Testimonio

Así sobreviví a 37 días de secuestro: “Leía los ingredientes de la pasta de dientes para no volverme loco”

Un joven canario de 34 años relata su experiencia a manos de un grupo criminal y su liberación gracias a la intervención de la UCO de la Guardia Civil

Hugo (con camiseta verde) tras su operación de mano una vez que terminó su cautiverio
Hugo (con camiseta verde) tras su operación de mano una vez que terminó su cautiverioLa RazónUCO

Dice que no ha necesitado acudir a terapia para superar la traumática experiencia que sufrió pero no cualquiera puede contar cómo sobrevivió a un secuestro en la selva venezolana durante 37 días y perder -amputado por sus secuestradores- dos falanges del dedo meñique de la mano izquierda.

El padre de Hugo (nombre ficticio) llegó desde Canarias en el año 55 a un pueblo de Venezuela y, aunque luego regresaron a Lanzarote, dos de sus hijos quisieron quedarse con un negocio de agricultura y ganadería en una granja que regentaban en la localidad.

Como tantos otros en el pueblo, ellos también eran sistemáticamente extorsionados por bandas y grupos criminales más o menos organizados, que les obligaban a pagar una cuota mensual en función del poder adquisitivo que los delincuentes consideraban que tenían. Hugo y su hermano llevaban desde 2014 realizando estos pagos obligatorios, llamados en el argot venezolano “vacunas”, lo que les suponía unos 1.000 dólares al mes a dos bandas distintas.

“Te vamos a llenar de plomo”

“Decidimos dejar de pagar y comenzamos a sufrir el acoso: cada vez que sonaba el teléfono me sobresaltaba porque siempre nos dejaban mensajes del tipo: “Te vamos a llenar de plomo”, explica en conversación con LA RAZÓN. “No puedes hacer nada porque si vas a la Policía se van a enterar a los cinco minutos. Tienen a agentes comprados y entonces sí que te matan”. Otro de los métodos de presión mediante llamada telefónica era: “Estamos fuera” y de repente escuchabas tres tiros al aire en la calle”, relata.

A pesar del horror que puede suponer para cualquiera, Hugo asegura que se acabó acostumbrando a vivir en tensión porque, además, no se sentían especialmente señalados al saber que hay mucha gente con un negocio que está en la misma situación.

Hugo vivía con su pareja pero su hermano con su mujer y dos hijos, por lo que sí temía por los menores. “¿Qué medidas de seguridad tomábamos nosotros? El rosario”, contesta irónico, dando a entender que solo les quedaba “rezar” para que no pasara nada.

En diciembre volvieron a Canarias para pasar las navidades en familia y entonces plantearon seriamente regresar de forma definitiva porque las cosas se estaban poniendo realmente feas. “Muchos canarios ya se habían vuelto y empezamos a pensar cómo haríamos para vender todo lo que teníamos así que, por el momento, regresamos”. Fue aterrizar en Venzuela y coger el virus del Zika. Estuvo unos días sin ir a trabajar porque se encontraba muy débil pero cuando fue el cumpleaños de su sobrino hizo el esfuerzo para asistir a la fiesta.

Una pick up y cuatro policías full

Al volver, se encontró con un punto de control en el camino: una pick up parada con unos tipos que parecían policías. Algo bastante habitual en el pueblo, por lo que no le hizo sospechar en un primer momento. “Me pararon y me pidieron la célula (DNI) pero al escucharles hablar me olió raro: estaban como nerviosos, miraban para atrás todo el rato, no sé”. Efectivamente no era la Policía sino un grupo que iba a secuestrarle por sus impagos del “impuesto revolucionario”. Justo detrás, con el coche, venía salía su hermano (afortunadamente, él solo), al que también dieron el alto.

Los asaltantes ya no disimulaban mucho su falso rol de policía y comenzaron a ponerse nerviosos y a mirar todo el rato al asiento de atrás: “¿Dónde está la pistola?”, preguntaban gritando. Hugo se dio cuenta de qué iba todo aquello y trató de no perder la calma. “Me quitaron el teléfono, me dieron con la culata de una pistola y me sacaron del coche, igual que a mi hermano. Nos encañonaron y dijeron: Esto es un secuestro y nos metieron en uno de sus coches, mientras dos de la banda cogían los nuestros”.

