Cónclave

¿Qué sucede bajo los frescos pintados por Miguel Ángel?

Los cardenales se reúnen esta tarde en la Capilla Sixtina para elegir Sumo Pontífice

Imagen del Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, en el Vaticano Vatican Media / Europa Press 06/05/2025
Cónclave-AMP- El 'Juicio Final' de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, testigo de las votaciones de cardenales electoresVatican Media / Europa PressEuropa Press

Desde el cónclave de 2013 en el que fue elegido el Papa Francisco, el mundo ha cambiado profundamente. Precisamente, fue en ese cónclave de 2013 donde a Jorge Mario Bergoglio se le adjudicó la modesta habitación de la Domus Sanctae Marthae que ha ocupado durante su papado renunciando así al lujoso apartamento papal.

Doce años después, los cardenales vuelven a reunirse en el Vaticano hoy para definir quién será el próximo sumo pontífice de la Iglesia católica. Esta congregación, que se hace a puertas cerradas, en un total aislamiento, es uno de los ritos más solemnes, secretos y simbólicos del catolicismo. Desde el momento en que los cardenales electores ingresan en la Capilla Sixtina hasta que sale el humo blanco que anuncia la elección, el mundo entero dirige su atención al corazón espiritual del Vaticano. Pero, ¿qué sucede realmente dentro de esos muros?

El cónclave no es solo un proceso electoral. Es un rito cargado de simbolismo, espiritualidad y continuidad histórica. En su interior se entrelazan siglos de tradición con el discernimiento espiritual de quienes representan a la Iglesia universal.

El término «cónclave» proviene del latín «cum clave», que significa «con llave», aludiendo al aislamiento bajo el que se desarrolla este proceso. Se instauró en 1274 por Gregorio X como respuesta directa a las dificultades extremas que se vivieron tras la muerte de Clemente IV en 1268. La sede papal quedó vacante durante casi tres años porque los cardenales no lograban ponerse de acuerdo en la elección del sucesor. El cónclave de Viterbo, donde se desarrolló esta elección, se volvió célebre porque las autoridades locales, desesperadas ante la parálisis, encerraron literalmente a los cardenales, redujeron sus raciones de comida e incluso quitaron el techo del edificio para forzarles a llegar a un acuerdo.

Desde entonces, los cardenales electores, que son todos aquellos menores de 80 años, celebran este cónclave en la Capilla Sixtina. La tradición dicta que éstos se alojen en la Domus Sanctae Marthae, una residencia dentro del Vaticano, donde cenan juntos la noche anterior y desde donde procesionan a las 16:30 vestidos con sus hábitos rojos y entonando el himno Veni Creator Spiritus de invocación al Espíritu Santo hasta el lugar en el que Miguel Ángel pintó el Juicio Final.

Dentro de la Capilla, uno de los cardenales pronuncia una breve meditación sobre la responsabilidad espiritual del acto que están por iniciar. Luego, los presentes prestan juramento solemne de secreto, prometiendo no revelar nada de lo que ocurra durante el cónclave, bajo pena de excomunión latae sententiae. Entonces, el maestro de las Celebraciones Litúrgicas, Diego Ravelli, proclamará el «Extra omnes» (todos fuera) y se cerrarán las puertas.

Solo permanecen dentro los cardenales electores y algunos oficiales indispensables, como el secretario del cónclave y el maestro de ceremonias. La Capilla queda sellada al mundo exterior. En esta elección participan 133 cardenales. Alrededor del 80% fueron nombrados directamente por el Papa Francisco.

Dinámica del voto

La elección del Papa se realiza mediante votaciones secretas. Se necesitan dos tercios de los votos para que un candidato sea elegido. Si el número de electores no permite que ese resultado sea exacto, se redondea al número entero superior. Por ejemplo, si hay 133 cardenales, como es el caso, serán necesarios 89 votos.

Cada jornada se estructura en dos sesiones: una por la mañana y otra por la tarde, con hasta dos votaciones por sesión, es decir, un máximo de cuatro votaciones al día. Los maestros de Ceremonias dan, al menos, dos o tres papeletas en blanco a cada elector y salen de la Capilla Sixtina. Los cardenales votan escribiendo el nombre de su candidato en una papeleta rectangular que doblan cuidadosamente. Se acercan uno a uno al altar, donde está el cáliz de plata, utilizado como urna, y, tras pronunciar una fórmula de juramento, depositan su voto, se inclinan ante el altar y regresan a su asiento. Las papeletas son mezcladas, contadas y abiertas una a una en voz alta por los escrutadores.

Al final de la votación, el primer escrutador sacude la urna varias veces para mezclar las papeletas y el tercer escrutador transfiere las papeletas, una por una, a otro cáliz. Si el número de papeletas corresponde al número total de electores, se procede al recuento. Los escrutadores se sientan en una mesa colocada delante del altar. El primer escrutador abre una tarjeta y lee el nombre. El segundo repite el procedimiento. El tercer escrutador anota el nombre y lo lee en voz alta, luego perfora las tarjetas con una aguja y las une todas con un hilo. El Camarlengo recoge las notas y redacta un acta con el resultado. Todos los papeles se queman en la estufa con un aditivo químico para cambiar el color del «humo».

La elección puede producirse al cabo de unas pocas votaciones o extenderse durante días. Tras cada ronda de votación, las papeletas se queman en una estufa especial. Si no se alcanza un consenso se añade una mezcla química que produce humo negro (fumata negra), indicando que no hay decisión. Cuando un candidato obtiene al menos dos tercios de los votos, los escrutadores verifican dos veces el resultado y, si no hay errores, preguntan al elegido si acepta el cargo. Si responde «acepto» y elige un nombre papal en ese mismo momento es proclamado nuevo Pontífice. Entonces, se genera humo blanco (fumata blanca) mediante la combustión de una mezcla de clorato de potasio, lactosa y colofonia. Además, tañen las campañas de San Pedro anunciado Habemus Papam.

El elegido se convierte inmediatamente en Papa y se retira a una pequeña habitación adyacente, conocida como la «habitación de las lágrimas», donde se viste por primera vez con la sotana blanca papal. Minutos después, el cardenal protodiácono aparece en el balcón central de la Basílica de San Pedro y pronuncia la célebre fórmula latina: «Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam…» seguida del nombre del nuevo Pontífice. Entonces, el nuevo Papa se asoma al balcón, saluda a la multitud y da su primera bendición apostólica Urbi et Orbi.