Una multitud fiel
«¡No podía perderme verle por última vez!»
De Baviera a Guinea, pasando por Madrid, miles de peregrinos frenaron en seco sus planes para viajar ayer a Roma
Roma amaneció este jueves fría y nublada para despedir a Benedicto XVI. Un día histórico para la ciudad y, sobre todo, para la Iglesia católica: el funeral de un Papa no reinante presidido por el reinante. Francisco celebró las exequias de su predecesor, quien falleció el pasado 31 de enero a los 95 años, ante la presencia de unos 50.000 fieles, algunos de los cuales, viajaron expresamente a la Ciudad Eterna para dar el último adiós al Papa no reinante.
Una despedida sobria y sencilla, como transcurrieron sus últimos años de vida en el monasterio Mater Ecclesiae, en el interior de los jardines vaticanos, donde Joseph Ratzinger se retiró tras renunciar al Pontificado en febrero de 2013. Una decisión insólita y un gesto revolucionario que convirtió al papa alemán en el primer pontífice en «dimitir» en los últimos 600 años, y que cambió el rumbo de la Iglesia.
Desde primera hora de la mañana, cientos de personas comenzaron a llegar a una Plaza de San Pedro blindada. La maquinaria impuesta para garantizar el orden público es discreta, pero imponente. Llama la atención la ausencia de los ruidos típicos de una ciudad caótica como Roma, las bocinas de los coches y el griterío que provoca la masa de turistas que suelen inundar las callejuelas alrededor de la plaza y los restaurantes de Borgo Pío.
Un amplio dispositivo de seguridad con alrededor de mil agentes de la gendarmería vaticana, policía italiana, policía local y carabinieri desplegados en la Ciudad del Vaticano y la zona limítrofe impuso férreos controles de acceso a la plaza, donde se colocó una estructura cubierta para albergar el altar en el atrio de la basílica donde se celebró el funeral. La «zona roja» se extendió desde Via della Conciliazione hasta la Piazza Risorgimento y el tráfico fue interrumpido hasta varias horas después de que finalizaran las exequias, a las que asistieron líderes y autoridades mundiales –a pesar de no ser un funeral de Estado–, entre los que se encontraban la Reina Doña Sofía, el ministro de Presidencia, Enrique Bolaños, y la embajadora de España ante la Santa Sede, Isabel Celáa.
Durante tres días, de lunes a miércoles, casi 200.000 personas desfilaron ante la capilla ardiente instalada en la Basílica de San Pedro para dar su último adiós al papa alemán, entre lágrimas de emoción y «selfies». Unas cifras mucho más contenidas que las que se registraron tras la muerte de Juan Pablo II en 2005, cuando los fieles tuvieron que esperar hasta 24 horas para acceder a la capilla ardiente y Roma recibió más de un millón de peregrinos llegados desde todos los rincones del mundo para despedir al Papa polaco.
En las filas para acceder a la plaza de San Pedro se encontraban muchos sacerdotes y monjas, pero también turistas a quienes el fallecimiento de Benedicto XVI les sorprendió en la Ciudad Eterna; como a Francesco y Barbara, dos italianos residentes en Milán, que esperaban poder visitar los Museos Vaticanos tras asistir al funeral, ya que el Vaticano no declaró este jueves luto oficial y todas las oficinas de la Santa Sede así como la pinacoteca vaticana permanecieron abiertas.
«Viajamos a Roma para celebrar la Nochevieja y nos enteramos por las noticias de la muerte del Papa no reinante cuando ya estábamos aquí, pero no hemos querido perdernos el funeral porque es un día histórico», aseguran emocionados a LA RAZÓN.
Otros peregrinos, sin embargo, sí viajaron expresamente hasta el Vaticano para despedir al Papa no reinante. Es el caso de Santiago y Raquel, una joven pareja de Madrid, que decidió comprar un vuelo a Roma para asistir al funeral tras conocer el fallecimiento de Benedicto XVI. La pareja visitó la capilla ardiente el día anterior para rezar junto a él «y pedirle que vele por nuestros sacerdotes y parroquias».
Desde Baviera, lugar de origen de Ratzinger, medio centenar de jóvenes llegaron en autobús para «ver por última vez» al Pontífice alemán, a quien consideran «un gran teólogo y un modelo a seguir».
El legado de Benedicto XVI como teólogo e intelectual es inestimable, según coinciden en señalar la mayoría de los expertos. Es por eso que los últimos días se han multiplicado las peticiones para que Joseph Ratzinger sea proclamado doctor de la Iglesia, un reconocimiento que sólo tienen 36 personalidades católicas, que implica un largo proceso, pero que el Papa puede conceder por su propia iniciativa.
«Como académico es impresionante todo el bagaje que deja para seguir estudiando y profundizando», señala Matías Rodríguez, un sacerdote mexicano que estudia en Roma. «Hay que subrayar todo el bien que su pontificado le hizo a la Iglesia y que siguió haciendo con su dimisión y con una vida entregada hasta el final de sus días», apunta. A su lado, Jesús Cruz, también sacerdote, no podía contener la emoción al recordar a Benedicto XVI, «una persona que dio su vida por el Evangelio, con su testimonio y sus escritos; por eso venimos a despedirlo y darle las gracias».
En la fila también se encuentra Ignazio, un religioso originario de Guinea Ecuatorial. «Benedicto XVI ha sido un buscador de la verdad. Yo soy un misionero, no lo he conocido personalmente, a diferencia del papa Francisco, a quien sí conozco, pero he leído todos sus escritos y creo que es muy importante estar hoy aquí», asegura.
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