Los hermanos trataron de explicarles que no tenían más familia a quien pedir un rescate, que soltaran a uno de los dos para que pudiera darles el dinero que pidieran por el otro, a ser posible, Hugo quería que fuese su hermano, que era quien tenía familia. Pero los secuestradores hicieron caso omiso y les taparon la cara para que no vieran a dónde les llevaban. Después de unos 30 minutos de carretera y de ansiedad desbocada les bajaron en un punto indeterminado de “una zona selvática”, explica Hugo. “Eran 8 o 9 -recuerda-, algunos con el rostro cubierto por pasamontañas pero traté de no mirar a la cara a los que no lo llevaban”.

Allí les quitaron los teléfonos, pidieron las claves y volvieron a meterles en el coche para, unos kilómetros más adelante, soltar a su hermano. “Le ordenaron: bájate aquí y el me decía “Tranquilo Hugo, que yo te saco de aquí, tranquilo”. Más tarde le contaría que anduvo varios kilómetros hasta llegar a un pueblo. Allí fue tocando puertas pidiendo a la gente que le dejaran llamar por teléfono y tratar de llamar a su primo. “Pero no se lo cogía porque allí si ves que llama un número que no conoces no lo coges precisamente por si es de alguna de estas bandas para pedir la “vacuna”” Al fin logró hablar con él y pudo ir a buscarle: para él había acabado la pesadilla pero Hugo seguía a manos de esa gente y todavía no les habían dicho ni cuánto querían por su liberación. Tampoco cómo se encontraba.

Tres horas de viaje “festivo”

Para Hugo comenzaba entonces un largo viaje, en todos los sentidos. Sus secuestradores estuvieron casi tres horas conduciendo: compraron algo de provisiones (le dejaron tomar refresco y algo dulce), pusieron la música a tope y empezaron a fumar marihuana. Parecía que estaban de fiesta mientras la cabeza de Hugo trataba de mantenerse serena y dejar de imaginar cosas. La incertidumbre le jugaría malas pasadas los días posteriores.

Tras llegar al final de una zona boscosa le ordenaron bajarse y comenzaron a caminar por el monte. Unas dos horas más tarde llegaron a una casa, entraron y le tiraron al suelo. “Había cogido garrapatas durante el camino por el monte y no podía soportar el picor hasta que conseguí que me compraran Adantol”. Porque Hugo no recuerda durante aquellos días un mal trato por parte de sus captores. “Eran chiquillos que obedecían órdenes”, dice sin acritud. “Me decían todo el rato: somos hampa resia, tranquilo que es exprés (secuestro exprés, que no iba a estar más de unas horas retenido)”.

La banda de “El Picure”

No fue verdad: estuvo 37 días vagando por el monte venezolano en diferentes ubicaciones. Sí era cierto lo del hampa seria; más tarde se enteraría que pertenecían a la banda de “El Picure”, un paramilitar (abatido en 2016) que lideraba una organización criminal radicada en el estado Guárico dedicada al robo de vehículos, extorsión, secuestro y sicariato de toda la zona que rodea la capital de Venezuela.

Durante aquellos primeros días de cautiverio, el canario solo recuerda que no tenía hambre y a la semana comenzó a escucharles hablar que le querían cortar un dedo pero algunos de la banda no querían afrontar esa tarea, que supondría estar días escuchando las quejas de la víctima y sus dolores.

Los días pasaban, nadie decía nada y a Hugo se le estaba haciendo demasiado largo: le parecía extraño que su hermano no hubiera abonado ya el pago que le hubieran exigido. Entonces se acercaron a su cuarto y le dijeron. “Mira, chamo, vamos a pedir 500.000 dólares y estás fuera”. Entonces fue cuando a Hugo se le vino el mundo abajo. “Entonces empecé a llorar como no lo había echo todavía en ningún momento. Lloraba desconsoladamente porque sabía que no teníamos ese dinero”, confiesa.

Dos falanges como prueba de vida

Las cosas se estaban empezando a poner tensas y en una ocasión le sacaron del cuarto porque tenían que “grabarle” como “prueba de vida” de cara a las negociaciones con su familia. Le ataron a una silla con cinta aislante. “Yo pensaba que me iban a cortar un dedo porque ya había escuchado que lo hacen así. Les dije: mátame pero no me pegues. Comenzamos a forcejear y me hice el desmayado”, relata Hugo, que recuerda cada segundo de aquellos días de infierno.

