Estado crítico
El síndrome del paciente UCI: de las pesadillas a las alucinaciones
Carmen, Antonio y Manuel reviven su estancia en cuidados intensivos. «Se me apareció un familiar en sueños y me dijo que no era mi momento. No recordaba que estaba embarazada», dice la cordobesa
Es probables que, si usted o algún familiar ha estado ingresado en la UCI, lo que aquí se les va a contar no les suene extraño. Y es que, los pacientes que han pasado por cuidados intensivos aseguran que lo vivido allí supone un punto de inflexión en sus vidas. No solo por lo que en sí supone la gravedad sanitaria que implica un ingreso de este tipo sino por los pensamientos, reflexiones y vivencias que allí toman forma. El estado de semiinconsciencia provoca sensaciones entre lo real y lo imaginario. El aislamiento deriva en delirios y son los sanitarios quienes se convierten durante días o meses en la única toma de contacto con lo humano.
Por la excepcionalidad de este contexto y las historias que de él emanan, Emilio del Campo, médico intensivista y jefe del servicio de la UCI del Hospital de Montilla, en Córdoba, decidió dar forma a un proyecto con los relatos de pacientes, familiares y profesionales de cuidados intensivos donde relataran sus vivencias. Es más, con ello pretendía hacer un homenaje al que él llama «su padre de la medicina», al doctor Guerrero Pabón, tras su jubilación. «Al final se redactó un proyecto donde la idea principal fue un certamen de relatos que ya ha celebrado su tercera edición. Está en marcha la tercera. La aceptación fue genial, se recibieron 92 relatos de distintos sitios de España, y algunos de Suramérica», apunta el intensivista.
Carmen, Antonio y Manuel son tres de ellos. En conversación con LA RAZÓN reviven cómo fueron aquellos trágicos días llenos de dolor, pero también de esperanza y cariño por parte del equipo que les cuidó. Están aquí para contarlo y por ello dan gracias. Sin embargo, alguno de ellos todavía sufre los que se conoce como estrés postraumático de UCI. Así nos lo cuenta Carmen Prieto que permaneció 50 días en cuidados intensivos. Esta cordobesa de 39 años comenzó con una respiración dificultosa que acabo derivando en neumonía, infección, gripe A y otras complicaciones. Además, estaba embarazada de 20 meses.
«Gran parte de mi ingreso lo pasé intubada, sedada. Durante ese estado tenía pesadillas terribles. Una muy recurrente era la aparición de mis familiares, en fila, y uno a uno iban muriendo y yo era testigo de su muerte. Era angustioso. Eso se repetía en bucle», confiesa Carmen. En ese estado, recuerda también cómo era capaz de mover los ojos, escuchar, pero no poder mover ninguna parte de su cuerpo. Eso le generó un estado de estrés del que años después todavía sigue recuperándose.
Entre sus delirios, también «me creí que me estaban drogando, que estaba abandonada en una residencia ya que solo veía fotos de estampas religiosas que tanto médicos como familiares habían dejado en mi habitación».
Cuando volvía en sí, asegura, pensaba que si se regresaba al sueño no despertaría nunca más. «Es más, la primera vez que recuperé la consciencia no sabía qué hacía allí, pensaba que había tenido un accidente de tráfico. Tampoco recordaba que estaba embarazada y me negaba a aceptar lo que me decían los médicos», afirma.
En los tres momentos que como ella dice «estuve al filo de la navaja» recuerda que en ese estado de inconsciencia «aparecía ante mí un familiar, el suegro de mi hermana, que era la última persona que había fallecido antes de ponerme mala. Ese familiar me miraba y sin hablarme entendí que me decía: ‘‘No es tu momento’’».
