apuñalaron en múltiples ocasiones a la niña por pura “curiosidad”.
Y, aunque Patrick Nogueira fuera mayor de edad y no matara a su familia directa, el caso de Elche ha recordado mucho al suyo en múltiples aspectos. Patrick fue al chalé de Pioz (Guadalajara) con la intención de matar a sus tíos y sus primos. Él, a diferencia de Santi, lo hizo con un arma blanca y comenzó por su tía, luego sus primos pequeños de 1 y 3 años. Después, se duchó, cenó (igual que Santi los días posteriores al asesinato) y esperó a que llegara su tío para hacer lo propio con él. Patrick, sin embargo, descuartizó los cadáveres y se hizo fotos con ellos para enviárselas por WhatsApp a su amigo de Brasil. Nogueira fue condenado a prisión permanente revisable a pesar de que su defensa esgrimió un “daño cerebral” que determinó su conducta.
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