
Espacio
Ni la IA ni viajar a Marte: el nuevo salto tecnológico está en capturar estos objetos interestelares
La captura de objetos interestelares podría ser clave para el desarrollo de nuestro planeta, ya que los recursos de la Tierra son finitos

La carrera espacial del siglo XXI suele presentarse como una ruta de una sola dirección: primero volver a la Luna, luego plantar una base en Marte y, con suerte, abrir allí la puerta a la colonización humana. En los planes de las agencias y de las empresas privadas, el Planeta Rojo se perfila como la gran meta a medio plazo, el equivalente contemporáneo a la llegada de Armstrong al Mar de la Tranquilidad y su archiconocida frase.
Al mismo tiempo, la inteligencia artificial se ha convertido en la niña bonita del sector tecnológico. Sus promesas —optimizar procesos, descubrir fármacos, incluso componer música— ocupan portadas y atraen cantidades récord de inversión. Sin embargo, lejos de los focos, numerosos investigadores sostienen que la auténtica revolución económica podría venir de otro lugar inesperado: la explotación de los recursos que circulan por el espacio.
Lo curioso es que ambas narrativas circulan por autopistas muy distintas. Las figuras de Sam Altman y Elon Musk han unido su nombre a los titulares sobre IA y colonias marcianas, potenciadas por campañas de marketing que dominan la conversación, con declaraciones realmente impresionantes y alarmantes. En contraste, los programas dedicados a interceptar material cósmico pasan casi inadvertidos, pese a que podrían aportar minerales raros, moléculas nunca vistas y valiosos datos sobre la formación de sistemas planetarios, así como cantidades obscenas de oro o hierro.
Cuando las rocas forasteras se convierten en tesoros
La hipótesis ya tiene ejemplos concretos. En 2017, el objeto interestelar bautizado como ‘Oumuamua atravesó el Sistema Solar a gran velocidad con una forma extremadamente alargada, de hecho, algunos pensaron que era una nave alienígena. Dos años después llegó el cometa Borisov, detectado por un astrónomo aficionado. Aunque ambos cuerpos abandonaron nuestro sistema solar sin ser estudiados de cerca, demostraron que de vez en cuando recibimos visitas procedentes de otras estrellas. Los modelos indican que podrían existir billones de estas “balas cósmicas”, pero localizarlas con antelación y reaccionar a tiempo sigue siendo complicado.
Para transformar esa limitación en oportunidad, varias agencias han propuesto sondas de respuesta rápida. La NASA trabaja en el concepto Bridge, un vehículo preparado para despegar en cuanto se confirme la llegada de un nuevo objeto. Por su parte, la ESA lanzará en 2029 la misión Comet Interceptor: un módulo principal y dos minisondas que aguardarán en una órbita de aparcamiento a un millón de kilómetros de la Tierra, listos para abalanzarse sobre el primer objetivo que encaje en su hoja de ruta.
El problema de fondo se resume en una palabra: velocidad. Un fragmento interestelar típico puede desplazarse a más de treinta kilómetros por segundo, dejando menos de un año para calcular la trayectoria, diseñar la maniobra y alcanzar la intersección. Entre las soluciones que se barajan destacan las velas solares impulsadas por láser, capaces de prescindir de combustible convencional, o los enjambres de microsondas gobernadas por algoritmos de aprendizaje profundo que tomen decisiones de navegación en tiempo real. En cualquier caso, somos muy lentos como para alcanzar estos objetos con éxito.
Capturar o, al menos, sobrevolar de cerca estos mensajeros galácticos abriría oportunidades únicas. Analizar su composición revelaría qué elementos son comunes en otros sistemas, nos permitiría acceso a yacimientos de metales escasos en la Tierra y pondría a prueba materiales avanzados para blindar futuras naves. El desafío ya no es la física, sino la continuidad presupuestaria: sin apoyos estables, la próxima roca aparecerá en los telescopios, saludará de paso y se perderá de nuevo en la oscuridad antes de que podamos acercarnos a ella.
✕
Accede a tu cuenta para comentar