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Zaragoza

Ferrera: el clasicismo y la dignidad

Interesante corrida de Adolfo Martín con la que el extremeño corta una oreja de peso y el presidente le roba otra en la Feria de El Pilar

El diestro Antonio Ferrera en la faena a su primer toro, de Adolfo Martin, durante la corrida de la Feria del Pilar de Zaragoza / Efe
El diestro Antonio Ferrera en la faena a su primer toro, de Adolfo Martin, durante la corrida de la Feria del Pilar de Zaragoza / Efelarazon

Interesante corrida de Adolfo Martín con la que el extremeño corta una oreja de peso y el presidente le roba otra en la Feria de El Pilar.

Ficha del festejo

Zaragoza. Séptima de la Feria de El Pilar. Se lidiaron toros de Adolfo Martín, desiguales de hechuras y presentación. 1º, mirón pero de templada embestida; 2º, paradote y de corta arrancada; 3º, bravo e importante; 4º, bueno; 5º, noble, suavón y sosote; 6º, va y viene, media arrancada. Menos de dos tercios de entrada.

Antonio Ferrera, de tabaco y oro, estocada (oreja); estocada, aviso (vuelta al ruedo).

Miguel Ángel Perera, de azul pavo y oro, estocada (palmas); media, estocada corta (silencio).

Serranito, de coral y oro, estocada, dos descabellos (saludos); media estocada (silencio).

Abría la cara el toro, cornivuelto, de público, de los que escuchan las palmas nada más salir, por su espectacularidad de pitones. Era el primero. Se ralentizó una barbaridad cuando llegó a la muleta de Antonio Ferrera. Pesaba el animal mucho, porque acudía tan despacio, pensándoselo de tal manera que cabía un mundo hasta que llegaba el embroque de la primera arrancada. En la suavidad, y qué difícil concepto cuando la trama se encuentra encajonada entre los pitones del toro, ante un arma letal cambiante, con los puñales cara a cara, pero fue, qué cosas, la suavidad la mejor aliada de Ferrera. Y del toro.

Con ella logró el milagro de burlar el peligro y encontrarse en los naturales, verticales e inspirados, al filo algunos; y ya al final, sin la espada, con la muleta en la diestra, quiso gozarlo y lo logró dándose tantos tiempos a él como al toro para sentirse con esa embestida que cuando iba lo hacía con largura y mucho temple. Se fue detrás de la espada, cayó arriba, rápido efecto y la oreja de justicia. Tuvo ritmo el cuarto de la tarde de Adolfo, que sacó temple por ambos pitones, con sus peculiaridades y resortes.

A más suavidad más larga y con ritmo la arrancada. Antonio Ferrera hizo su partitura aparte para entenderse con el toro, aunque el estallido, de uno y otro, no fue tan pleno ni tan rápido como en otras ocasiones. Pero la faena tuvo la virtud de ir a más y en los últimos compases cogió la medida al animal con desplante incluido y se fue detrás de la espada como una fiera. Se le pidió el trofeo, de manera unánime y con fuerza, pero el palco desatendió la máxima de que la primera es del público. Y así no fue. Sí la vuelta al ruedo con fuerza.

“Tomatillo” fue un toro importante. Un señor. En todo. En presencia, más rematado y menos espectacular de cara y sobre todo en la seriedad de su embestida que fue brava y honda. Lo cantó el de Adolfo, el tercer toro de la tarde, ya en los primeros derechazos, que viajaba largo y entregado, y eso que no era el pitón más notable. Al natural tenía el toro un misterio que valía por muchas tardes de medianía. Fijeza y entrega en el torero. Serranito, su matador, que había entrado en el cartel por sustitución de Fortes que arrastra desde Madrid una rotura de peroné. Supo el diestro lo que tenía entre manos. Y lo gozó cuando le puso la muleta por el zurdo y el toro tomó los vuelos y viajó hasta el final con una profundidad tremenda. Una tanda diestra, de preámbulo y una al natural fueron soberbias. A partir de ahí, se disipó el toreo, la comunión, esa explosión que nos había arrastrado y nos conformamos con la búsqueda.

Se esmeró con un sexto, que iba y venía sin demasiada entrega y sin molestar tampoco. Serranito insistió en la faena con el fin de justificarse y lo mató...

Miguel Ángel Perera no acabó de estar a gusto con un segundo, paradote y de corto recorrido. Antagonista a su toreo habitual, la faena no levantó el vuelo. El quinto, noble, suavón y sosote, tampoco nos dio grandes alegrías. Pero sí la corrida general, que apretó además en el peto, y vino a redimirse y salvar el honor, sin ir más lejos de su paso venteño. Los toros, así son. Un mundo aparte.