Le dijeron que le iban a cortar un dedo y él, frío y resignado, pidió un favor: “Que sea en la mano izquierda, por favor”. Le pudieron una tablilla sujetando bien el resto de la mano y, con un machete, hicieron un único corte en el dedo meñique dejando la última falange. Era el 2 de febrero de 2016, lo lleva grabado a fuego. “Más que dolor, en ese momento sentí tristeza”, confiesa. El hecho le marcó tanto psicológicamente, que dice que fue un punto de inflexión. “A partir de ahí me quedé ido, perdí las esperanzas de salir”. Tras ver el charco de sangre que se había formado, le dieron antibiótico y recuerda que volvió a hacerles otra petición: “Tráiganme algo para coserme, que yo sé. Me dieron una aguja con tan mala pinta que pensé que iba a ser peor el remedio que la enfermedad y esperé a que frenara la hemorragia”.

Entonces escuchó la primera buena noticia: “En dos días te soltamos”. “Creí que el dedo había acelerado el proceso pero era mentira, aún me quedaba casi un mes de cautiverio”. Esa noche, recuerda, comenzó a “armarse follón en la casa”. Llegó un tipo que parecía ser el “encargado” echando la bronca a todos los que custodiaban al rehén. Les regañaba porque habían tardado mucho en hacerle “lo del dedo”. “¡Y si les pido un brazo, también me lo mandan, joder!”, les gritaba.

“Conocí la ansiedad”

Todavía tardaron una semana en salir de allí pero no para volver a casa. Entonces le condujeron hasta un llano en plena selva donde pasó el resto del secuestro a la intemperie, durmiendo en una hamaca. Llegó un punto en que Hugo perdió la noción del tiempo. “Conocí, por primera vez, lo que es un ataque de ansiedad. Un día me dieron un Diazepam y fue la única noche que dormí”.

Mientras, por el día, llegaba a charlar con sus captores, chavales de barrios marginales que rozaban la minoría de edad y que ya habían estado en la cárcel. Hasta le ayudaban a limpiarse la herida del dedo. Para no volverse loco miraba el cielo, leía los ingredientes de a pasta de dientes, del desodorante...y así hasta el día 37 de cautiverio.

Recuerda a la perfección cómo fue la última madrugada. “Llegaron a buscarme y pensé que me iban a matar. Sin decirme nada me soltaron en medio de la nada a pesar de que mi familia no había pagado. Yo no entendía nada pero me fui”. Porque, lo más rocambolesco del secuestro de Hugo fue que, encima, sus secuestradores le soltaron sin recibir dinero de su familia. Al igual que su hermano, llegó caminando a un pueblo, pidió a una señora que le dejara un teléfono para hablar y llamó a su hermano indicándole dónde estaba. No se lo podían creer.

A los tres meses le operaron en Caracas y poco después cogieron un vuelo, solo de ida, a Canarias. “Yo me quería quedar, fíjate, pero a mis padres les hubiera dado un disgusto”, dice ahora, que vive en Lanzarote. En toda esa negociación para que soltasen a Hugo no andaban solo metidos grupos organizados y sus familares sino la propia UCO de la Guardia Civil. Sus familiares habían interpuesto una denuncia por su desaparición y, como ciudadno español que es, movieron sus hilos para que al otro lado del charco, en plena selva venezolana, los especialistas en Antisecuestros de la Policía de Venezuela, le encontrara. Y así fue. Todo gracias a una herramienta impulsada por la Sección de Homicidios, Secuestros y Extorsiones de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil con sus homólogos en 16 países latinoamericanos llamada Red Iberoamericana Antisecuestros o RIAS.

De esta forma cada vez que hay una sospecha de secuestro en algún países latino (o viceversa), además de iniciarse por los cauces protocolarios las pertinentes gestiones a través de la Embajada o Consulado del país, la Guardia Civil cuenta desde hace una década con esta red de contactos que les permite realizar unas primeras averiguaciones con mayor celeridad y sin estar a expensas a la a veces lenta burocracia, diferencia horaria etc. Y todo eso es crucial cuando los minutos son clave para salvar la vida de una persona. En este caso, el secuestro de Hugo también tuvo un final de feliz y prueba de ello es la foto que se tomó, entre otros, con un agente de la UCO, cuando le operaron de su amputación del dedo.