Feria de Bilbao

El paso al frente, el paso atrás

El salmantino Juan del Álamo corta una oreja, la quinta consecutiva, en la Corrida de la Prensa

Derechazo del torero mirobrigense durante su faena al tercero de Juan Pedro Domecq
Derechazo del torero mirobrigense durante su faena al tercero de Juan Pedro Domecqlarazon

Las Ventas (Madrid). Tradicional Corrida de la Prensa. Fuera de abono. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, serios y bien presentados. El 1º, al paso y deslucido; 2º y 3º, de buena condición, nobles y repetidores, con el fondo justo; el 4º, desfondado y al límite, deslucido; el 5º, complicado; y el 6º, deslucido. Tres cuartos de entrada.

El Cid, de tabaco y oro, estocada buena, (silencio); pinchazo, estocada (silencio). El Fandi, de berenjena y oro, estocada trasera (silencio); estocada baja, descabello (silencio). Juan del Álamo, de rosa palo y oro, estocada buena (oreja); estocada baja (silencio).

Hay sensaciones que perduran en el tiempo y en la memoria colectiva, aun de los que no estuvieron en la plaza. Y eso ocurría todavía ayer en Madrid. La histórica suspensión con David Mora herido muy grave, Jiménez Fortes en el hule también y Antonio Nazaré lesionado circulaba por la monumental 24 horas después. Y las que quedan. Con Mora todavía en la UCI se abrió de nuevo el telón en Las Ventas para celebrar la Corrida de la Prensa. El tradicional festejo tenía caballo ganador marcado a ley por la trayectoria firmada en esta plaza, paso a paso, trofeo a trofeo. Y ése era Juan del Álamo, que cortó la quinta oreja en Madrid de manera consecutiva. Cuando saltó al ruedo el sexto toro de Juan Pedro Domecq, de aparatosa cornamenta, como toda la corrida, el torero salmantino tenía la puerta grande a medio abrir. Esa que tanto cuesta y tanto duele. Parece tan fácil, una y una, pero resulta enrevesado que las coordenadas se citen en el mismo sitio y a la misma hora. Del Álamo había paseado un trofeo del tercero después de prender una estocada soberana. Sin medirse se tiró a matar y en la yema dejó la espada. Atrás quedaba la faena. Ésa en la que dio el paso adelante para abandonar el mundanal ruido de la vulgaridad reinante. Se encajó, dueño él, su peso sobre la arena, para mandar él, para tirar del toro él, para alargar un viaje del de Juan Pedro Domecq que tenía buen aire, nobleza y el fondo justo, no era una explosión de emociones pero dejaba estar. Y así, sin ceder terrenos, sin perder el tiempo, en el intento de avanzar posiciones, de trepar en las ilusiones del ambiente fue haciendo la faena. Muy templado al natural y con irreprochable actitud. La estocada puso la guinda. En el sexto le iba el futuro. Pero el toro no fue. Y el nubarrón que nos había amenizado la tarde, paragüas abre, paragüas cierra, esta vez imaginario, se apoderó del festejo. Dos horas de reloj. Clavadas. Ni un pero. El de Domecq tuvo lo mínimo dentro para hacer el toreo y como máximo para dar brevedad al asunto. Esa Puerta Grande es un misterio.

Del Álamo nos dio lo mejor de la tarde. Es más, lo único. El Cid no aguantó el envite de un primero que iba al paso con deslucida arrancada y eso en Madrid genera desasosiego hasta en el tendido. El cuarto apenas se tenía en pie y así tampoco se sostiene el toreo. Más allá de ese animal, hay muchas cuestiones de fondo, si se quieren ver.

El Fandi brindó a la Infanta Doña Elena el segundo de la tarde, que fue con el tercero, los dos toros con más opciones. El resto hicieron aguas. Nada que ver con la grandiosa corrida de Parladé que lidió Juan Pedro hace pocos días en esta misma plaza. Una cosa no borra la otra. Fandi lo intentó desde que se puso de rodillas en el tercio. Pero cantidad no es calidad. Lo vimos después, a la vuelta de un toro. El quinto se orientó pronto por el derecho, buscaba al torero, y saldó las cuentas con prontitud el granadino. En apenas 24 horas viajamos de lo profundo, hiriente, a lo liviano (salvo Del Álamo). El toreo tiene muchas caras. Tomaremos oxígeno.