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Opinión

Duelo colectivo por la muerte del Papa Francisco: una pérdida universal

«Surge una conexión emocional espontánea entre los dolientes. No hemos perdido solo a una persona, sino a un símbolo de lo que aspiramos a ser como sociedad»

Funeral del Papa Francisco Simone RisolutiEFE

En tiempos de incertidumbre, polarización y miedo, la figura del Papa Francisco era un lugar de calma y coherencia. Su muerte no solo nos priva de un líder religioso, sino que también nos enfrenta a una pérdida que trasciende credos y fronteras. Estamos viviendo, como sociedad, un fenómeno muy específico llamado duelo colectivo.

Desde la Psicología, entendemos el duelo como una respuesta emocional natural ante la pérdida de alguien significativo. Es un proceso necesario para reorganizar el mundo interno tras esa ausencia. Sin embargo, cuando esa pérdida afecta a millones al mismo tiempo, hablamos de duelo compartido o colectivo: una experiencia que se vive no solo a nivel íntimo, sino también en comunidad.

La figura del Papa Francisco –más allá de ser el máximo representante de la Iglesia Católica– encarnaba valores universales: humildad, compasión, entrega, esfuerzo, amor. En su figura, muchos depositamos una esperanza de humanidad. Su muerte deja un vacío simbólico profundo, especialmente en tiempos donde el mundo parece sediento de referentes éticos.

El duelo colectivo que atravesamos se expresa en múltiples formas. Por un lado, surge una conexión emocional espontánea entre los dolientes. Se llora en plazas, en misas, en redes sociales. Por otro, los rituales y ceremonias colectivas permiten canalizar ese dolor de forma simbólica: encender velas, asistir a vigilias, guardar minutos de silencio. En esos gestos compartidos hay contención porque no lloramos solo al hombre que fue Francisco; lloramos la parte de nosotros que depositaban en su figura un liderazgo hecho de servicio, de escucha, de cercanía real.

Porque, simbólicamente, Francisco representaba un hogar espiritual: un lugar seguro, de valores claros, en medio del caos. Su muerte despierta en muchos una sensación de orfandad emocional, una pérdida del referente ético y humano que muchos encontraban en él, incluso fuera del catolicismo. No hemos perdido únicamente a una persona, sino a un símbolo de lo que aspiramos a ser como sociedad.

A lo largo de su mandato su mensaje ha ido más allá de lo religioso. Francisco nos recordaba que «la comunidad no se hace en un espejo» y que «la fraternidad nos hace más libres y felices». Apostaba por ampliar el círculo, abrir las puertas y ventanas de nuestras vidas para incluir a otros, especialmente a los más vulnerables. Hoy, tenemos que internalizar su voz y hacer que su eco nos invite a no olvidar.

Desde la Psicología, sabemos que ante un duelo colectivo es importante darse permiso para sentir. Reconocer y validar nuestras emociones –tristeza, vacío, desorientación–es un primer paso que resulta fundamental. No importa si no compartíamos todas sus ideas o si nuestra fe es diferente: el dolor que sentimos conecta con valores humanos profundos, y por eso merece ser acogido con respeto.

También resulta esencial crear espacios de reflexión. Un momento de silencio, la lectura de sus palabras, un gesto simbólico como encender una vela o compartir lo que su figura nos inspiró. Estos pequeños rituales ayudan a procesar la pérdida de forma sana y a integrarla en nuestra experiencia de vida.

Pero el duelo no puede terminar en el dolor. El dolor puede transformarse en acción y honrar la memoria de Francisco sin quedarnos atrapados en la tristeza, sino llevando su legado adelante en nuestras acciones cotidianas. Practicar la humildad en un mundo que premia el ego. Ser compasivos en tiempos de juicio. Tender la mano donde otros cierran la puerta.

Cada pequeño gesto de bondad, cada esfuerzo por construir comunidad, cada acto de humildad será un modo de hacer que su luz siga viva entre nosotros. Como psicóloga, les invito a pensar el duelo no solo como un proceso de despedida, sino también como una afirmación de lo que valoramos. En esa afirmación está la semilla de algo nuevo.

Hoy más que nunca, necesitamos recordar que no estamos hechos para vivir aislados. Somos, profundamente, seres de comunidad, de fraternidad, de cuidado mutuo. La muerte del Papa Francisco nos recuerda no solo lo que perdimos, sino lo que todavía estamos a tiempo de construir.

Es importante que este dolor compartido sea el comienzo de un compromiso renovado con los valores que él supo encarnar: el amor, la humildad, la compasión y la esperanza. Ahí, en lo cotidiano de nuestras vidas, es donde su verdadero legado puede seguir creciendo.