Yo Creo

Al rescate de los niños en una «UCI permanente»

El misionero Gustavo Bombín pilota el plan sanitario y de educación de la región más pobre de Madagascar

El obispo misionero Gustavo Bombín, en Madagascar
El obispo misionero Gustavo Bombín, en MadagascarJuan SistoLa Razón

El primer «flashazo» que le viene a la mente cuando a Gustavo se le invita a rescatar su primera vinculación con las misiones le lleva hasta San Llorente, su pueblo, situado al este de Valladolid. «Recuerdo ir casa por casa con la hucha que representaba la cabeza de un chinito», verbaliza. Un instante después comienzan a acumularse imágenes de sus maestros hablándoles de la entrega de los hombre y mujeres que se iban para no volver a anunciar el Evangelio a la lejanía y a su familia rascándose el bolsillo para colaborar con lo que entonces se llamaba la Santa Infancia.

2.500 proyectos

Lo que no se podía imaginar aquel chaval es que unas cuántas décadas después él estaría sobre el terreno, tomando el relevo de lo que hoy se conoce como la Infancia Misionera. Es una Obra Misional Pontificia que hoy celebra su jornada anual de sensibilización para dar soporte a una red internacional con la que sostiene el trabajo que la Iglesia realiza en 1.118 territorios de misión a través de más de 2.500 proyectos de educación, salud, protección a la vida y evangelización que tienen como protagonistas a más de 4 millones de niños. «Cuando miras atrás, descubres que nada es casual, hay unas intuiciones y lógica en el camino que te va confirmando el Señor», reflexiona Gustavo Bombín, de 53 años, un misionero trinitario que lleva más de tres décadas en Madagascar.

«Fue mi primer destino y creo que será el último», bromea. Llegó con 27 años enviado por su superior general, como respuesta a la inquietud que mostró durante su formación. Cuando llevaba 17 años en la isla africana y preparar las maletas para marcharse a Egipto, Juan Pablo II le sorprendió nombrándole obispo de Tsiroanomandidy, en el interior del país. Hace cinco años, Francisco le pidió levantar de cero una nueva diócesis en la costa. Desde entonces, es el obispo de Maintirano, la región más pobre de la nación.

Sin carreteras

«No tenemos ni un solo kilómetro de asfalto, estamos olvidados por los gobernantes con una sanidad bajo mínimos y una corrupción por las nubes», detalla Gustavo sobre un territorio en el que viven 370.000 habitantes -de ellos, unos 34.000 católicos-. El 60 por ciento de la población tiene menos de 24 años. De ahí que los niños y jóvenes sean los protagonistas de la acción integral de la Iglesia.

Entre las obras que pilota este sacerdote español, se encuentran 15 colegios, con 5.000 alumnos de Infantil a Secundaria y 200 profesores. «Lo que hacemos, como decía Teresa de Calcuta, es una gota en el océano, pero si no estuviera la Iglesia no sería lo mismo», apunta, echando mano a la par de García Lorca y su reivindicación cuando inauguró la biblioteca de su Fuente Vaqueros natal: «Yo, si tuviera hambre, no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro».

Niños desatendidos

Porque, tal y como diagnostica el obispo, «los niños están completamente desatendidos en todos los aspectos». «No recuerdo haber faltado nunca a clase, pero aquí los padres no acaban de ser conscientes de que es una oportunidad de futuro para toda la familia», lamenta Bombín sobre una pobreza estructural que obliga a ponerse a trabajar a los menores por pura supervivencia.

En materia sanitaria, pone sobre la mesa que solo un tercio de los niños malgaches ha recibido la pauta completa de vacunas: «Eso hace que el paludismo y las diarreas sean las enfermedades que más maten, algo impensable en Europa, como el hecho de que tengamos muchos casos de sarampión, viruela o polio que ya no existen ni por asomo en el mundo desarrollado».

A esta alarmante tasa de mortalidad infantil, se une la malnutrición que provoca un retraso en el desarrollo físico y una falta de rendimiento en los estudios.

Emergencia permanente

«La infancia vive en un estado de emergencia permanente, está en la Unidad de Cuidados Intensivos perpetua», denuncia sobre la ausencia de compromiso por parte de las administraciones que desde la diócesis intentan solventar con programas sanitarios y de acción social financiados por la Infancia Misionera: «Sin su ayuda, sostenernos sería imposible. Ahora nuestra prioridad es apuntalar un comedor que tenemos y al que diariamente acuden 60 niños».

En medio de estas cuentas que hay que echar para que ninguno de sus chavales se quede sin ir a clase, sin el almuerzo o sin el medicamento que les permita salir adelante, a Gustavo le quedan fuerzas para mirar hacia el horizonte más allá de lo material: «Como decía Gloria Fuertes, si hay algo que no se puede dejar para mañana, es un niño. Nos faltan poetas de niños. Y es ahí donde los misioneros tenemos que poner nuestra alma, echar el resto».

Y es que, toda esta entrega no nace desde una motivación filantrópica, sino que se encarna en un proyecto evangelizador que Gustavo lo asemeja al de las comunidades cristianas de los primeros siglos, «como aquellos viajes de Pablo o las cartas de Timoteo, puerta a puerta, casa por casa, poco a poco».

La importancia de “estar” en las periferias

«Cuando el Papa habla de que tenemos que estar en las periferias, yo siento que Maintirano es la periferia de las periferias», apunta sobre ese primer anuncio de la Buena Noticia de Jesús de Nazaret que abandera como pastor: «Tenemos un potencial humano que es un regalo de Dios que hay que sacar adelante».

Por eso, cada vez que un caso de pederastia azota la credibilidad de la Iglesia, a Bombín le cambia el rostro y el tono de voz se vuelve más grave si cabe: «Decir que es una pena es quedarse corto. Hay que reconocer que, como dice Francisco, un solo caso en la Iglesia ya es demasiado. No hay lugar en la Iglesia para los abusadores. Ojalá la toma de conciencia y la conversión nos lleve a una manera más sana de presentar el Evangelio a toda la sociedad y, especialmente, a los más pequeños y vulnerables».