Economía

Stacy Rasgon, analista financiera, alerta sobre los peligros de Sam Altman: "Tiene el poder de hundir la economía global durante una década o llevarnos a todos a la tierra prometida"

OpenAI sigue generando dudas entre expertos y economistas: su valoración es altísima pero sus pérdidas son enormes, mientras apuesta billones a una IA que podría dejar obsoletos a los trabajadores y cambiar la economía mundial

ChatGPT es el chatbot de IA de OpenAI
ChatGPT es el chatbot de IA de OpenAIDifoosion

El objetivo final de la inteligencia artificial es tan ambicioso como inquietante: lograr que el trabajo humano quede relegado a un papel casi testimonial, o al menos, secundario. Todo ello con la automatización por bandera y la digitalización de procesos para que las máquinas se encarguen de cuanto sea necesario en la cadena productiva global.

Lejos de ser un argumento de ciencia ficción, esta es la estrategia que se esconde detrás de la monumental apuesta de OpenAI, la compañía norteamericana responsable del popular ChatGPT, que acaba de culminar su proceso de reestructuración y recapitalización.

El plan pasa por invertir ahora masivamente para dominar un futuro totalmente automatizado, en el que los beneficios de reemplazar a los trabajadores compensen con creces el desembolso inicial, en el que Sam Altman y su equipo directivo no están siendo comedidos precisamente.

La paradoja de una valoración millonaria y unas pérdidas colosales

Esta visión ya está calando en el mundo corporativo de Estados Unidos. Directivos de otras grandes empresas han manifestado públicamente su interés en adoptar estas nuevas herramientas con el propósito explícito de automatizar empleos y, en consecuencia, reducir sus plantillas de personal.

Para alcanzar esa meta, la escala de la inversión que está llevando a cabo la firma resulta abrumadora, inmersa en una carrera tecnológica sin precedentes. OpenAI está destinando cientos de miles de millones de dólares a la compra de chips de última generación a gigantes como NVIDIA, con quien rubricó un acuerdo de 100.000 millones de dólares, o AMD.

Sin embargo, también hay voces que alertan sobre los peligros que puede esconder una estrategia de gasto tan elevada con un retorno, al menos hasta el momento, tan exiguo. Es el caso de la analista Stacy Ragson, de la firma especializada en investigación e intermediación bursátil Bernstein Research.

Para Ragson, la apuesta que están haciendo Sam Altman y los suyos es un todo o nada que puede repercutir a toda la economía estadounidense: "Tiene el poder de hundir la economía global durante una década o llevarnos a todos a la tierra prometida", señaló en una nota dirigida a los inversores de su firma.

A mayores, hay que apuntar el desafío que supone todavía el apartado energético que ha de sustentar toda esas infraestructuras necesarias por los centros de computación que requiere la inteligencia artificial para su desarrollo. Según informa el medio Futurism, el consumo energético de la infraestructura que están construyendo será tan descomunal que equivaldría a veinte reactores nucleares funcionando a pleno rendimiento.

Y es que esta apuesta faraónica sitúa a la compañía en una encrucijada financiera. Pese a disfrutar de una valoración de mercado que alcanza los 500.000 millones de dólares, una cifra que marea, la empresa pierde enormes sumas de dinero. Sus ingresos anuales, que rondan los 13.000 millones y proceden principalmente de las suscripciones a su servicio, apenas cubren sus gigantescos gastos operativos.

En definitiva, los compromisos de gasto adquiridos por OpenAI superan ya el billón de dólares, lo que evidencia la envergadura de su órdago. No se trata de un negocio convencional, sino de una apuesta a todo o nada para reemplazar una parte considerable de las tareas que hoy desempeñan las personas. Un movimiento arriesgado que marcará el debate sobre el futuro del empleo durante los próximos años.