Teatro
La España más negra
Juan Carlos Plaza recupera en el CDN las «Divinas palabras» de Valle-Inclán y, con ello, rescata el intento del autor gallego de poner en relieve los «parásitos del país», explica el director
Escrita en 1919 y estrenada por primera vez en 1933 en el Teatro Español, en un montaje dirigido por Cipriano Rivas Cherif que contó con Margarita Xirgu en su reparto, «Divinas palabras» se ha convertido en una de las obras más importantes de Valle-Inclán y en todo un clásico de nuestra literatura teatral. José Carlos Plaza conoce bien las virtudes que atesora un texto que no se cansa de releer y que ahora volverá a poner en pie en una coproducción de Celestino Aranda y el Centro Dramático Nacional. Dirigió la obra en 1987 para la compañía vasca Orain y la trasladó años después incluso a la ópera, en 1995, a partir de una versión de Dieter Welker que se estrenó en Alemania, en el Teatro Shauspielhaus Bochum con una compañía de actores de la escuela de Peter Stein. Pero ha habido más aproximaciones de este veterano director a «una obra –según explica– que me ha acompañado por fortuna toda mi vida y que también he tenido la suerte de hacer en Francia, y en España varias veces».
Tragicomedia de aldea
Puede resultar curioso que esta «Tragicomedia de aldea» –como la subtituló el autor gallego–, que ni siquiera fue escrita para ser representada, haya llegado a erigirse en un verdadero templo del teatro partiendo de unos personajes tan particulares y un argumento tan tremendista. Sin embargo, la sórdida historia de la familia de Pedro Gailo, cuyos miembros se disputan aviesamente el control del enano hidrocéfalo Laureano para hacer dinero con él en las ferias, trascendió con creces lo específico y es hoy, sin duda, universal. Para Plaza, la razón estriba en que el autor supo mostrar «el gran charco de nuestro país; Valle coloca un microscopio para que veamos todos los parásitos que hay en él». Y eso a pesar de que el gran protagonista, según el director, «no aparece nunca en la obra»: «El protagonista no es otro que el poder, económico, eclesiástico y judicial. Y eso no aparece en la función; lo que vemos son las consecuencias de ese poder. Sus representantes en la obra no son más un juez pedáneo, interpretado por Chema León, y un pobre sacristán al que da vida Carlos Martínez-Abarca. Y lo que hay en torno a ellos son unos seres animalizados y manipulados, por la falta de cultura, que se despedazan para sobrevivir y que sacan lo peor de sí mismos. Eso es lo que hace que la obra sea un clásico».
Esa galería de personajes miserables ha sido necesariamente reducida en esta versión que ha firmado el propio Plaza. No obstante, han quedado más de treinta para ser interpretados por un elenco de once actores, entre los que se encuentran María Adánez, que da vida a la adúltera Mari Gaila, y Consuelo Trujillo, en la piel de la mezquina Marica del Reino. Un personaje, este último, que representa la compleja oscuridad de un mundo tradicional y cerrado que para Trujillo ha supuesto, en el proceso de ensayos, «un sacrificio continuo». «Cada día he de desechar el resultado obtenido porque el personaje es inabarcable –reconoce la actriz–; siempre me encuentro en el principio del camino, tratando de entrar en la corrupción y destrucción del alma humana que encarna esta mujer». «Al mismo tiempo –aclara–, tengo una profunda compasión por el personaje, y eso inspira mi trabajo, porque en realidad solo es un ser humano que es víctima de la ignorancia y de una sociedad injusta». En el otro polo se sitúa, conceptualmente, el personaje de Mari Gaila, que simboliza en cierto modo la libertad y el deseo de huir de la rigidez establecida. Adánez la define como «puro instinto»: «Hacer este personaje, y en general esta obra, de la mano de Plaza –explica– es conectarse de nuevo con los instintos más primarios, más animales, unos instintos que hoy en día tenemos muy arrinconados; ahí reside la dificultad y el gran reto como actriz de este trabajo». Además de los intérpretes ya mencionados, Javier Bermejo, Alberto Berzal, María Heredia, Ana Marzoa, Diana Palazón, Luis Rallo y José Luis Santar conforman el reparto de esta propuesta, con vestuario de Pedro Moreno y escenografía de Paco Leal, a la que Mariano Marín ha puesto música.
El tríptico perfecto
Dividida en tres actos, con cinco escenas el primero, diez el segundo y cinco el tercero, la obra es dramatúrgicamente para José Carlos Plaza «un tríptico técnicamente perfecto, con escenas que son en sí mismas obras de arte y con personajes delimitados por algo tan español como es el sentido del humor». Y todo ello teniendo en cuenta que, en un primer momento, Valle dio a conocer «Divinas palabras» no como una obra teatral en sentido estricto, sino como un folletín que publicó por entregas el diario «El Sol» y que apareció, en palabras de Rivas Cherif, «mutilado por la irrespetuosa dirección del periódico». Considerada aún en el momento de su edición en formato libro, en 1920, como una novela dialogada, la obra no alcanzaría repercusión entre el gran público hasta muchos años después, cuando José Tamayo pudo llevarla a escena, no sin muchas dificultades, en 1961. Hoy es, sin duda, la obra más conocida y apreciada del autor gallego fuera de nuestras fronteras. «En esta función –señala el director–, están todas las líneas culturales de nuestro país: Goya, Solana, Buñuel... hasta llegar a El Roto. Creo que por eso gusta tanto fuera. Lo que pasa es que es muy difícil de traducir, porque Valle inventó aquí una lengua, una manera de expresión nueva. Toda la obra es una explosión de belleza poética».
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