Entrevista
Juanra Bonet: "Todos tenemos un traidor en la cabeza. Ser villano es algo magnético"
El catalán conduce brillantemente "Traitors España", el nuevo gran éxito de Antena 3

En “Traitors España” nada es lo que parece. El nuevo formato de Antena 3 se disfraza de reality para presentar un juego psicológico en el que la verdad y la mentira se cruzan con la estrategia y las emociones. Juanra Bonet, conocido por su estilo amable, sorprende en un registro completamente nuevo: ejerce de maestro de ceremonias con una mezcla de frialdad y precisión. En esta entrevista con LA RAZÓN repasa su rol, la intensidad del rodaje en el Monasterio de Piedra y lo que ocurre cuando los concursantes juegan... como niños grandes.
¿Qué convierte a “Traitors España” en algo más que un reality?
Lo que lo hace distinto es que, en el fondo, no es un reality. Es un juego psicológico, pero también una historia que se va contando en tiempo real. Tiene capas: las pruebas, la estrategia, la emoción de la mesa del destierro, la paranoia constante. Es más parecido a una novela de Agatha Christie que a un programa de convivencia. Y eso engancha. Como espectador, lo ves, pero también te proyectas. Te preguntas: ¿yo qué haría ahí? ¿Mentiría? ¿Confiaría?
¿La clave está en el juego o en los jugadores?
Ambas cosas. El juego es tan sólido que convierte en interesante a cualquier jugador, pero si encima tienes un casting tan bueno como el que tenemos, ya es dinamita. Todos los concursantes venían con una cosa en común: no eran “gente de tele”, pero sí eran muy conscientes del formato. Muchos decían “a un reality no iría, pero esto es un juego, y quiero vivirlo”. En cuanto se pone en marcha, notas esas ganas de jugar como niños que esperan su turno en el patio.
¿Cómo describiría usted su rol como presentador?
Aquí no soy tanto presentador como personaje. Me preparé más como si fuera a interpretar una figura dramática. No se trataba solo de conocer planos o mecánicas, sino de adoptar una postura, un tono, un control frío. Tenía que transmitir poder sin ser protagonista. Ser un poco el director de la función, como el narrador que sabe todo y mueve hilos sin que lo parezca. Es el presentador más teatral que he hecho nunca.
El Monasterio de Piedra también aporta mucho a la narrativa…
Claro. El entorno no es solo decorado, es parte de la atmósfera. Grabamos casi todo en tiempo real: un día, un programa. La tensión se acumulaba sola. Y el equipo estaba igual de enganchado que los concursantes. Acabábamos una mesa del destierro y nos íbamos a cenar comentando como si fuéramos parte del juego. Era brutal. Mientras tanto, los redactores hacían los totales, recopilaban pistas, intuían traiciones. Era un ambiente absolutamente inmersivo.
¿Alguien se lo tomó demasiado en serio?
Lo vivían con mucha intensidad, claro. A nadie le gusta que lo eliminen, sobre todo si no lo esperaba. Recuerdo lágrimas reales. Pero lo curioso es que al terminar, cuando yo iba a despedirme, me encontraba con caras felices, agradecidas. Había pasado el drama, pero quedaba la emoción. Como después de ver una película que te ha tenido agarrado al asiento: dices “¡qué bien lo he pasado!”. Es esa mezcla de juego y adrenalina la que lo hace tan potente.
¿Y el espectador, cómo se sitúa ante tanta tensión?
Creo que la audiencia agradece saber que, aunque haya emoción y traición, todo está enmarcado en un juego. Se implican, sí, pero sin la incomodidad que a veces generan otros formatos. Aquí hay tensión, pero sin daño. Hay traición, pero sin consecuencias reales. Eso te permite jugar desde casa también. Todos especulamos. Todos tenemos un traidor en la cabeza. Es muy participativo.
Sorprende que casi todos los concursantes querían ser traidores. ¿Por qué?
Porque ser villano en ficción es algo magnético. Es un personaje complejo, libre, poderoso. En literatura, en series, en culebrones… los malos siempre tienen algo. Todos recordamos a J.R. antes que al protagonista de Dallas. O a Sauron antes que a Frodo. En este contexto, saber que no es real te permite explorar ese lado oscuro sin culpa. Puedes manipular, mentir, traicionar… y luego reírte con tus compañeros de cómo lo hiciste. Es liberador.
¿Se refleja ahí algo del comportamiento humano real?
Sin duda. Jugar a “Traitors” es como jugar al parchís en serio. Si lo haces por cumplir, da igual. Pero si te implicas, te duele que te coman una ficha. Aquí pasa igual. Es una estructura muy adulta, con reglas complejas, pero se juega con la entrega y la intensidad de los niños. Y eso, aunque sea ficción, tiene mucho de verdad.
¿Y qué ha aprendido usted como espectador de todo esto?
He aprendido que la gente, si tiene el espacio adecuado, juega con toda su alma. Y que, incluso en un entorno de mentira, las emociones que afloran son reales. Traicionar cuesta. Dudar angustia. Y ganar, si lo haces bien, se siente muy auténtico. La televisión necesita más de eso: emoción sin ruido, historias sin artificio. Y creo que aquí lo hemos conseguido.