Entrevista

Elena Rodríguez Avial, periodista: «La Iglesia continúa sin ponerse del todo en la piel de los divorciados»

Las voces de católicos que han visto romperse su matrimonio vertebran «La herida se ilumina», un libro que busca «sanar psicológica y espiritualmente»

Elena Rodríguez Avial, escritora de un libro de católicos y divorcios.
Elena Rodríguez Avial, escritora de un libro de católicos y divorcios. Jesús G. FeriaLa Razón

Unos cuantos cafés. Y dosis de escucha reparadora. Las conversaciones de la periodista Elena Rodríguez Avial con otros católicos divorciados que estaban pasando el mismo trance que ella reconoce que le han servido de terapia. Este diálogo sin pretensiones ni tabús ve la luz ahora en «La herida se ilumina» (Mensajero), un libro que busca acompañar el duelo de una separación para «sanar psicológica y espiritualmente».

¿Ayuda a sentarse delante de un cortado y un cappuccino?

A mí me resultó muy útil quedar con otros creyentes divorciados, por la esperanza que me ofrecieron. Y me dije, ¿por qué no dar salida a este apoyo publicando estos diálogos con amigos, psicólogos, sacerdotes…? Las entrevistas se combinan con materiales y procesos que hay en la Iglesia para abordar esta realidad. Se están abriendo muchas puertas en nuestras parroquias y comunidades, pero también hay quien mete la pata con comentarios desafortunados, sea por ignorancia o con intención.

El Papa Francisco sacudió a muchos cuando en su exhortación «Amoris laetitia» abrió una rendija a la comunión para los divorciados vueltos a casar…

Y no solo por ese aspecto concreto. «Amoris laetitia» surgiere mucho más y la hemos aplicado poco.

A juzgar por el revuelo que generó, ¿se podría decir que fue una medida revolucionaria?

Creo que no es tan revolucionario, pero sí es un palo ardiente al que mucha gente se ha querido agarrar para atacar al Papa.

¿Cómo valora las bendiciones a parejas de divorciados que también defiende Francisco?

Es reflejo de la mirada misericordiosa del Papa y, por supuesto, de Dios para personas que han rehecho su vida después de rupturas que en algunos casos son durísimas. Sin embargo, llega tarde porque son muchos los divorciados que se han alejado de la Iglesia y que ya ni siquiera tienen una inquietud por ser bendecidos, porque antes se han sentido condenados.

¿Se sigue señalando en las misas con el dedo al divorciado que quiere comulgar?

A la mayoría de las personas a las que he entrevistado no les preocupa. Es cierto que son gente que han encontrado espacios eclesiales donde no se les juzga, pero también hay quien verbaliza que se les niega la comunión. Eso pone de manifiesto que se sigue manteniendo un doble juego. De hecho, algunas personas que acompañan a separados me confiesan que se sienten un poco atados, porque, por un lado, está lo que dice la doctrina tradicional y, por otro, el aire renovador de «Amoris laetitia» y el proceso que está viviendo la persona. Y ahí es donde surge el discernimiento concreto de cada caso. Hay una ambivalencia real que no sana ni ayuda.

Enfrentarse a un divorcio nunca es fácil. Añadir a eso el veto de la comunión…

No somos conscientes de que hay una gran cantidad de divorciados creyentes que forman parte de la Iglesia, que crecieron y se formaron como cristianos, que se casaron totalmente convencidos y que, por una circunstancia o por otra, su matrimonio se rompió. La Iglesia sigue sin tener una respuesta verdaderamente integradora para esas personas, sobre todo, porque sigue sin ponerse del todo en su piel.

Y es que, además de la comunión, al divorciado se le limita, dependiendo de quien esté al frente, para ser catequista, leer desde el ambón en misa, ser hermano mayor de una cofradía…

Estas cuestiones interesan mucho a nivel de discurso, pero la realidad es que esto no preocupa tanto a los divorciados en su proceso. En el día a día, sí les preocupa y les duele que, cuando están en el hoyo, no tengan un sacerdote que se les acerque y que tenga una palabra verdaderamente reconfortante. Muchos de ellos ni siquiera se dan cuenta.

¿Está a favor de que haya grupos cristianos formados exclusivamente por divorciados o mejor que se integren como uno más en una comunidad de fe?

Las dos vías son necesarias, a la luz de los proyectos eclesiales que conozco. En una fase puedes necesitar compartir lo que estás viviendo con personas que están en la misma tesitura, para hacer ese recorrido de duelo y sanación. Pero igualmente sanador es sentirte arropado por quien sin haberse divorciado, empatiza, te acoge y te hace sentir uno más en la comunidad con la mayor normalidad. Soy uno más, nadie me pregunta ni me juzga por mi condición, me tengo que insertar. Un sacerdote de estos grupos me dijo que «divorciado» o «divorciada» no tiene que ser tu apellido, no es lo que define tu identidad.

Más allá de lo institucional, ¿cómo se enfrenta la idea de un Dios juez que pudiera condenar al católico divorciado?

Esa percepción de Dios creo que ya va quedando antigua o circunscrita únicamente a determinadas realidades eclesiales. Yo no creo en ese Dios juez ni creo que a los jóvenes se les pase por la cabeza. Lo que sí es difícil superar es el proyecto vocacional de familia cristiana ideal. Tú te casaste con un proyecto y, una vez que se ha roto, se concibe como un fracaso porque no has cumplido la que la Iglesia «dicta» que es ser familia cristiana. Ese es el gran hándicap que las personas con las que he compartido estas conversaciones no han logrado superar ni encuentran en la Iglesia respuestas para encauzar el dolor que les genera y la acogida que precisan. Y en los casos que se da, se hace de forma tímida.

¿En algunos espacios eclesiales, se invita a aguantar como matrimonio a costa de lo que sea?

Es así. Es verdad que yo me he ido quizá a ámbitos eclesiales más esperanzadores, porque yo lo que quiero transmitir con este libro es el gran crecimiento personal, espiritual y de acercamiento a Dios que en muchas personas se ha producido a raíz del divorcio. Como todo en la vida, cuando tienes una herida profunda, es cuando se produce una gran madurez. Eso no quita para que te reconozcan que el divorcio en sí es horrible. Nadie quiere volverse a divorciar, pero, a toro pasado, pueden compartir que se han acercado más a Dios.

¿Dónde queda la nulidad en todo este proceso?

Para algunas de las personas entrevistadas ha supuesto una liberación y agradecen a la Iglesia esta salida. Otras ni se lo han planteado porque consideran que sería hacer mentir a la Iglesia, porque siguen considerado que su matrimonio ha sido y es válido. En cualquier caso, el divorciado necesita de alguna manera un rito de cierre, de la misma manera que hubo una celebración de inicio para completar su duelo. Y ahí el perdón personal y comunitario y la acogida juegan un papel fundamental.