Entrevista
Paco Arango: «Tengo una butaca en primera fila al mayor espectáculo, el del amor»
El cineasta destinará toda la recaudación de su película «Mi otro Jon» a la Fundación Aladina, que ayuda a niños con cáncer y a sus familias desde hace 18 años
La necesidad de hacer algo por ayudar a los demás llevó a Paco Arango a intentar hacer reír a una chica que estaba a punto de vomitar por los efectos de la quimioterapia en la habitación de un hospital. Lo consiguió, y decidió que esa sería la tarea a la que dirigiría sus pasos. La Fundación Aladina, que preside, ha extendido su labor a 20 hospitales públicos de España, donde ofrece su apoyo a menores enfermos de cáncer para que no pierdan su sonrisa y a sus familias. Además, recientemente ha estrenado su tercera película, cien por cien benéfica.
Ha declarado que «Mi otro Jon» es una película para celebrar la vida. ¿En estos tiempos podemos celebrar la vida?
Hombre, yo creo que el mundo está muy fastidiado, y poder hermanar en una película riéndote, divirtiéndote, emocionándote... que te va a hacer sentir bien y además sabiendo que tu dinero va para alguien que realmente lo necesita, que son niños enfermos, creo que hay pocos gestos así que ocurran actualmente. La caridad suele provenir de quien escoge una causa y dona su dinero y su tiempo. En este caso lo único que pedimos es que vayan a ver una película que les va a encantar, que está gustando muchísimo, y a cambio van a estar más felices y nosotros vamos a poder ayudar a más niños.
¿Cuándo apareció su faceta solidaria?
Bueno, yo siempre tuve la inquietud de pensar que mi vida no era solo mía, que me debía al prójimo. Cuando estaba a punto de cumplir 40 años me entró la urgencia, porque había tenido mucha suerte en la vida, y me abrumaba mucho (y me abruma aún) cuando veo a gente pasar por lo que está ocurriendo en Gaza, o a los niños de Ucrania. Es decir, por qué yo tengo esta suerte y otros no. Entonces pedí que alguien encontrase algo para que yo pudiese dedicar mi tiempo, que fuese difícil, y alguien escogió por mí: «Empiezas con niños con cáncer». Y así fue, comencé la semana siguiente. Entré en un hospital y literalmente no salí, mi vida se convirtió en una ayuda constante a los niños, y decidí crear mi fundación para que me sobreviviera. Aparte de Aladina hago muchas cosas que poca gente sabe, pero siempre tuve esa inquietud de donar todo lo que pudiera a los demás, y especialmente a los niños.
¿A qué se enfrentó en esos primeros momentos, cuando entró en contacto con los niños y vio esa realidad?
Es una realidad muy dura. Cuando entra un voluntario nuevo yo le digo: «Tranquilo, que si esto no es para ti lo sabrás». En mi caso me topé con una adolescente que estaba a punto de vomitar por los efectos de la quimioterapia y me dio mucha rabia. Entré en la habitación, a los diez minutos la tenía riendo, y de repente me di cuenta de que yo podía ser muy eficaz ahí, aunque el punto de inflexión fue cuando perdí al primer niño, ahí es cuando sabes si esto es para ti o no. Pasé por una especie de crisis existencial, porque no entendía cómo podía seguir con mi vida, y seguir divirtiéndome, y haciendo cosas... pero me di cuenta de que ambas realidades eran necesarias, y allí es cuando me casé con la causa. En Aladina, el 80% de los niños se curan, gracias a Dios, y otro 20%, no. Aladina está muy presente en ese 20%. Por eso tengo el corazón roto en miles de pedazos, pero tengo una fe profunda, y la suerte de pensar que estos niños son ángeles. Aunque eso no quita que el dolor de las familias sea horrible. Solemos ocuparnos más de las familias que de los niños, porque los niños lo llevan con una sonrisa, es increíble. Los padres son los que están todo el día pendientes, se les rompe su vida, todo es tan súbito... Por eso intentamos que el padre y la madre puedan descansar, estar fuertes, psicológicamente y a veces económicamente. Tratamos el núcleo familiar como si fuese nuestro.
¿En qué se centra su labor?
Estamos en 20 hospitales públicos de España. Tenemos terapias de ejercicio dentro del hospital, ponemos personal psicológico, tenemos voluntarios y formamos parte de las familias. Hacemos que los hospitales sean mejores, hemos hecho ucis, centros de trasplantes, alas de oncología enteras como en el Hospital Virgen del Rocío, de Sevilla. Estamos haciendo la reforma integral del Área de Hospitalización de Oncología y Hematología Pediátricas en el Valle de Hebrón (junto con fundaciones catalanas). Estamos en todo el menú del cáncer infantil, que realmente es muy extenso. Aladina empezó muy pequeña y ahora somos ya un contrincante al que el cáncer infantil tiene mucho respeto.
¿De qué proyectos se siente más orgulloso en estos 18 años?
