Reportaje

Los retos de representar la discapacidad

La televisión no escapa de muchos de los vicios y costumbres del cine a la hora de reflejar a este colectivo en pantalla

«División Palermo», serie argentina creada por Santiago Korovsky, es uno de los mejores ejemplos recientes de representación
«División Palermo», serie argentina creada por Santiago Korovsky, es uno de los mejores ejemplos recientes de representaciónNetflix

El pasado miércoles, 3 de diciembre, fue el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. Según datos de la OMS, este colectivo supone un 10% de la población mundial, o lo que es lo mismo, una de cada diez personas. Si por algo se ha caracterizado la industria audiovisual durante este siglo ha sido por el enorme avance en la representación digna y libre de clichés de colectivos, como las personas racializadas o el colectivo LGTBI que llevaban años pidiendo a gritos superar determinados tropos que no les hacían justicia. Sin embargo, en un rincón que se ha quedado sin barrer, las personas con discapacidad piden —pedimos — ser incluidos en este avance, y dejar atrás algunos vicios y costumbres más propias de otro tiempo.

En ficción, la representación de este colectivo ha oscilado siempre entre dos polos. Por un lado, la visión pura, inocente y paternalista, con personajes sin agencia y sin objetivos más allá del de motivar y hacer mejor persona a un protagonista normativo. Por otro, el resentimiento, la envidia y frustración que empuja a estos personajes a convertirse en villanos. Ejemplos hay miles, solo basta con repasar personajes con esta condición para ver hacia cuál de los dos lados se inclinan más. Por suerte, la televisión, en tanto en cuanto es un medio más joven que la gran pantalla, no ha heredado de forma incondicional este vicio, y nos ha regalado personajes complejos y con matices como pueden ser el John Locke de «Perdidos», Isaac de «Sex Education», Matt Murdock, más conocido como Daredevil, o, por supuesto, Tyrion Lannister en «Juego de Tronos». De lo que no ha escapado, por desgracia, el medio, es de la costumbre de emplear actores normativos en este tipo de papeles. Año a año, vemos y aceptamos que intérpretes de renombre se pongan en la piel de personas con discapacidad, y sean ampliamente aplaudidas y reconocidas por ello. En una sociedad que ha llegado al consenso de que hacer «blackface» está mal, hacer la vista gorda con esta misma práctica hacia otro colectivo da, como poco, para debate.

«Quizá no hay suficientes actores con discapacidad», pensará alguno. El INE dice que, en España, hay 223.999 personas de nacionalidad China. Solo en edad laboral, esta cifra es de 1.941.900 personas con discapacidad. ¿Por qué entonces se hacen castings y audiciones para el primer caso, mientras que para el segundo tenemos a Enric Auquer en «Vida perfecta», o a tres de las cuatro integrantes del reparto de «Fácil»? Yo no tengo la respuesta, pero planteo el debate para germinarlo en quien me lea. Si la representación delante de cámara tiene sus problemas, detrás es directamente dramático. Los guionistas, directores, productores o, en general, cualquier cargo creativo, con discapacidad se cuentan con los dedos de una mano. Nuestras historias las están contando por nosotros, y aunque nunca abogaré por las cuotas, y siempre defenderé que la creatividad también es acercarse a otras realidades, esta proporción es llamativa y preocupante, por mucho que cuando se aborda nuestra realidad se nos consulte y pregunte como parte del proceso de documentación.

Zanjada la ficción, toca arremangarse para hablar del otro género estrella de la televisión: el entretenimiento. Los programas patrios han abrazado con convicción el lado más paternalista y sensiblero de la discapacidad. Un vistazo rápido a la parrilla televisiva nos hará encontrarnos con un testimonio lacrimógeno en un magacín, una audición emotiva en un talent show o un reportaje inspirador que obvia las condiciones estructurales y centra todo en el individuo y su «actitud». Hay honrosas excepciones, claro está, pero esta «pornografía emocional» no deja de ser la manifestación de un mensaje peligroso: el de que todo es posible con esfuerzo y animosidad. Un mensaje reduccionista que, aunque positivo en fondo, no deja de generar unas expectativas que pueden acabar llevando a la frustración y que plantea una paradoja: ¿este tipo de historias gustan a la gente o su exposición continua ha hecho que así nos lo parezca? Una vez más, no tengo la solución, ni este artículo pretende serlo en nada. Solo espero que anime debates, reflexiones e ideas, y que la próxima vez que encontremos una persona con discapacidad en nuestro televisor, nos planteemos todo un poco más.