Australia

Condenada por asesinar a tres familiares con hongos venenosos envueltos en un solomillo

La condenada, Erin Patterson, de 50 años, cocinó un beef Wellington que contenía el hongo venenoso amanita phalloides

Melbourne (Australia), 07/07/2025.- A photo made available on 07 July 2025 shows defendant Erin Patterson (R) in Melbourne, Australia, 15 April 2025 (issued 07 July 2025). A jury has reached a verdict that Erin Patterson was found guilty of all counts for cooking a mushroom lunch that killed three relatives and injured another. EFE/EPA/JAMES ROSS AUSTRALIA AND NEW ZEALAND OUT
Erin Patterson, condenada en AustraliaJAMES ROSSAgencia EFE

Cual Agripina la Menor en un banquete romano imperial, pero transportada a los suburbios de Australia, Erin Patterson orquestó un suculento banquete fatal a base de ternera sazonada con unas setas venenosas, que segaron tres vidas y dejaron una cuarta al borde de la muerte. Condenada por triple asesinato e intento de homicidio, esta siniestra madre australiana tejió una ambiciosa trama que ha estremecido al país. Pero su toxicidad no ha cesado: en prisión y a la espera de juicio, parece que también fue acusada de manipular la comida de sus compañeras en el Centro penitenciario Dame Phyllis Frost, por lo que fue confinada a la temida celda de aislamiento denominada la “ranura”.

La apacible vida de Leongatha, un pueblo ganadero de apenas 5.700 habitantes, se descarriló de manera abrupta el 29 de julio de 2023. En una casa modesta, esta madre de dos hijos conocida por su carácter reservado invitó a cuatro familiares a una comida que prometía ser un refugio de calidez familiar. Pero lo que inicialmente parecía un gesto de amor y hospitalidad se transformó en un oscuro suceso de traición y muerte.

La cena, cuyo plato estrella era una ternera Wellington, escondía un ingrediente letal: Amanita phalloides, el hongo conocido como “sombrero de la muerte”. Entre los comensales se encontraban sus exsuegros, Don y Gail Patterson, ambos de 70 años, y los tíos de su exesposo, Heather e Ian Wilkinson, de 66 y 71 años. La fiscal, Nanette Rogers, reveló que la anfitriona convocó a los ancianos bajo el “pretexto” de que padecía cáncer y necesitaba consejo sobre cómo comunicar la devastadora noticia a sus hijos. Sin embargo, horas después el festín se tornó en pesadilla. Los huéspedes comenzaron a sufrir vómitos, diarrea y un dolor abdominal insoportable. Uno a uno, fueron trasladados al hospital local y luego derivados a centros especializados en Melbourne. El silencio del pueblo se rompió con angustia y desesperación. Gail Patterson y Heather Wilkinson fallecieron el 4 de agosto; Don Patterson, al día siguiente. El pastor baptista Ian Wilkinson, se aferró a la vida en una lucha de 50 días en cuidados intensivos, conectado a un respirador y un hígado trasplantado. La autopsia fue contundente: los tóxicos aniquilaron sus órganos.

La policía de Victoria, alertada por la gravedad de los síntomas, no tardó en sospechar. La conspiradora Erin fue interrogada. Su relato inicial parecía sencillo: las setas, dijo, provenían de una mezcla adquirida en un supermercado local y una tienda asiática en Dandenong, Melbourne. Pero las grietas en su coartada no tardaron en hacer aguas. Un deshidratador de alimentos, que admitió haber arrojado a un basurero, fue recuperado por la policía. Las autoridades encontraron rastros de Amanita phalloides en el dispositivo, junto con evidencia de que la imputada había buscado información sobre hongos venenosos en su teléfono. Más inquietante aún: su porción de carne, que compartió con sus hijos, no contenía veneno. La fiscalía no dudó en acusarla de haber actuado con premeditación.

El proceso judicial, iniciado en abril en el Tribunal Supremo de Victoria en Morwell, fue un torbellino mediático por lo macabro. Durante diez semanas, 56 testigos desfilaron por el estrado, desde forenses hasta vecinos de Leongatha que describieron a la criminal como “callada pero controladora”. La propia acusada, en un testimonio de ocho días, ofreció un retrato contradictorio: una madre abnegada, pero con un historial de tensiones con su exesposo, Simon Patterson, quien no asistió al banquete fatal, pero figuró en los cargos por intento de asesinato. La fiscalía insinuó que las disputas financieras, incluidas deudas por cuotas escolares, podrían haber sido un motivo, aunque nunca se estableció uno definitivo. La acusada, entre lágrimas, insistió en su amor por sus exsuegros, describiéndolos como “familia”. Sin embargo, detalles como un libro de recetas manchado de salsa, mensajes de texto con emojis de frustración y fotos de micetos en su terminal móvil pintaron una imagen de calculada frialdad.

Como señaló Jessica Gildersleeve, experta en literatura de la Universidad de Queensland del Sur, la historia evoca las intrigas de un drama shakespeariano: traición, familia y un veneno disfrazado de hospitalidad. Los medios alimentan la obsesión nacional con una cobertura implacable. Sus vecinos se sienten asediados por periodistas que irrumpen en cafés y servicios religiosos, buscando cualquier detalle sobre “la envenenadora de los hongos”.

La fiscalía presentó pruebas devastadoras: registros de GPS que ubicaban a Patterson en áreas boscosas donde crecían los sombreros de la muerte, análisis toxicológicos que confirmaban una dosis letal en el plato de las víctimas y el hecho de que ella misma no mostró síntomas. La defensa trató de retratarla como una cocinera descuidada, víctima de un trágico error. Pero el jurado, compuesto por siete hombres y cinco mujeres, no lo creyó. Tras seis días y medio de deliberaciones, este lunes emitieron un veredicto unánime: culpable de tres cargos de asesinato y uno de intento de asesinato. Con el rostro pétreo, la asesina convicta escuchó la decisión sin inmutarse. El juez Christopher Beale, alabando la diligencia del jurado, fijará la sentencia en las próximas semanas, con expertos anticipando cadena perpetua.