Debate abierto
El bofetón a un niño, una herida que echa raíces
Unas declaraciones del ministro de Educación de Reino Unido a favor de esta práctica han provocado el rechazo de los especialistas en desarrollo infantil
El debate sobre el empleo de métodos físicos de castigo contra los menores sigue estando vigente y generando polémica en muchos países desarrollados. Es el caso de Reino Unido. Ante el aumento de las peticiones a favor de prohibir en Inglaterra las medidas coercitivas físicas, el ministro británico de Educación, Nadhim Zahawi, ha manifestado su deseo de que los padres mantengan el derecho legal de decidir si abofetean a sus niños como forma de disciplina en lugar de que sea el Ejecutivo quien decida por ellos. Según el ministro, hay una «gran diferencia» entre el abuso a los niños, sobre lo que hay «una fuerte legislación» y «ligera palmada en el brazo del niño por parte de un padre». En esta línea, el titular de la cartera de Educación sajón ha confesado que su hija, de 9 años, ha recibido, en alguna ocasión, una palmada leve en el brazo por parte de su madre «si ha sido muy traviesa y se ha portado mal».
Sus declaraciones han generado el rechazo profundo de los grupos de derechos humanos y los especialistas en desarrollo infantil, los cuales llevan años haciendo presión para impedir cualquier forma de violencia física contra los menores en todo el mundo. Sin embargo, sus consideraciones no son un caso aislado. Según una encuesta de YouGov realizada a más de 4.000 británicos en julio de 2017, solo un 22% apoyaría la prohibición de las bofetadas, en comparación con el 59% que defiende esta forma de disciplina.
Patricia Ruiz, psicóloga general sanitaria experta en niños y adolescentes especializada en trauma y EMDR, expresa su desconcierto ante las declaraciones del ministro británico. «Con este estilo educacional autoritario, en lugar de evolucionar y ver al niño como un agente activo en el ecosistema familiar o en la sociedad, se cae en el error de considerarlo agente pasivo sobre el que ejercer control, exigencia e imposición». La experta advierte que para todos los niños «es importante ser visibles y reconocidos por papá y mamá; y no avergonzados, humillados, rechazados o abandonados a nivel emocional». Así, una bofetada a un niño, «aunque sea ligera o moderada, genera una herida emocional que va echando raíces y haciéndose cada vez más profunda. La idea que crece de ahí es: no soy importante, no soy valioso, no he hecho lo suficiente, es culpa mía, me merezco esto que han hecho papá y mamá porque soy un problema».
A largo plazo, este estilo educativo tiene un impacto en la forma de tomar decisiones de esa persona y de relacionarse con otros y consigo mismo. «Muchos adultos se exigen más de lo normal, con unas expectativas inalcanzables porque han aprendido que solo siendo así de exigentes van a evitar esos tipos de castigos; y no saben que en la misma exigencia se están castigando porque es irreal aquello a lo que aspiran llegar. Además, interiorizan que lo habitual es que la gente se relacione así, por lo que aumenta la probabilidad de que como adulto adquiera también una conducta autoritaria para con sus iguales o tolere que otros le traten mal. Esta falta de confianza y de autoestima en sí mismo interferirá en momentos cruciales de su vida».
La psicóloga niega que haya aprendizaje subyacente al castigo físico. «Lejos de ser un aprendizaje para el niño, el castigo físico satisface una necesidad del padre de imponer su autoridad o liberar sus emociones a través del control o el sometimiento. Es decir, el papá tiene en su cabeza un concepto de la paternidad y ve a su hijo como un obstáculo que le impide poner en práctica su rol», comenta.
De esta misma opinión es Érika Fiuri, profesora de primaria y madre de un bebé de 18 meses. «Hemos crecido bajo el lema “la letra con sangre entra” y experimentado cómo lo que entra desde la violencia se queda en nuestras mentes el tiempo que dura el miedo. La crianza desde la escuela y la familia debe ser respetuosa, paciente y afectiva. Queremos que los jóvenes de hoy sean adultos empáticos que no solo sepan poner en práctica lo que dicta el currículo, sino también sus propias ideas y emociones desde el respeto y la palabra. Como profesora, mi reto es fomentar la escucha activa e intentar transmitir a los chicos y chicas de nuestras aulas herramientas que fomenten la comunicación. En nuestra mano está predicar con el ejemplo, mostrarles cómo el castigo o cualquier forma de ataque físico contra niños o adultos es absurdo, inútil y muy perjudicial para la sociedad en su conjunto», denuncia.
En contra de estas afirmaciones se muestra Francisco Ávila, profesor de Educación Secundaria Obligatoria. «Las herramientas de castigo físico deben plantearse de forma privada como algo puntual y circunstancial, pero nunca en el ámbito público y como algo cotidiano o como una herramienta oficial desde el punto de vista psicopedagógico», opina. El profesor lamenta que «hay herramientas coercitivas mentales, tecnológicas y visuales más dolorosas que el castigo físico».
Estos castigos psicológicos, ya sea a través de la culpa o del propio silencio, infieren un daño insondable al menor. «Esta manipulación afecta lenta y progresivamente al niño deteriorando su autoestima, lo que le hará sufrir momentos de inestabilidad emocional, de tristeza y angustia, o ataques de pánico. En la consulta, estos niños describen que se sienten en el filo de un abismo, de un agujero negro. Muchos de estos menores utilizan la autolesión como modo de escape a estas situaciones», añade Patricia Ruiz.
En nuestro país han pasado 13 años desde que el artículo 154 de nuestro Código Civil dejó de contemplar el permiso para que los padres o tutores «corrigieran moderadamente» a los hijos. En su lugar, la norma recogió que se debe «respetar su integridad física y psicológica». Esta decisión se tomaba después de que la Convención de los Derechos del Niño de Naciones Unidas, ratificada por España en 1990, manifestara su malestar porque no se respetaba el artículo 19, el cual insta a los países a «adoptar todas las medidas legislativas, administrativas, sociales y educativas apropiadas para proteger al niño contra toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual, mientras el niño se encuentre bajo la custodia de los padres, de un representante legal o de cualquier otra persona que lo tenga a su cargo».
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