Duelo entre la vida y la muerte
Para ella «la vida es dolor y la muerte paz, porque cuando estaba dormida no sentía dolor ni miedo. Llegué a sentir esa tranquilidad también». Afortunadamente aquello quedo atrás, y ahora tiene una preciosa hija, Carmen Lucía, que nació pese a la adversidad. «Tras mi experiencia lo que reivindico es un cuidado psicológico específico para los pacientes de UCI. Yo he estado en tratamiento durante mucho tiempo, pero estos profesionales, al igual que médicos, enfermeros y auxiliares, son imprescindibles para reducir el estrés de pacientes y familiares.
Sensaciones y emociones similares experimentó el guardia civil Antonio Briega a quien le dispararon en servicio. «Pasé 13 días en la UCI. Allí pierdes la noción del tiempo y la mediación te hace ver cosas extrañas. De hecho, tenía un sueño muy recurrente. Realmente no sé si era sueño o alucinación. Cuando miraba desde mi cama a la pared de la izquierda, aparecía un grupo de amigos que estaban posando para un fotógrafo. Se hacían esa foto para luego regalármela. Esa escena se repetía en una y otra vez, lo notaba como si fuera real. Era una ensoñación y estaba muy confuso», dice.
Para este guardia civil que por las secuelas del disparo tuvo que prejubilarse y ahora se centra en la pintura, lo «más duro era su sensación de tristeza por dejar a sus hijos y su mujer sola». «Nunca me agarré a la fe ni nada por el estilo. Es más, quisieron que un cura viniera a darme la extremaunción y me negué. Sí es cierto que en los momentos más duros sientes una energía especial en la UCI, pero nada de ver esa luz blanca al final del túnel, al menos en mi caso», apostilla.
Para Antonio, la pintura fue su salvación, «la que me ayudó a recuperarme a nivel mental». Ya que, pese a que subraya la calidad humana y profesional de los sanitarios que le trataron, «lo que allí se vive es muy duro». Un duelo entre la vida y la muerte.
La vulnerabilidad es uno de los sentimientos en los que también coinciden quienes han pasado por cuidados intensivos. De hecho, Antonio confiesa que cuando le atravesó la bala, además del dolor, lo que sintió fue «que todo se ralentizaba». Según pasaban los minutos sus pulmones se iban encharcando y la sangre no cesaba de brotar: «Yo trataba de mantener la fuerza. Llegué al hospital, dije el tipo de sangre que tenía y me dejé ir. A partir de ahí todo son recuerdos borrosos».
Los mismos que a día de hoy guarda Manuel Castaño, de 57 años, a quien, durante un atraco a un banco, los ladrones le tomaron como rehén y dispararon. «Una de las balas fue a la médula y me dejó parapléjico de por vida», relata.
Él nunca había estado en un hospital como paciente y pasó tres meses en la UCI: «Fue una época en la que tenía muchísimas alucinaciones. Se me aparecían familiares que habían fallecido, vía cosas raras. Recuerdo que tiempo después, mi mujer me decía que estaba obsesionado con que había plumas por la habitación y que le pedía constantemente que las cogiera. Los sanitarios sabían que eran alucinaciones fruto de la sedación, pero mi esposa se preocupaba por si se me había ido la cabeza», dice.
El hecho de que le hicieran la traqueotomía también le impedía comunicarse con los sanitarios una vez fue recuperando la consciencia: «Aquello era muy duro, veía como moría gente a mi alrededor, como los médicos trataban de recuperar a los que les estaban dando ataques. Teníamos cortinas que nos separaban a unos y a otros, pero a veces se movían y veía el cuerpo sin vida de mi compañero de al lado. Eso, quieras o no, te marca de por vida».
Manuel, quien sufrió tres paros cardíacos y dos respiratorios, asegura que sí pidió que un sacerdote le visitara, «me sentó muy bien su compañía». Y aunque el contexto no era el mejor, «me sentía muy protegido por el equipo de UCI, tanto que cuando me subieron a planta yo no quería, porque creía que iba a estar más desprotegido.
Ahora, muchos años después, todavía recuerda todo aquello como una pesadilla. «Pero aquí estoy, vivo, y con ganas de seguir adelante», sentencia.
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