Santander

De fraude, flojera y otras inquietudes

Manzanares corta un trofeo y Del Álamo falla con la espada en una tarde deslucida de Montalvo

Manzanares, feliz con la oreja del quinto de Montalvo
Manzanares, feliz con la oreja del quinto de Montalvolarazon

Santander. Cuarta de la Feria de Santiago. Se lidiaron toros de Montalvo, terciados de presentación. El 1º, deslucido; el 2º, noble y de calidad, aunque le fallan las manos; el 3º, manejable y mirón; el 4º, inválido; el 5º, mansote, complicado y con transmisión; y el 6º, deslucido por flojo. Casi lleno.

Morante de la Puebla, de mandarina y oro, estocada perpendicular, descabello (silencio); dos pinchazos, estocada (pitos). José María Manzanares, de azul pavo y oro, media (silencio); estocada (oreja). Juan del Álamo, de verde manzana y oro, tres pinchazos, media (silencio); estocada trasera, aviso (silencio).

A Juan del Álamo le vimos inquieto por triunfar. Devoraba paso a paso el camino que le conducía al éxito. Y en ese paso a paso, mientras se consumía la tarde minuto a minuto, segundo a segundo nos encontramos con un torero fibroso, todopoderoso, capaz, resuelto, asentado y encajado que se pasó la embestida del tercero por la barriga para hacerle viajar hasta el final. Esa era la ley. Eso era lo que teníamos delante y en esa conjunción Juan del Álamo en su paraíso dejó tandas diestras sobradas y algunas al natural de mayúsculo trazo. Era toreo bueno al que quiso acompañar, envolver, aliñar. Y por ello esa faena al toro tercero de Montalvo, que viajaba largo, pero que medía y miraba antes de hacerlo, que pasaba medio metro del cuerpo, pero había que llevarlo hasta allá, la envolvió con toreo accesorio, de rodillas, desplantes sin demasiado concierto. Nos desnortó de su concepto, pero encantó al público, al que si no hubiera sido por la espada se hubiera llevado de calle. El de megafonía, cada tarde interrumpiendo a la hora precisa a la que el torero debe salir a saludar (si procede) es de traca también. Treinta segundos después y el bien que anuncia será impartido. Se encajó a torear el sexto como si fuera el último tren, pero el Montalvo tenía los viajes contados. Y al poco, qué poco, no le aguantaron las manos en pie. La imagen era tristona y el arrimón del torero de órdago. Le pudo despuntar el oro del vestido con el pitón sin inmutarse. Aunque lo vergonzoso por engañoso lo vivimos en el cuarto. El segundo turno de Morante. Al salir el toro del caballo rodó cual pelota para no levantarse. Le costó, a gusto estaba ahí. No se sostenía en pie. Sacó el pañuelo blanco el presidente. ¡Para adelante el festín, aunque sea un simulacro! Como era obvio, nada pudo hacer José Antonio Morante. Segundo toro que se birlaba al público. Y en la misma tarde.

El otro fue el de Manzanares, el segundo, desde que salió por toriles se vio que el Montalvo no apoyaba bien de las manos delanteras. Tampoco es tan importante, debieron pensar los responsables. Y al toro, que tuvo una calidad tremenda pero cogido con alfileres, le aguantaron en el ruedo. Manzanares no le apretó nunca, le cuidó y le cuidó hasta hacerle faena. El quinto fue un toro manso, complicado, se coló en varias ocasiones, y con transmisión. Insistió Manzanares en el trasteo y como esta vez resolvió pronto con la espada paseó el único trofeo de la tarde. Lo de Morante con el deslucido primero fue un aperitivo. Sólo que luego con un inválido nos quedamos sin almorzar. Y esta vez era de manual.