Quizá del centro de trasplantes del Hospital Niño Jesús, que se llama como mi primera película, Maktub, porque se pudo hacer con el dinero recaudado con ella, y fue ahí donde me di cuenta de que podría ligar mi profesión a los niños. Pero de lo que más me siento orgulloso es de la gente que trabaja en Aladina. Es un equipo bárbaro, yo me llevo la gloria por estar al frente, pero estoy rodeado de gente espléndida.
¿Qué ha aprendido este tiempo?
Pues que en juego no está la vida ni la muerte, está en juego el amor. Y que a veces estos pequeños guerreros, como les llamo yo, algunos vienen por muy corto tiempo, pero ganan, ganan siempre. Son los que nos enseñan. Y yo he aprendido eso. Siempre digo que tengo la suerte de tener una butaca en primera fila al mayor espectáculo del amor, que son estas familias y sus niños luchando y sonriendo y enseñándonos lo que verdaderamente es importante. Es muy difícil, es una guerra en toda regla, pero no lo cambio por nada.
¿Qué le falta por hacer?
Pues mira, tengo el proyecto más importante de mi vida que se llama “La Casa Aladina”, que espero que esté listo en dos-tres años. Va a ser una casa donde vamos a ejercer nuestra labor fuera de los hospitales, porque después de la covid hemos estado muy limitados en muchos sentidos, algo lógico, pero es una pena para los chicos. El niño oncológico pasa gran parte del tratamiento fuera del hospital, en su casa. La idea es que puedan acudir también a esta casa, ahí vamos a tener todo tipo de terapias, perros (que ya metemos en los hospitales), hacer un pequeño campo de golf con unas pequeñas pistas para que los niños puedan estar ahí... Va a ser un proyecto único en Europa, muy ambicioso. Ese es mi gran sueño y mi gran meta.
¿De dónde saca Paco Arango su fuerza para seguir adelante?
Bueno, quizás de mi fe. Yo no he tenido educación religiosa, mi padre era ateo, pero yo tenía una fe inquebrantable. Pero soy muy afortunado, y tengo muchas cosas que hacer. Tengo la fundación, hago cine, he sacado un vino benéfico, el Maktub. Estoy presentando una serie con Álex González y Olivia Molina, estoy escribiendo un guion para el año que viene...y Aladina me tiene ocupado a tope. Entonces tengo poco tiempo para mí, pero lloro muchas veces, sufro muchas veces, y te sorprendería lo solitario que es este viaje. Es muy duro. Una vez una madre me escribió una carta bellísima que decía «ahora entiendo cuando veo esa tristeza en tus ojos que intentas esconder», y es así. Pero por encima de todo soy una persona afortunada.
¿Qué papel juega la religión?
Yo creo que todas las religiones hablan de un mismo Dios, aunque yo soy cristiano. Pero creo que tenemos un Dios muy bondadoso, muy amoroso, para el que lógicamente tenemos muchas preguntas como por qué se enferma un niño, y tendremos la explicación, pero yo siempre he dicho que he visto a Dios llorando por las esquinas en los hospitales. Él no lo quiere, no entiendo por qué no interviene, quizá algo me tendrá que explicar, pero más que la religión es que nos explican muy mal que creer en Dios significa creer y punto pelota. Él te respeta muchísimo, y si tú no quieres nada ahí estará esperándote. Pero una vez que abres la puerta empiezan las llamadas de telefóno, luego las videollamadas y acaban siendo conversaciones profundas. Yo siempre digo a la gente de mi entorno “dejad la puerta abierta, porque es lo mejor de mi vida”. Y eso no significa que no te moleste lo que pasa, que llores, pero te sientes muy acompañado. Igual que te podría decir que puedo maldecir a Dios por las cosas que he visto, por ver a un niño fallecer, no puedo hacerlo, porque también he visto cosas extraordinarias (nadie flotando, todo en clave de amor), pero es lo más importante de mi vida.
¿Qué importancia da Paco Arango a los sentimientos, algo que todavía se considera raro expresar en público?
Yo muchísima, porque creo que tiene que ver con la empatía, con el cariño. Hay veces que vas por la calle y puedes mirar a un extraño un segundo, luego ya tienes que cambiar la mirada porque si no se vuelve raro. Efectivamente, vivimos en un mundo muy aislado y por eso en mis películas ríes y lloras, porque durante dos horas es como una sesión de hipnosis, donde puedes expresar eso que quizá llevas guardado, o que no expresas a menudo. Pero yo le doy mucha importancia, porque el mundo está muy fastidiado, y hay que quererse mucho, perdonarse mucho, y expresar mucho los sentimientos.
¿Qué hace en un mal día?
Hoy precisamente tengo uno. Intento mantenerme ocupado, darme cuenta de lo mucho que estamos ayudando. Ayer tuvimos la misa de una niña que se llamaba Inés, que falleció hace poco. Fue una misa preciosa. Intento darme cuenta de lo afortunado que soy, y que está lloviendo, que es octubre, que hay guerras y que ya saldrá el sol, y que si haces sonreír a una familia, a un niño, tienes motivos para dormir mejor.
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