
Opinión
Mi alma gemela
Mi perra va para los quince y nos amamos mutua y profundamente

Aquí la tengo. Si ella pudiese cantar este sería el estribillo, “a tu vera, siempre a la verita tuya…” Yo también quiero estar siempre a su vera, pero no va poder ser. Mi perra va hacia los quince y la veo envejecer con dignidad. Sin embargo, duele.
Cada mañana cuando despierto y ella se acerca desde el otro lado de la cama, la digo: “gracias, amor, por regalarme un día más. Entonces hacemos la primera tanda de caricias. Mi “Japi” se tumba boca arriba y yo la acaricio hasta que se cansa y me pide bajar de la cama. Ya no puede saltar, le fallan las patitas, pero yo la alzo y hago como que vuela hasta el suelo. Después comienzo a hacer mis ejercicios físicos.
De joven ella participaba, me traía su pelota amarilla en los momentos justos en que yo tenía las manos libres para que se la tirase. También le gustaba meterla debajo de la cama, todavía lo hace a veces, y yo, agobiada, doy palos de ciego hasta que consigo sacarla. El final de la gimnasia llega con ronda de masajitos en su lomo dolorido por los años. La conocí cuando tenía meses y era una cachorra ágil y tremendamente divertida. Corría por la madera de casa y se resbalaba quedándose en el mismo sitio, sin avanzar, pero con cara de velocidad.
Ahora todavía me hace reír y sonreír mucho, porque, aunque oye y ve poco, sigue demostrando su increíble inteligencia y se comunica conmigo con un lenguaje corporal inequívoco. Ella también me entiende perfectamente a través de mis gestos agrandados. Eso no quiere decir que me obedezca siempre, mi perra es sensata pero rebelde y si no quiere algo me lo hace saber con firmeza. Nos necesitamos y amamos mutua e incondicionalmente. Pero vivir el ciclo vital completo, de cachorro a anciano, en un ser amado es muy duro. Con permiso o sin permiso de las autoridades, tendré un duelo inmenso con su partida, solo aliviada por haber conocido y gozado a un alma gemela.
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