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Los «descubridores» del sector 3 de la catástrofe: «Impresionaba el silencio que encontramos en las grandes superficies»

Los bomberos del Ericam que formaron parte del primer equipo que llegó a la zona cero de la DANA relatan cómo lucharon contra el caos

Una imagen de la actuación del Equipo de Rápida Intervención en Catátrofes de la Comunidad e Madrid (Ericam) en las localidades valencianas de Benetússer y Sedaví
Una imagen de la actuación del Equipo de Rápida Intervención en Catátrofes de la Comunidad e Madrid (Ericam) en las localidades valencianas de Benetússer y SedavíEricam

A las once de la mañana del día siguiente a la gran riada provocada por la DANA en Valencia, es decir, el miércoles 30 de octubre, los profesionales del Ericam (bomberos, sanitarios del Summa 112 y guías caninos de búsqueda) estaban organizados en la base que tienen en el parque de bomberos de Las Rozas, en Madrid, listos para acudir en ayuda de las personas atrapadas por el agua. «Estábamos en prealerta desde primera hora de esa mañana, pero no sé por qué no se nos activó con la rapidez que esperábamos. A nivel político o de coordinación, aún no está claro si hubo algún retraso en la autorización para intervenir. El aviso nos llegó finalmente a lo largo de la tarde del miércoles», explica a este diario Chema González, oficial del Cuerpo de Bomberos de la Comunidad de Madrid al frente del primer despliegue del ERICAM a Valencia.

Al tratarse de un equipo de élite con una capacidad prácticamente inmediata de reacción (en dos horas pueden tener listo al equipo y desplazarse al lugar de los hechos), están acostumbrados a lidiar con las mayores catástrofes en tiempo récord. Así, esa mañana un equipo de rescate acuático de la Comunidad de Madrid salió como avanzadilla y, a lo largo de la tarde, se sumaron un total de 38 personas entre bomberos y personal del Summa, más rastreadores caninos. Ellos fueron de los primeros que se enfrentaron a la tragedia. Los primeros ojos que vieron la magnitud del desastre.

Su primera parada para organizarse con los equipos de Valencia fue en Requena. Las comunicaciones estaban caídas. La labor era muy compleja. De allí se movilizaron hasta Chiva, donde la carretera estaba ya intransitable, llena de vehículos y caudales de agua. «Comenzábamos a ver viviendas derrumbadas sobre los barrancos. Realizamos valoraciones estructurales rápidas y, como somos un equipo de primera intervención, nos centramos en la búsqueda de personas y víctimas. La tragedia era evidente. El polígono industrial de Chiva estaba completamente destruido. Pudimos comprobar el nivel del desastre: el parque de bomberos local había quedado inutilizado por el paso de la riada», comenta Chema.

Allí se toparon con el caos, la desesperación de los vecinos y la frustración. Eran los primeros en aterrizar en el horror que hoy todos conocemos.

Al equipo le llegó la notificación de que la zona de Torrent estaba más afectada aún. No lo podían creer. Se desplazaron allí «y el paisaje era desolador. A medida que nos acercábamos a la zona metropolitana de Valencia, la magnitud del desastre era más evidente», relata este bombero. Desde el puesto de mando que se había instalado de manera precaria en Paiporta, se les asignó el «sector 3», que incluía la zona de Benetússer y Sedaví.

A resguardo

Era jueves, apenas había pasado un día desde que habían tomado contacto con el desastre y ahora se adentraban en un terreno aún más desconocido. Apenas habían descansado cuando, a las cinco de la tarde, «conseguimos establecer nuestro puesto de mando en Benetússer. Éramos los responsables de ese sector. Sabíamos que teníamos pocas horas de luz, y nos dijeron que lo mejor era no trabajar de noche debido a la poca efectividad y los riesgos de seguridad que había en la zona». Aun así, realizaron una primera inspección para poder comenzar a primera hora de la mañana con todo claro. Pese a que el equipo de Ericam es completamente autónomo (llevan sacos para dormir donde sea, autoabastecimiento, etc.), les prestaron las instalaciones de un colegio para resguardarse.

Al alba, comenzaron a trabajar en las zonas más críticas: supermercados, edificios públicos y lugares donde podría haber personas atrapadas. «Nuestra prioridad era encontrar víctimas y despejar el terreno de coches para que pudieran entrar más equipos de rescate. También estábamos trabajando en la vecina Sedaví, que era bastante más complejo, con muchas calles y avenidas, además de un macrocentro comercial con grandes edificios y sótanos. Sabíamos que era complicado encontrar personas con vida cuando ya habían pasado tres días, pero continuamos haciéndolo», relata Chema, quien no olvida a los compañeros de Valencia «que también estaban entregados por completo a la causa, incluso los que estaban de baja se pusieron manos a la obra».

Casi diez días después de aquello, a este bombero aún le cuesta comprender lo vivido. Estaban aislados de las noticias, no tenían conocimiento de la magnitud de la catástrofe. «Ahora que he podido leer algo más, estoy tomando conciencia de todo. Esos primeros días solo estaba enfocado en la misión que teníamos y centrados en nuestra zona».

De hecho, no se le borran de la cabeza algunas de las imágenes y sensaciones de esos primeros días. «En Sedaví, nos marcamos un primer objetivo muy claro, que era el aparcamiento subterráneo de la Plaza del Pueblo. Inicialmente, la información que recibimos indicaba que había hasta cinco niveles de sótano, pero a medida que fuimos avanzando en la intervención, se confirmó que eran solo dos. En ese aparcamiento se habían visto hasta 15 personas sacar sus vehículos, y nadie las había visto salir después. Esto lo convertía en uno de nuestros objetivos más claros. Logramos evacuar todo el agua de la planta -1, que tenía más de dos metros de altura, en una sola noche, el resto a lo largo del día siguiente». Entraron los equipos acuáticos y con «bicheros» iban tanteando el fondo. Afortunadamente, no encontraron víctimas.

Marcamos una docena de objetivos prioritarios de pequeño y medio tamaño y otros tantos de tamaño superior, «como los centros comerciales. Algunos de estos tenían hasta 40.000 m² y presentaban desafíos enormes debido a su superficie y altura de achique. Para ello, colaboramos con la UME, el Ayuntamiento de Madrid y otros equipos que se unieron a la operación».

De hecho, este bombero apunta que una de las miles de sensaciones que todavía guarda de aquellos primeros días «es la sensación de silencio dentro de esas grandes superficies, era impresionante».

Durante los primeros diez días consiguieron recuperar, y asistir en la recuperación, de al menos ocho víctimas, pero su trabajo continúa. «Hay mucho por hacer y varios desaparecidos aún», reconoce Chema, quien apunta que, tras el caos inicial, ahora trabajan con buena coordinación. «Es clave poner orden en las intervenciones de emergencia. Aquí, no sé aún por qué, los protocolos de activación iniciales no fueron lo suficientemente ágiles. Hasta que la organización se hace evidente, los esfuerzos pueden ser ineficaces y, lo que es peor, contraproducentes. Por eso la colaboración entre los distintos cuerpos de emergencia es crucial», sentencia.