Toros
Ortega roba a Morante Sevilla y Juampedro la tarde
Juan cortó el único trofeo del festejo condicionado por el mal juego de la corrida y el sublime toreo de capa
A Morante le dieron donde más duele: en ese toreo a la verónica en el que él es capaz de hundirse y arrebujarse hasta los infiernos. Pero no fue el caso. Sevilla crujió como si doliera, por otro. De la tierra también. Hervía la sangre. Se fundió a la verónica Juan Ortega en un estallido de emociones porque las verónicas fueron fogonazos, tan lentas como encajadas. ¿Aquí a qué hemos venido? Pues eso... Se sublimó en los delantales y cuando llegó la media a la cadera, cintura rota, la Maestranza era suya y Morante preparado para quitar. Entonces se abrió a la verónica, fuegos artificiales por dentro y por fuera fueron lo que ocurrió. Cuatro o cinco verónicas tal vez y una media a pies juntos que revolotea. Aún hoy, entre Sevilla y La Puebla.
Tuvo nobleza después el toro de Juan Pedro y el fuste justo, y menos. La faena de Juan fue despaciosa, vertical, tranquila y bonita. Y la espada roma. El espectáculo lo habíamos vivido antes.
Morante perdió pie en el saludo de capa y se quedó a merced del tercer toro. A pesar de que se repuso salió Lili a hacerle el quite y el toreo de capa se esfumó entre la nada, como la faena de muleta, por mucho que Morante quisiera. Que quiso. Al Juampedro le costaba mundo y medio repetir y en esos tiempos se consumió la faena de Morante y la ilusión de la gente, todavía expectante.
Fracaso cantado
Lo del primero había estado cantado desde el principio. El toro estaba con lo justo y el toreo era un imposible. Ver a Morante por ahí era como un espejismo de lo que debía ser y no era.
Lo del cuarto siguió un curso deprimente con otro toro de Juan Pedro vacío. Nada tenía y nada quería. Lo mismo le dio que fuera la tarde del mano a mano Morante/ Ortega. Se le fue la faena entre la nada.
Y no mejoró la cosa con el quinto que salió rebañando los burladeros pero no por abajo, sino queriendo quitar cabezas y correteando al más puro estilo del rodeo. ¡Qué cosas! La historia es que se devolvió y el sobrero que salió no tuvo mayores alegrías que constatar que igual que a Morante le habían dado donde más le dolía con ese brillante toreo de Ortega con el capote, a nosotros nos habían hecho lo mismo con una corrida condenada al fracaso que nos metió en el día de la marmota, toro a toro, cumpliendo condena.
El sexto, bendito, tuvo alegrías contadas, pero alegrías, las justas para poder contar a modo de crónica y titulares que Ortega se llevó la tarde. Morante, tan disgustado por ese quinto, no quiso ni saludar la ovación, pero salió a quitar por chicuelinas como si no hubiera mañana. El cierre de media resultó glorioso. Replicó Ortega a la verónica y Sevilla recuperaba memoria y sentido al dinero gastado. El toro se movió con franqueza en la muleta del diestro, que le dejó un trasteo colmado de torería, cadencia, suavidad y un elevado sentido estético. Lo sublime había ocurrido en ambos bandos, capa en mano.
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