En el Teatro Real

Del «vamos a morir de hambre» al «le va a dar un infarto»

Tras dos años de restricciones pandémicas, el Teatro Real se llenó de asistentes para ver en directo a los «niños cantores»

Varios asistentes aprovecharon el sorteo para echar una cabezada
Varios asistentes aprovecharon el sorteo para echar una cabezadaDavid JarLa Razon

Mientras España dormía, el Teatro Real comenzaba a recibir a los primeros asistentes del Sorteo de Navidad. Rozaban las seis y media de la mañana y algunos estaban aún desperezándose de una cabezada entre cartones a las puertas de la ópera mientras que otros habían optado por acudir «de empalmada» tras una madrugada de fiesta. Los restos de tazas de chocolate indicaban que algún afortunado había conseguido desayunar antes de pasar a la sala.

Y, claro, por un motivo u otro, todos los asistentes con falta de sueño cayeron pronto en las manos de Morfeo arropados por el calor del Real y el mullido de la butaca. «El jeque», en referencia a uno de los asistentes que acudió con chilaba y Kufiyya, permaneció en letargo durante todo el sorteo. Ni siquiera los gritos y aplausos de las bolas premiadas perturbaron su sueño. También los jóvenes disfrazados de surtidor de combustible sucumbieron al sopor.

El niño de San Ildefonso Ángel Abaga tras cantar "El Gordo"
El niño de San Ildefonso Ángel Abaga tras cantar "El Gordo"David JarLa Razon

Tras los protocolos marcados, comprobaciones y demás parafernalia lotera, a las 9:13 se escuchaba el primer cántico de los niños de San Ildefonso. Kiara Román entonaba los 1.000 euros del número 512, una melodía que daba el pistoletazo de salida a las fiestas navideñas y que queda anclada en la memoria auditiva durante todo el día. Los premios se hicieron esperar. Tanto es así que por los micrófonos se coló el desesperado comentario de una de las presentes en la mesa de la presidencia (encargados de comprobar cada uno de los números agraciados): «Ya era hora», decía aliviada a las 10:24, cuando salió el primero de los quintos premios.

Pese al hastío inicial de los presentes, que entre dormidos y aburridos ansiaban que llegara de una vez «El Gordo», apareció Ainhoa Rosero, una de las pequeñas de San Ildefonso que conquistó al auditorio con su dulce voz. Los aplausos se repitieron durante toda la tabla de la joven que sonreía vergonzosa, más aún tras ser la responsable de entregar 1.250.000 euros de la mano del segundo premio. «Esta niña tiene que cantar el primer premio, ya verás», pronosticaba Olatz, que venía desde San Sebastián.

Pero no fue ella, sino Ángel Abaga quien entonó el flamante 05490 pasadas las 11 de la mañana. «Nos vamos a morir de hambre, no nos ha dado tiempo a desayunar y llevamos aquí sentados desde las seis y media de la mañana. No nos dejan salir del Teatro. Por favor, que alguien nos traiga algo comer, que nos vamos a desmayar», decía el sevillano Manuel que, por primera vez visitaba el Real, aunque aseguraba que no habría una segunda: «Se ve más tranquilo desde casa, la verdad».

La bola al suelo y voz trémula

Y de repente estalló el júbilo y los asistentes se olvidaron del apetito y la somnolencia. Todos se levantaron a aplaudir a Ángel Abaga y Alonso Dávalos mientras, nerviosos, proclamaba «El Gordo». Ángel soltó un «Te quiero» mientras mostraba la bola de los cuatro millones a los «inspectores». Su compañero le miraba sonriendo. Les temblaba tanto el pulso que no atinaban a meterlo en el alambre.

El famoso «Obispo de la Lotería», a la izda., junto a dos amigos en el Teatro Real
El famoso «Obispo de la Lotería», a la izda., junto a dos amigos en el Teatro RealDavid JarLa Razon

Exultantes, posaban antes los medios mientras, en una de las butacas, Perla, comprobaba que llevaba el décimo ganador. Abrumada, tuvo que ser atendida por el Samur. «Ay, pobre, que le va a dar un infarto», decían quienes desde su asiento miraban con cierta envidia la fortuna de la peruana.

Pero el sorteo seguía su curso y llegaron las primeras caídas de bolas al suelo y algún que otro gallito nervioso. A Daniela Laborde le temblaba la voz tanto que solo la ovación del patio de butacas sirvió para calmar su inquietud.

En esta ocasión, los niños de San Ildefonso no atendieron a los medios «por cuestión de seguridad», lo que deslució vivir con ellos la emoción de cantar los principales premios del sorteo. Eso sí, a Kati y «La chata» poco les importó porque también compartieron «in situ» su alegría por ser agraciadas de uno de los quintos premios: «A mí es la cuarta vez que me toca, qué suerte. Es un décimo compartido, pero, oye, es una alegría», decía Kati. Ellas venían desde Buenavista, en Tarragona, y fue en la panadería de Carmina Peña donde encontraron la suerte.

El bombo siguió su curso (y soltando una nube de polvo cada vez que giraba) hasta pasada la una y media de la tarde. Allí, impertérrito, estuvo hasta el último momento el popular «obispo de la lotería» y su amigo Chuchi, que se encargaban de bendecir cada uno de los décimos haciendo la señal de la cruz en el aire. Tampoco faltó Manoli Sevilla, de 86 años, vestida de muñeco de nieve. Y es que, aunque no toque la ilusión también alimenta el alma, que no el estómago.